Sergio Ramos no irá a los Juegos Olímpicos

Buenos días. Hay que hacer un esfuerzo para recordar las cosas que nos importaban en el mundo preCorona. No porque nos falle la memoria, sino porque el mapa de nuestras prioridades ha sido puesto patas arriba por este enemigo invisible y fatal en la lucha contra el cual debemos colaborar con nuestro sistema hospitalario a fin de no colapsarlo, y el modo de colaborar es por supuesto quedarse uno en casa.

Las prioridades, amigos. Produce un poco de rubor recordar cómo hace poco más de un mes había un cruento debate en el seno del madridismo sobre si convenía (o no) permitir a Sergio Ramos cumplir su sueño de disputar unos Juegos Olímpicos formando parte de la delegación española. Pues bien. La realidad ha tomado la decisión por el Real Madrid y por Sergio Ramos. El Coronavirus ha liquidado (o casi) la ilusión olímpica, pero no sólo la de Sergio Ramos, sino la de todo aquel que la albergara.

A la luz de la tragedia planetaria en la que estamos sumidos, la polémica respecto al deseo de Sergio de estar en Tokio sirve de ejemplo paradigmático de todo aquello que creíamos tan importante y sobre lo cual creíamos tener voz y voto, ingenuamente, ajenos aún a nuestra insignificancia frente a un cosmos a veces desabrido que el Covid-19 deja al desnudo, revelando la profunda inanidad de la polémica. Los Juegos quedan pendientes en cuanto a sus fechas, como queda también en suspenso el sueño de Sergio, que sirve como metáfora general del sueño de los hombres. Sergio Ramos, de momento, no irá a Tokio, y el hecho de que esta privación encarne tantas y tantas otras nos hace contemplar con más simpatía la pretensión otrora disparatada del camero. Y por qué no va a poder estar en Tokio cuando Tokio suceda, nos preguntamos ahora, mirando frente a frente la futilidad de las cosas y los mecanismos que inventa el hombre para aplacarla al menos en apariencia, unos Juegos Olímpicos, una película de Scorsese, un escudo redondito con un montón de Copas de Europa alrededor (inmortal Van Palomaain). El sueño de un hombre es el sueño de todos los hombres. Puesta cabeza abajo nuestra visión del mundo, apreciado en su justa medida el infinito valor de eventos únicos, que solo pueden tener lugar cuando el universo nos deja, alcanzamos a hacer tangible lo perentorio de la aspiración de Sergio, la misma que aquí mismo hemos criticado leve y cariñosamente.

En Sportlandia, mientras tanto, siguen con sus cosas, y quién sabe, a lo mejor hacen hasta bien. Produce rubor, eso sí, que tomen a sus lectores por tontos (entendemos que no lo son -?-) hablando de fichajes y renovaciones millonarias cuando su club, el Barça, ha semianunciado en los medios afines (incluso, oh maravilla, el propio Sport) la posibilidad de tener que hacer un ERTE para poder sobrevivir no solo a la crisis del coronavirus (aunque ellos pretendan hacer ver que es solo eso) sino al hecho mismo de que ya estaban más tiesos que la mojama antes de que el Coronavirus se personara sin que nadie le hubiera llamado. El que el portero Ter Stegen tenga la renovación parada no es por deformación profesional (si así lo fuera, atacantes como Messi la tendrían muy adelantada y no es el caso), sino que constituye síntoma inequívoco del temor de sus futbolistas a que la situación financiera que atraviesa el Barça le impida un día honrar sus contratos, como de hecho ya está sucediendo.

En medio de todo esto, brilla con luz propia la primera plana de Marca, a cuyo espíritu nos unimos con todo el corazón, como no podía ser de otro modo. Nos unimos a ese cerrado aplauso a todas las personas que nos proveen de servicios de primera necesidad en estos tiempos imposibles, en especial al personal sanitario, héroes de este momento extraordinariamente dramático que vive nuestra sociedad.

Ánimo, amigos, y no olvidéis quedaros en casa.