Somos los buenos

En la víspera del Rayo-Real Madrid, el jugador vallecano (es un decir, porque es de Caracas) Miku indicó que en el choque debía demostrarse “cuál es el barrio obrero de Madrid”. Nada más edificante que apelar a la lucha de clases para espolear ánimos futbolísticos. Todo el mundo sabe que el madridista es por definición un señor que elige el color del rolls-royce de la jornada para que haga juego con el de los calcetines del día. Después resultó que el más irreductible espíritu obrero que se vio sobre el campo fue el de Gareth Bale, quien ingresando como ingresa muchos millones de euros cada año demostró que la humildad no es concepto que venga definido por la cuenta corriente. El galés catalizó la remontada del Madrid para disgusto del periodista que en el inconsciente colectivo de mucha gente (ay) representa la esencia misma del madridismo, quien en la víspera se permitió dudar la de la profesionalidad de Bale porque juega mucho al golf. Su descomunal partido no fue óbice para que en la zona mixta un periodista insistiera en preguntarle única y exclusivamente sobre el golf. “Pero entonces, ¿jugaste o no?”. Aún no he terminado el primer párrafo de este artículo y ya he perdido la cuenta de las agresiones o irresponsables señalamientos contra el Madrid, o contra uno de sus jugadores, que he consignado.

Las declaraciones de Miku que cito me produjeron algún desconcierto, porque yo tenía entendido que el equipo del pueblo era el Atleti y no el Rayo. A lo mejor el pueblo no es al fin y al cabo obrero y hablamos de cosas distintas. A lo mejor ser del pueblo no es lo mismo que ser obrero. O a lo mejor hay varios equipos del pueblo pero sólo uno, en cambio, que encarne la realeza (madrileña) a la que guillotinar.  Por unas cosas o por otras, todos los equipos encarnan siempre al final cosas enteramente positivas excepto el Madrid, que representa el capitalismo salvaje y la involución reaccionaria más feroz. En medio de esta clara delimitación (por un lado los buenos y por otra el Madrid) se yergue como una fascinante anomalía el Barça, que también es rico (¿?) pero nos cae bien porque lucha por la causa de un pueblo oprimido, a semejanza del palestino (Laporta dixit), o si no es ésta la razón por la cual le toleramos será sólo porque es la némesis del mefistofélico Real Madrid. En este país, sólo la inteligencia es insultada con mayor beligerancia que el club de Concha Espina, dándose la circunstancia de que el 95% de los argumentos que se vierten contra el segundo consisten asimismo en sangrantes ultrajes a la primera.

El Atleti, en todo caso, ganó su partido exactamente igual que gana todos los suyos, es decir, con rechinamiento de dientes y gran aparataje gestual. El fútbol le debe al Atleti una Champions y desde ayer también un balón que el equipo del Cholo donó al fútbol sin que el fútbol se lo hubiera solicitado en ningún momento, lo que le valió la expulsión al argentino. La deuda del fútbol con el Atleti, por lo tanto, se incrementa. No debemos perder de vista ni un segundo que hay miles, quizá millones de personas que no siguen mucho el deporte rey y que, por lo de ser el del pueblo, desean que el Atleti sea el próximo equipo campeón de Liga. Todas esas personas deben saber que quieren que gane la Liga un equipo que lanza balones extra al campo para hacer la picha un lío al contrario cuando ejecuta un contragolpe. Así de mezquino. Así de patético. Así de infantil. Así de cutre. Los equipos, al final, se dividen en aquellos que no lanzan balones extra al campo para abortar contragolpes del rival, y aquellos que sí lo hacen. Todas esas personas que con enternecedora ingenuidad no siguen mucho el fútbol pero van con el Atleti porque es el equipo humilde deben saber (y yo conminaría a todos los madridistas a salir ahí fuera y predicar este evangelio) que quieren que gane la Liga, la llamada mejor Liga del mundo, una escuadra que hace eso. Salid y proclamadlo. Empezad cuanto antes. La mies es mucha, y si no sois vosotros quienes propaguen este mensaje nadie más lo hará, pues la prensa llama a cosas como la de ayer “el triunfo del corazón”. Con dos balones.

Y qué decir del Barça. Verdaderamente, el autoproclamado mejor equipo de la Historia de la Vía Láctea –y del porvenir de la misma si me apuran- lo es hasta tal punto que ha revolucionado nuestros conceptos futbolísticos más arraigados. Por ejemplo, pensábamos que una goleada es cosa lo suficientemente rotunda como para ahogar cualquier reproche arbitral.

-El árbitro influyó.

-Pero qué dices. Si fue un 6-0. Si aquello no fue penalti, quítalo. Qué más da. Se queda en 5-0.

Esos diálogos valían antes. Ya no. El Barça ha demostrado no sólo que es posible ganar gracias al colegiado, sino que es posible golear gracias al árbitro incluso. Casi todos los goles de ayer fueron regalos arbitrales, en un frenesí más propio de grandes acontecimientos históricos que de la causa sanchezarminista. No es ya que todo esté diseñado para que gane el Barça, sino que todo está diseñado para que sea físicamente imposible que el Barça pase miedo alguno, dificultad alguna. Cuando la pasa, o cuando incluso pierde, es porque no había manera de protegerle sin ejecutar un robo tan manifiesto que el escándalo superara para el trencilla al efecto benéfico de coadyuvar en la mayor gloria de quien por decreto (expreso o tácito, es la única duda) debe disfrutarla.

Y, en medio de todo esto, está el Real Madrid. Uno ve circunstancias como las descritas y está tentado de afirmar que el logro de alguno de los dos títulos en juego, cuando nadie esperaba nada de nosotros, es un tarea de higiene, pero por desgracia ni siquiera un eventual doblete del Madrid limpiaría nada. Estoy demasiado viejo o soy demasiado cínico como para creer que a estas alturas pueda hacerse que brille lo que no es sino podredumbre, ruindad, grosería. Lo único que está en manos del Real Madrid es intentar que quienes promueven tantísima y tan imbécil inquina pasen un final de temporada inolvidablemente jodido, siempre desde el punto de vista deportivo. Quizá, teniendo en cuenta el aspecto arbitral indicado, no esté del todo en sus manos realmente. Pero habrá que creer.

Hay gente que se ríe cuando lo digo. Se creen que hablo en broma, pero ¿no es diametralmente claro que somos los buenos? Alguien dirá que el forofismo nubla mi entendimiento y me hace hablar así, pero yo me conozco. Me conozco y sé que, por encima de mi madridismo, está mi capacidad de análisis de las cosas que veo, y mis rigores intelectual y emocional.

Los mismos que me permiten concluir que, caso de no ser verdaderamente los buenos, hace tiempo que me habría cambiado de equipo. Cosa que por supuesto soy y seré incapaz de hacer porque no me da la gana, pero sobre todo a la luz de todo esto.