En el vasto mundo de las narrativas humanas, tanto históricas como contemporáneas, existe una constante universal: la verdad no siempre es bienvenida. En ocasiones, las realidades más evidentes son aquellas que permanecen ocultas, ya sea por miedo, conveniencia, o por la peligrosa etiqueta de lo políticamente incorrecto. Este fenómeno, que podría considerarse algo propio de la cultura mediterránea, recuerda las antiguas sagas islandesas, como la de Sigurd y el Dragón Fafnir, donde la verdad se entrelazaba con el destino y la honra, pero a menudo permanecía en la penumbra, esperando el momento adecuado para revelarse. Las sociedades, tanto en el pasado como en el presente, se han enfrentado a estas verdades incómodas, que, pese a ser conocidas por todos, no pueden ser expuestas directamente sin correr el riesgo de alterar el frágil equilibrio del orden establecido.
En la actualidad, los medios de comunicación desempeñan un papel similar al de los skalds en las cortes vikingas, aquellos poetas que narraban las hazañas y tragedias de los héroes, pero siempre bajo la atenta supervisión de sus patrocinadores. Los medios, con sus inmensos tentáculos, han desarrollado una actitud mafiosa que recuerda a las sombras que se mueven en los mitos de los Nibelungos, como Hagen y el rey Gunther, controlando lo que se dice, lo que se omite y, en última instancia, lo que existe en la conciencia colectiva. De esta manera, aquellos temas que no son cubiertos por los medios de comunicación pasan a habitar el inframundo de la opinión pública, un lugar oscuro y olvidado, donde la verdad languidece. La estrategia es simple: lo que no se menciona no existe. Así, las narrativas dominantes se moldean al capricho de unos pocos, mientras que las verdades incómodas son relegadas a un rincón sombrío, como si fueran criaturas horribles que se deben encerrar en la mazmorra y evitar a toda costa.
Los medios, con sus inmensos tentáculos, han desarrollado una actitud mafiosa que recuerda a las sombras que se mueven en los mitos de los Nibelungos, como Hagen y el rey Gunther, controlando lo que se dice, lo que se omite y, en última instancia, lo que existe en la conciencia colectiva
En el terreno deportivo, esta dinámica se ha manifestado con una claridad perturbadora. El FC Barcelona, un club de fútbol que antaño cosechó admiración y éxitos, está envuelto en un caso de corrupción de dimensiones legendarias, dado que afecta a su propia historia como club. Como el Dragón Fafnir, el FC Barcelona se ha rodeado de riquezas envenenadas, riquezas malditas por la forma en que fueron conseguidas. En la leyenda, estas riquezas representan el peligro de la avaricia y la corrupción moral. Las revelaciones de que el club pagó al vicepresidente de los árbitros cantidades millonarias de dinero son de una gravedad que debería haber sacudido los cimientos mismos del deporte mundial. No digamos ya del español. Este hecho, sin embargo, ha sido asimilado por el público y los medios como si fuera un simple susurro en el viento, un incidente menor que no merece mayor atención. Tuvo su momento, sí, pero tienen prisa por cambiar de tema.
Más perturbador aún es que los árbitros involucrados con la familia del jefe corrupto de los árbitros siguen desempeñando, a día de hoy, sus funciones en la competición. Estos personajes, que en cualquier relato épico serían vistos como traidores o villanos, continúan arbitrando partidos del FC Barcelona y sus rivales. Son traidores que, descubierta su deslealtad, son recompensados en lugar de ser castigados. Lejos de ser castigados como Loki, el dios embaucador, a los que deberían ser apartados del juego les permiten seguir adelante como si sus acciones no tuvieran consecuencias. Es un hecho inaudito, una distorsión de la justicia que haría temblar a cualquier narrador de cuentos y leyendas.
Como el Dragón Fafnir, el FC Barcelona se ha rodeado de riquezas envenenadas, riquezas malditas por la forma en que fueron conseguidas. En la leyenda, estas riquezas representan el peligro de la avaricia y la corrupción moral
Este escándalo es el gran elefante en la habitación, y parece haber sido cubierto con un manto de silencio colectivo. Es como si todos los involucrados, desde los medios hasta los profesionales de otros clubes, hubieran decidido mirar hacia otro lado, temerosos de enfrentar las repercusiones de admitir lo que está frente a sus ojos. Nadie quiere desempeñar el papel de Sigurd y luchar contra el Dragón Fafnir. Sin embargo, el Ragnarök, el fin del mundo, se precipita cuando las verdades ocultas y los males acumulados ya no pueden ser ignorados. De manera similar, en el contexto actual, la negativa a enfrentar la corrupción y la injusticia podría estar sembrando las semillas de una catástrofe mayor. Ya llegarán las renovaciones de los contratos televisivos, y quizás no lo hagan en el mejor momento.
