Aún tenemos sudores fríos. Perdonen ustedes si este portanálisis nos sale febril y desangelado. Disculpen si estas palabras parecen tiritar. Nos hemos tomado las pastillas que, tras una atropellada consulta telefónica de madrugada, nos ha recomendado nuestro psiquiatra de cabecera, que no es siempre Relaño, pero casi. No ha hecho aún demasiado efecto el tratamiento. Seguimos temblando, mirando a las paredes, a la esquinas de las paredes, a ese extraño punto donde las paredes se unen con el techo, un punto que no sabemos si sigue siendo pared o ya es techo. ¿Qué será ese punto? O mejor, ¿dónde está?, ¿cómo situarlo? Está ahí ese punto, pero no está en ningún sitio, es un limbo ese punto, un límite, un umbral, una mera bisagra donde termina la pared y comienza el techo, o donde termina el techo, horizontal, y empieza lo vertical de la pared... Lo vertical es caída y lo horizontal es reposo, pero un reposo ahí arriba, el reposo del techo, que por estar arriba solo puede caer y caer y caer sobre nuestras cabezas. La pared lo impide, ese punto lo impide, pero otra vez ¿qué será ese punto?, ¿dónde está, ¿cómo situarlo?
Ya ven que muy bien no estamos de lo nuestro. Nuestro equipo de psiquiatras, que publica doctos boletines diarios para encontrarnos soluciones, nos diagnostica congelación, desesperación y desquicie. Estamos en una gélida estación y no pasa el tren, o mejor, pasan tantos trenes y tan seguidos, que no sabemos coger ninguno, que están en marcha y no paran, que no sabemos pararlos como antes, que ni siquiera tenemos un billete válido, que el revisor ya nos esta mirando raro, tal vez porque la camisa de fuerza no combina bien con nuestros náuticos. Llueve y nos mojamos, aún más que cuando no llueve, pero dicen nuestros médicos que también nos mojamos.
Falta de gol, dice nuestro jefe de psiquiatría, que ahora sí es Relaño. ¡Falta de gol!, exclamamos ateridos al cielo raso de la estación. ¿Cómo es posible? Cerramos los puños, nos da una fuerte punzada en la cabeza y no entendemos el vaivén en el diagnóstico. Pensamos en los años que llevamos de pruebas y análisis, de reuniones colegiadas y tactos rectales, de radiografías y tests de Rorscharch, y todo estaba mal menos el gol, lo nuestro era el gol, la pegada, el punch, la dinamita, todo eso que ahora nuestro jefe de psiquiatría nos dice que también hemos perdido para dejarnos aún más solos en la estación, que en nuestro delirio, ya no es una estación, sino una catedral, enorme y sin esquinas donde buscar el punto donde se una la pared con el techo. No hay punto, aunque lo haya. Solo hay techo que parece ir bajando hacia nosotros, tal y como vienen repitiéndonos nuestros médicos desde que el mundo es mundo, desde que el punto (no) es punto.
Repetimos, ¿es pared o techo ese punto? Depende, nos dicen, y entonces ya no sabemos si salir de la estación o quedarnos parados aquí para siempre, esperando un tren que nunca es el nuestro, ni siquiera cuando lo es y lo vuelve a ser y lo vuelve a ser y... Porque cuando nos parece que subimos a uno y nos acomodamos y vamos cómodos en el compartimento de primera clase, alguno de nuestros médicos viene a decirnos que cuidado, que para nuestro equilibrio nos falta esto o aquello, pero nunca el gol, nunca la pegada, eso es lo nuestro, aquello que cuando lo tenemos parece nuestra única virtud, o mejor, aquello que cuando lo tenemos enmascara la inagotable lista de defectos que ocultamos al mundo tras el humo que deja la pólvora, o aún mejor, aquello que cuando lo tienen otros es una virtud añadida y ya no pólvora, sino confeti y baile y canción y we are the world, we are the children. Comprenderán ustedes que el tratamiento no nos haga efecto, comprenderán que estemos confusos, congelados, desesperados, desquiciados.
Ya ni siquiera un punto es un punto. A veces merecer ganar es més que un club y otras veces, nuestras veces, merecer ganar es perder. Así no hay quien mejore de lo suyo. Así no hay quien se pueda fiar de los médicos. Así no hay quien coja un tren.
Así solo nos queda seguir aquí, en ningún sitio, ni en suelo, ni en pared, ni en techo. Aquí encallados, como siempre, pero más.
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2 comentarios en: Solos en la madrugada
Hoy hace 28 años que nos dejó para siempre y manera trágica el " Cristóbal Colón " del baloncesto español.
D.E.P. Don Fernando Martín Espina.
Fue un partido duro y ,a ratos, bronco.Y Raúl, como tantas veces, se fue de rositas. Es un jugador que se la tiene jurada al Madrid. ¡Que mala es la envidia! Zidane tiene que rotar a ciertos jugadores y no esperar a que falten diez minutos. Así no hay forma de entrar en el partido. Yo valoro el punto como buen resultado. Hubo ocasiones, pocas, pero sí las hubo. Hay que seguir remando, no hay otra. Saludos madridistas.