Hace poco preguntaron a Jarvis Cocker cuál es la mejor canción de lo que va de siglo, y el genio de Sheffield apuntó a Seven Nation Army de los White Stripes por la resonancia universal de esa línea de bajo que puede tararearse en bucle. No menos universal es la frase "Somos los Reyes de Europa", que encaja la perfección como letra para ese riff de bajo. No en vano fue, de cuantas componen el repertorio de temas madridistas por excelencia, la escogida por Dani Carvajal para arengar a las masas desde el balcón de la Comunidad, que es cuando yo me enganché a los fastos de ayer vía RMTV. Acababa de llegar a casa desde Londres tras una peripecia logística agotadora. Las masas están como locas por esta gente, no solamente porque lo ganan todo, sino por su afán por diluirse entre la multitud. Es una beatlemanía en toda regla, por mucho que ahora no sean cuatro tipos de Liverpool, sino veintitantos de medio mundo, el objeto de la obsesión del madridismo.
"¡SOMOS LOS 👑 DE EUROPA!"
🎤 @DaniCarvajal92
🔊 #CHAMP15NS pic.twitter.com/YMVelU92zw— Real Madrid C.F. (@realmadrid) June 2, 2024
De la Comunidad, como mandan los cánones, acudieron al Ayuntamiento, donde les esperaba Almeida. Circula en los mentideros de la capital la historia según la cual, en el primer encuentro entre el edil y Ancelotti, años atrás, y al saber de su filiación atlética, Carlo espetó al munícipe: "Pues ya sabe. O el alcalde cambia de equipo, o la ciudad cambia de alcalde". Nada como un italiano coñón para asentar una amistad peculiar. Almeida estuvo señorial y alabó a Kroos, "un madrileño de Alemania", además de quitar toda connotación despectiva al cuñadismo contando cómo Joselu nos trajo a Wembley y Carvajal nos propulsó a los cielos. También verbalizó su pasmo ante la naturalidad con la que gana el Madrid. "Yo os he sufrido muchas veces, y sé que mañana os recibiré como campeones de Europa", reveló haber dicho a un directivo en el descanso de la final. Hemos llegado a un mundo en el cual el antimadridismo (o el no-madridismo) cree mucho más en los blancos que sus propios acólitos. Bien es cierto que, en su alocución posterior, Nacho se permitió dudar de esa condición de D. José Luis a cuenta de su camisa. Almeida, camisa blanca de la esperanza.
Almeida: "Yo os he sufrido muchas veces, y sé que mañana os recibiré como campeones de Europa", reveló haber dicho a un directivo en el descanso de la final. Hemos llegado a un mundo en el cual el antimadridismo (o el no-madridismo) cree mucho más en los blancos que sus propios acólitos
El autobús descapotado del Madrid cruzó las calles rumbo a Cibeles, donde se les esperaba esta vez al ritmo del Thunderstruck de AC/DC. Alguien les lanzó una silueta de Kroos a escala, y la incluyeron en la fiesta del techo del bus, aunque no la vimos posando con Camavinga, Vinícius, Militao y Ancelotti en la "icónica" (Carletto dixit) imagen del puro. Kroos es prudente hasta en cartón. Cabe consignar que el Toni Kroos de cartón gigante era bastantes órdenes de magnitud menor que su grandeza real.
Si en la Puerta de Sol no cabía un átomo más de Hidrógeno ni de Helio, en los alrededores de Cibeles se congregó más gente que en la boda de Lolita. El autocar aparcó junto a la fuente y los alegres campeones comenzaron a botar con un brío tal que muchos temieron por la integridad del vehículo. Una vez en la pasarela, el capitán fue el primero en tomar la palabra para dar las gracias a la afición y sintetizar la filosofía del Real Madrid: “No nos cansamos de ganar”.
Dani Santillana Carvajal interpretó entonces la siguiente tonada: “Tenía cuatro años, mi padre me llevó a ver al Bernabéu, a ver al campeón. El día que yo muera quiero ver mi cajón pintado de blanco entero como mi corazón”.
Otro veterano, Lucas Vázquez, se encargó de recordar al mundo quiénes son los reyes de Europa y, de paso, pedir el Balón de Oro para Vinícius. Ninguna de las dos cosas admiten duda alguna en cualquier cabeza amueblada.
Y el foco se puso en Kroos. Sus compañeros le cantaron que le querían (¿quién no?). Agradeció el cariño durante estos diez años inolvidables y de repente espetó: “Tengo una casa, y es aquí. Gracias”. Y el alma se nos volvió a derruir mientras lo manteaban.
Acto seguido, y con la solemnidad feliz que requería el momento, cedió su número 8 de manera oficiosamente oficial a Fede Valverde. Solo le faltó tocarle el hombro con la espada.
También hubo tiempo para Modric, para Vini, para el Hey, Jude y para que ese sabio italiano llamado Ancelotti otorgara la cuota de protagonismo que merecía el próximo genio blanco, Arda Güler, que se atrevió con unas palabras en español.
El fasto concluyó con el capitán sobre los hombros de la diosa, ofreciéndole la 15 a ella y al madridismo. Después se sumó Modric, se abrazaron y rompimos a llorar de nuevo. Se nos metieron decenas de Champions y momentos felices en el ojo.
Antes de partir para el Bernabéu, atestiguamos la conga cibeleña alrededor de la fuente, encabezada como mandan los cánones por Eduardo Camavinga.
Entretanto, el Bernabéu les aguardaba. La fiesta final en el gran templo nos hizo comprender que las celebradas en años de Champions previos no eran más que ensayos con vistas al día en que tuviéramos los videomarcadores. Redondean el evento (nunca mejor dicho, al ser 360 grados) con ese sentido del espectáculo tan intrínsecamente yankee que Florentino ha importado a Chamartín. Armoniza extrañamente bien con la tradición castiza del vikinguismo. El showbiz norteamericano desprende una suerte de ingenuidad que casa con la visión casi naive del deporte de una institución que consagra un amor infantil al escudo. No entraréis en los parámetros del madridismo si no os hacéis un poco niños.
Los héroes fueron desfilando, glosados uno a uno por el speaker, en loor de multitudes. Saltaban al campo, saludaban y ascendían hasta lo alto del cubo gigante en cuyos lados se habían proyectado vídeos de todas las Copas de Europa anteriores. Todo animado nuevamente por el riff inextinguible de Seven Nations Army, o sea, de Somos los Reyes de Europa. Aclamadísimos Courtois, Lunin (sí, los dos), Vini —para quien volvió a pedirse el Balón de Oro—, Mendy, Rüdiger, Modric, Joselu y por supuesto Kroos. Hay que cantar "Toni, quédate" aunque no haya posibilidad alguna de marcha atrás. Quién sabe si cantándolo hoy no estaremos obrando el efecto retroactivo de que no se fuese el año pasado, donde recordemos que ya hizo amago. Hay ejemplaridades implacables.
Hay que cantar "Toni, quédate" aunque no haya posibilidad alguna de marcha atrás. Quién sabe si cantándolo hoy no estaremos obrando el efecto retroactivo de que no se fuese el año pasado, donde recordemos que ya hizo amago
Allá, en lo alto del cubo, Nacho volvió a levantar la Orejona al cielo. A Nacho también le pidieron que se quedase, con la diferencia de que esta guerra, en cambio, no está perdida. Asió la Copa por las asas y, tras el preceptivo grito anticipatorio de todos (eeeeeeeeh), la elevó con estrépito. La precisión fue matemática: justo al hacerlo se desató el estallido más estrepitoso y bello de luz y sonido, We Are the Champions incluido. We are the Champions of the Seven Nations Army.
Getty Images.
¡Qué buen artículo!