Alberola Rojas tuvo una actuación lamentable en el partido que enfrentó al Real Madrid contra el Betis. Sus decisiones parecieron claramente desfavorables para el equipo blanco, aunque algunos medios hayan tratado de minimizar o incluso tapar estas acciones. Una vez más, son cosas evidentes para cualquiera que haya presenciado el partido y pueda considerarse medianamente objetivo. Lo que agrava aún más la situación es el oscuro trasfondo de este árbitro. Se supo que Alberola Rojas estuvo pagando al hijo del vicepresidente de los árbitros durante años, bajo la excusa de recibir "coaching". Sin embargo, todos sabemos que estos pagos no eran simples transacciones de formación. En el contexto de la corrupción que rodea al estamento arbitral, estos pagos parecen más bien un seguro para garantizarse una buena carrera dentro del colectivo arbitral, una protección que lo blindase contra los posibles descensos o críticas, tanto internas como externas. Alberola Rojas es el guerrero que, en las sagas nórdicas, podía asegurarse la protección de los dioses a través de sacrificios o alianzas. Lo que pasa es que, en este caso, el sacrificio es la integridad del deporte, y la alianza es con la corrupción.
Más perturbador aún es que los árbitros involucrados con la familia del jefe corrupto de los árbitros siguen desempeñando, a día de hoy, sus funciones en la competición. Son traidores que, descubierta su deslealtad, son recompensados en lugar de ser castigados
Cuando un árbitro con un historial como el de Alberola Rojas comete errores que benefician al FC Barcelona o perjudican al Real Madrid, ya no se sabe si esos errores son meras equivocaciones o si responden a una intención más siniestra. El hecho de que haya tenido una relación económica con la familia del jefe de los árbitros provoca dudas en el mejor de los casos, y sospechas en el peor. En un sistema donde la transparencia es fundamental para mantener la confianza del público, esta opacidad es tan peligrosa como un veneno que se filtra lentamente en el tejido del fútbol español.
Por todas estas razones, Alberola Rojas y todos aquellos que pagaron como él deberían estar apartados de la competición mientras dure la investigación judicial. Permitirles seguir arbitrando partidos es un insulto a la integridad del fútbol y una burla a los aficionados que confían en la equidad del juego. En las leyendas nórdicas, un guerrero que traicionaba a su rey o a su pueblo era desterrado, o en el peor de los casos, ejecutado por su deslealtad. Aquí, la traición a los principios del deporte no debería ser tratada con menos severidad, al menos profesional.
Alberola Rojas y todos aquellos que pagaron como él deberían estar apartados de la competición mientras dure la investigación judicial. Permitirles seguir arbitrando partidos es un insulto a la integridad del fútbol y una burla a los aficionados que confían en la equidad del juego
El elefante en la habitación es grande, imponente, y su presencia es innegable, pero parece que nadie quiere mencionarlo. En las cortes de los antiguos reyes nórdicos, la cobardía se pagaba con el destierro o la muerte. Sin embargo, en el fútbol español, la cobardía mediática se disfraza de prudencia, y la verdad queda relegada a la mazmorra, a la espera de un valiente que se atreva a exponerla. Pero mientras ese momento no llegue, la sombra del elefante seguirá creciendo, ocupando cada vez más espacio, hasta que su peso sea insoportable y, como en las leyendas de antaño, la verdad emerja, implacable e ineludible, como el destino mismo.
El fútbol se convierte en un reflejo de la lucha eterna entre la verdad y la corrupción, entre la justicia y el poder. La historia nos enseña que, tarde o temprano, la verdad prevalece, y aquellos que han intentado ocultarla acaban enfrentándose a las consecuencias de sus acciones. Los medios de comunicación, los árbitros, los clubes, todos están entrelazados en esta trama de poder y silencio, pero la verdad no puede ser contenida para siempre. Los aficionados madridistas, mientras tanto, seguiremos cavando el hoyo de Sigurd hasta lograr que el dragón Fafnir caiga en él.
Getty Images.
Fantastico articulo.
Orgulloso de ser vikingo.
Orgulloso de nuestro Real Madrid.
Hala Madrid!!
Hay un preceso judicial en marcha, es un dato, posiblemente como consecuencia de stos hechos se sten produciendo errores en los partidos.
En 1980 se inicíó, por parte de la dirección de la Farsa, un selección de medios también de periodistas, algunos fueron apartados de sus ruedas de prensa.
Muchas personas, incluso glubs enteros declararon su adhesión incondicional a la Farsa.
Gentes del mundo de la cultura, políticos, profesionales manifestarón su simpatia formando la Gran Farsa, a la vez mostraron su hostilidad al Real Madrid.
Recuerdo, despues de conseguir la Liga de básket el RM, escribió el jefe de deportes de El Pais: "q tiene q pasar para q sto cambie", nos ganaron varios años la Liga.
En ste diario "independiente", ningún comentario ácido a las ligas conseguidas de forma fraudulenta.
Al autor de semejante joya literaria solo me queda decirle que ha resarcido a los que quedaron un tanto decepcionados por el anterior escrito de la misma firma, el de Oasis. "Un clavo se quita con otro clavo"...
Gràcies, eskerrik asko, grazas, gracias
Un articulo brillante; que nos lleva una vez más, a marcarnos nuestro deber de señalar que la verdad debe prevalecer. Nuestra pugna agonal por la excelencia solo debe ser contemplada por el resto como inabarcable - y los tramposos son los primeros en caer.