En busca de la felicidad

El exceso de Ramos me lleva a volver a escribir por tercera vez en poco tiempo y por enésima vez en mucho tiempo. Por suerte ya no voy a tener que hacerlo más. Se acabó la telenovela, aunque no duden que seguirán con el molinillo.

Sí me gustaría escribir dentro de muchos años sobre lo que fue Ramos, cuando sus formas de permanecer en el Madrid, que han sido las que han acabado precipitando su marcha, se me hayan olvidado. Porque todos estos desagradables dimes y diretes en cada renovación, con toda esa gente de por medio, me han cansado y me han convencido.

Se me olvidará, eso quiero, que apretó desde casi siempre con dudosos manejos al club que le ha dado todo. Y se dejó pasar esto cada vez, hasta la siguiente renovación. Yo no lo he dejado pasar nunca, ni lo dejo pasar. No he podido. Aunque supongo, como digo, que se me olvidará.

Sí me gustaría escribir dentro de muchos años sobre lo que fue Ramos, cuando sus formas de permanecer en el Madrid, que han sido las que han acabado precipitando su marcha, se me hayan olvidado

Alguno de sus voceros dice que “han tenido que convencer a Ramos para que se muerda un poco la lengua”, ¡ay, el asesoramiento! Pero no es así. No puede ser así. Si alguien se muerde la lengua en este vodevil con palmas es el Real Madrid aviniéndose a la despedida honrosa.

Pero hubiera preferido que no se hubiese mordido la lengua, si es que es verdad que al final se la mordido. Que hubiera dicho todo lo que tuviese que decir y, cuando lo hubiese dicho, que pensase en Modric, en Benzema, en Kroos o en Marcelo, por ejemplo, y que luego se mirase él. Yo ya lo hice hace mucho tiempo, los miré a ellos y le miré a él.

En el Olimpo no hay sólo un dios y Ramos se creyó o le hicieron creer que era el más grande. Mala jugada la última en el Madrid. Malas jugadas fueron todas aquellas fuera del terreno de juego con las que el Madrid transigió. Pero aquí estamos hoy, despidiéndonos del gran Ramos como consecuencia no de un desacuerdo, sino de un abuso paulatino que ha llegado a su final.

El exceso de Ramos le hizo decir un día que jugaría gratis en el Madrid (creo que después de la penúltima aceptación del club de sus pretensiones), pero eso no era verdad. No quiso aceptar una oferta generosa y cabal del club de su vida a los treinta y cinco años.

Dicen que promovió en el vestuario que no se aceptaran las rebajas. Hasta una vez le vi darle un feo balonazo a Reguilón durante un entrenamiento. Aquel incidente se diluyó o lo diluyeron, pero a mí me llamó la atención, para mal. El capitán del mejor club del mundo, treinta y muchos años, dándole un balonazo a un joven como un mayor a un menor en el patio de un colegio.

Si todo el mundo sabía que la oferta de renovación caducaba en marzo, ¿cómo es que no lo sabía él? ¡Si Florentino es como su padre! Eso es, al menos, lo que ha dicho hoy

Luego pensé en Modric, en Kroos, en Marcelo o Benzema haciendo eso mismo y no lo pude imaginar. Ellos no harían algo así, igual que ellos jamás hicieron de dominio público y mucho más: un espectáculo deprimente, cada una de sus renovaciones. Una lástima. Yo a Ramos le digo adiós ahora con respeto y admiración, pero sin pena, más allá de sentir que el tiempo pasa.

Al final el Madrid ha evitado, más o menos, que su despedida fuese el espectáculo vulgar al que se abocaba y que con tanto ahínco buscaron sus representantes y él mismo como se ha podido comprobar en sus contradictorias últimas palabras. Hasta ahí han fallado. Y mentido. Si todo el mundo sabía que la oferta de renovación caducaba en marzo, ¿cómo es que no lo sabía él? ¡Si Florentino es como su padre! Eso es, al menos, lo que ha dicho hoy.

A partir de ahora ya no hay Ramos y empieza a contar el tiempo para que un día yo sólo recuerde, ojalá, la incomparable felicidad que me hizo sentir, sobre todo, aquella tarde de Lisboa.

Fotografías Imago.