Yo también me tomé una cerveza, pero no he dormido bien. Ni mal. Simplemente, no he dormido. O sí, no lo sé. Aún estoy conmocionado. La gesta de ayer no tuvo el brillo de otras veces, ni falta que le hizo. En cambio, nos dejó el estremecimiento palpitante de lo heroico. Ayer fue un acto de supervivencia, de rebelarse ante la muerte. Fue el Madrid agarrándose con fiereza al terreno inhóspito del Etihad Stadium, hincando como raíces los dedos ensangrentados en la tierra seca y glacial, soportando como el brezo el viento frío y duro, asomado al precipicio pero negándose a caer.
¡Qué fútbol tan sublime el de Carvajal dejándose el alma para frenar cada intentona de Grealish primero, y de Doku después! ¡Qué espectáculo tan emocionante el de Valverde recogiendo del suelo una y otra vez el brazo amputado para levantarlo en lo alto y liderar la carga sin mirar atrás, a despecho de balas y de fracasos! ¡Cuánta hombría, cuánta poesía en Lunin, un niño apenas hace seis meses, convertido en el depósito de fe del equipo, sosteniéndole la mirada al destino, contagiando de serenidad a los suyos en los momentos de mayor zozobra! ¡Cuánto madridismo, en fin, en todos y cada uno de los hombres que ayer saltaron al infierno dispuestos al sufrimiento, pero decididos a no perder lo único que podía sacarles vivos de allí: la fe en la victoria, la fe contra toda razón y toda probabilidad, la certeza de que no hay ejército más formidable que once jugadores con el escudo del Real Madrid conjurados por la victoria!
Ayer fue un acto de supervivencia, de rebelarse ante la muerte. Fue el Madrid agarrándose con fiereza al terreno inhóspito del Etihad Stadium, hincando como raíces los dedos ensangrentados en la tierra seca y glacial, soportando como el brezo el viento frío y duro, asomado al precipicio pero negándose a caer
En verdad os digo que yo no he visto nunca un partido más emocionante, uno que me haya dejado más exhausto y más orgulloso. Nunca vi tanta entereza ante la pesadilla, tanto apretar los dientes ante la adversidad, tanta abnegación. No recuerdo al Real Madrid enfrentándose a un equipo que le exigiera tanto, un auténtico émbolo comprimiendo a nuestros jugadores en un espacio cada vez más reducido. El Madrid, durante buena parte del encuentro, fue el protagonista de aquellas películas de aventuras de los años 80, encerrado en un lugar sin ventanas y con el techo descendiendo poco a poco sobre su cabeza. Y como aquellos protagonistas, nunca le perdió la cara a la situación, nunca se desesperó. Durante muchos, muchísimos minutos, se sobrepuso inexplicablemente al agotamiento físico y mental de un asedio incesante por tierra mar y aire. Madridismo es morir en el campo, ya lo dijo Mourinho. Y ayer los nuestros murieron. Pero lo hicieron a la manera galdosiana, porque entre los muertos siempre hubo una lengua viva para decir que el Real Madrid no se rinde.
Ya lo dijo Bellingham en la víspera: “no sé si somos favoritos, pero sí sé que somos el Real Madrid”. Ayer fue la enésima y quizás más emocionante demostración de que no sólo lo sabe él; lo saben —¡vaya si lo saben!— todos y cada uno de los jugadores de este equipo admirable que recordaremos mientras vivamos.
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