Una fantástica epopeya, digna de Homero o al menos de Robert Louis Stevenson, ocurrió ayer viernes, 27 de mayo, cuando cuatro (como los tres mosqueteros) amigos madridistas decidieron emprender viaje a París, con el ferviente deseo de conquistar una nueva Copa de Europa para el club de sus amores.
Se citaron a las siete de la mañana en pleno barrio de Salamanca, con los primeros rayos de sol, y se encaminaron con su vehículo hacia la autovía A1. El maletero estaba cargado, además de con ilusiones infinitas, de manjares exquisitos, bandejas de fiambres ibéricos de primera, quesos suaves y deliciosos, atún de Barbate y anchoas del Cantábrico de una exquisitez infinita. Los 4 se habían previamente repartido las tareas: de la intendencia se ocupaba Juanjo Porthos, gourmet de primerísimo orden.
De la conducción se iba a hacer cargo JL D’Artagnan, exquisito tirador de esgrima y experto conductor de cuadrigas de la era contemporánea. El cerebro de Alberto Aramis presidía cualquier decisión estratégica con su impecable manera de razonar y tomar la decisión más adecuada. Mientras, el veterano Athos Dumas se había ocupado de ciertas necesidades logísticas, como el alojamiento en los alrededores de París.
La capital francesa estaba siendo asediada duramente por tropas sajonas vestidas con su uniforme rojo bermellón, capitaneadas por su hábil comandante llegado de la lejana Renania. Los veteranos mosqueteros, fieles a la llamada de auxilio de la Flor de Lis madridista, acudieron una vez más a proteger y a ayudar a todos los valores deportivos en los que fervientemente creían. Así pues, no les asustaban las 12 horas largas de ruta que emprendían, atravesando las dos Castillas, las antiguas provincias Vascongadas, las Landas francesas, la Aquitania y los Valles del río Loira.
Entre cánticos de guerra, luciendo sus blasones de combate en forma de bufandas y enseñas patrióticas, se saludaban ufanos en el camino con numerosos cruzados que lucían las armas y los escudos de la casa común, ese viejo y querido y único e irrepetible Real Madrid.
Siempre respeto, siempre dignidad. Siempre contigo, Real Madrid de mi alma y de mi vida
Por fin llegaron a la vieja Lutecia, rindieron pleitesía a venerables monumentos como la cúpula de los Inválidos o la majestuosa Torre del ingeniero Eiffel, para llegar a la célebre posada de Maese Adolfo, el sabio de Domont, que les abrió de par en par las puertas de su célebre hostería, donde estaba preparada la poción mágica: las lentejas a la moda de Adela, que nuestros cuatro héroes degustaron a las 11 de la noche, en una preciosa noche estrellada cerca de los bosques de Montmorency, mientras los jabalíes vagaban a esas horas en búsqueda de bellotas silvestres.
Pudieron todavía comunicarse con el heraldo Pablo, recién llegado del cuartel general de las tropas merengues, que tranquilizó al cuarteto con nuevas positivas del káiser Alaba y confirmando la presencia en el flanco derecho del valiente criollo Valverde, llegado como Sir Lancelot de allende los mares (en este caso del otro lado del Atlántico).
Tras velar armas, y encomendarse a los adorados ídolos de otros tiempos (Di Stéfano, Gento, Santamaría, Fernando Hierro, Zidane y Cristiano), Maese Adolfo apagó las velas mientras los cuatro espadachines caían rendidos en sus lechos, encomendándose a sus creencias más queridas y arropados con la plenitud de su fe. El ejército merengue, menospreciado como era habitual por el mundo entero, iba nuevamente a vender muy cara su piel y se conjuraba para no arrodillarse ante nadie y menos aún ante la insolencia de las tropas coloradas acaudilladas por su líder Salah.
Honor, orgullo y gloria infinitos para un grupo que, pese a las adversidades, siempre iba a combatir con convencimiento y sin temores ante cualquier rival, por más que éste fuera poderoso y contase con recursos ilimitados de todo tipo.
Las tropas de Liverpool se iban mientras a meditar sobre la batalla del día siguiente, no sin antes olvidar las recientes escabechinas que habían sufrido en las semanas anteriores las potentes casas dopadas hasta las cejas de PSG, Chelsea y City ante la supuesta inferioridad de la armada merengue. Y que fueron convenientemente aniquiladas una tras otra tras tratar de mancillar el sagrado templo de los blancos.
Siempre respeto, siempre dignidad. Siempre contigo, Real Madrid de mi alma y de mi vida.
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Es hermoso contemplar las filas de los peregrinos que acompañan al Real Madrid, procedentes de todas partes y cargados con la ilusión, la esperanza, la camaradería (viandas no menos necesarias que el jamón, el queso y las anchoas). También ellos participan de la batalla y del triunfo, cuando se dé. Son la retaguardia que sostiene a la vanguardia de uniforme.
Igual que con los tercios a Flandes o con los cruzados a Palestina iba una retahíla de aguadores, chamarileros, saltimbanquis, juglares, vividores, mozas del partido, vendedores de reliquias, amuletos y sortilegios, echadoras de cartas, etc., con el ejército madridista va esa otra cohorte variopinta de aficionados incansables. Ojalá vuelvan con los despojos del enemigo.
Por la gloria del Real Madrid, como reza un antiguo himno templario: "Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam".