Sergio Ramos es un hombre de excesos, eso ya lo sabemos. Un futbolista y un ser humano de aluvión, una torrentera, una riada que amenaza con llevarse todo por delante, y vaya si se lo lleva. Sergio puede con lo que le echen: ya sea una copa del Rey en la azotea del autobús, ya el Bayern de Guardiola o el Atleti del Cholo, a quien a partir de entonces la negrura en el vestir se le volvió esdrújula y acebollada, y se le puso cara de minuto 93. Y es que Ramos lo mismo nos regala un haendeliano minuto 93 con sus reales fuegos artificiales -epítome del paroxismo del placer agónico, que diría un aprendiz de Valdano- que envía un balón a las nubes contra el Bayern de Munich para después marcarse una frivolité de brasileño zumbón en el siguiente penalti decisivo que le toca lanzar.
Sergio Ramos tiene una vis expansiva que ríase usted de la del derecho de propiedad, porque es inmune a las leyes físicas de la resistencia y a las de la termodinámica, que me chivan por el pinganillo que haberlas, haylas. Así, cuando nuestro capitán parece agostarse en el terreno de juego va y reaparece en Twitter, en un viejo truco de escapismo que ni el mejor Houdini, y nos propina un tuit consuetudinario y compungido antes de retornar a la heroica siesta. Ramos es una fuerza de la naturaleza, una verborrea incontinente e incontenible que da para tres o cuatro horas de Amazon Prime, que bien podrían haber sido tres o cuatro años; una locuacidad de racimo que se expande en todas direcciones y que no va a ninguna parte, y no hay quien la calle ni cancelando la suscripción del Prime ni eliminando la cuenta de Twitter.
Pero donde más y mejor se manifiesta el espíritu efusivo de Ramos es en su apariencia física. Sean sus constantes cambios de estilismo capilar, que también acostumbran a desafiar a las leyes de la física, sea su anchurosa e innata elegancia en el vestir, que lo mismo le permite defender con soltura un outfit de turista sueca que le lleva a comparecer en rueda de prensa vestido de uniforme de gala de oficial carlista pasado por Quadrophenia, el look de Ramos nos anuncia desde la distancia que se nos viene una sobrecogedora onda expansiva, un huracán tropical que no pierde fuerza con el paso de los días sino que la va ganando con el transcurso de los años. Y es entonces cuando reparamos en los graffitis.
El cuerpo de Sergio Ramos ha sido durante muchos años la Capilla Sixtina del graffiti. Bien es verdad que se trata de una Capilla Sixtina en plan kultura popular, nacida en Camas y pintada no por Buonarroti sino por algún artista del tattoo con trazas de jugador de la selección de Chile, lo que -admitámoslo- puede que le reste mérito artístico, al menos a los melindrosos ojos de más de un empingorotado crítico de arte. Pero la expresividad irreprimible de Ramos desborda tales remilgos de burgués diletante como la marea desbarata la muralla de arena que el niño construye en la playa. De manera que el cuerpo de Ramos es un abigarrado collage de pintarrajos y jeribeques, tan barroco, farragoso y embrollado como la personalidad de su dueño y tan inextricable como el desempeño de nuestro capitán y del propio Real Madrid en el terrreno de juego durante estos últimos meses.
Por eso yo celebro esa imagen de Ramos con la espalda lisa cual tabula rasa, como el lienzo de Arte, como el folio en blanco que aún puede convertirse en Quijote, como la blanca y radiante camiseta madridista. Qué importa que tal imagen no corresponda a la realidad, sino a una broma comercial consistente en borrar de la espalda y brazos de Ramos ese batiburrillo indefinible, esa amalgama desorejada de garrapatos, colorines y reflexiones de galleta china de la suerte. Yo me quedo con la visión de esa espalda despejada, como si alguien hubiera borrado el adefesio dándole a la ruedita del telesketch, y quiero creer que ella nos marca el camino. Esa imagen nos sugiere la conveniencia de no perdernos en garabatos y de reconducir la energía inextinguible de Ramos y del resto del equipo en la dirección adecuada.
Compremos pues un telesketch que no sólo despinte esperpentos gráficos sino que también se lleve por delante documentales y de paso también las murrias, dudas, mohínes y desalientos del equipo. Un telesketch que nos devuelva el lienzo en blanco, que es lo nuestro, en el que no quepan ni los nubarrones melancólicos que llevan un tiempo oprimiendo el pecho de nuestros jugadores ni la alargada sombra de la desconfianza que se ha agarrado al equipo como una enredadera y amenaza con cegar las ventanas. Un lienzo en blanco en el que seguir dibujando escenas de éxito y de gloria que, dicho sea de paso, bordamos como las abuelas bordan las natillas con galleta. Tenía que ser Ramos quien nos enseñara que la solución está en el telesketch.
Más que la capilla sixtina del graffiti, la espalda de nuestro capitán me recuerda las tapias de la Estación de Chamartín, a la altura de Fuencarral, lienzo extendido para grafiteros de andar por casa.
Supongo que eso de "su anchurosa e innata elegancia en el vestir" que le convierte en el nuevo Brummel, debe ser una licencia literaria. Para mi gusto, el look de turista sueca resultaba un poco choni.
Me temo que no tiene vuelta atrás, salvo en un mundo paralelo, en el que la realidad virtual haga el milagro de agitar el carboncillo del "Telecran" y borre de un plumazo todos los trazos fallidos.
Por lo demás, es "uno de los nuestros" y le queremos como es.
Me he reído un rato con su artículo.
Saludos.
Tampoco Sergio Ramos es perfecto. Cuando se equivoque, se reconoce. Como lo bueno que tiene, que no es poco. Además, es madridista. De los nuestros.
Odio los tatuajes pero me da igual si Sergio Ramos tiene 5 o 50. Me da igual como vista. Solo quiero que rinda en el campo como el sabe rendir. Y cuando me enfado con el siempre puedo volver al orgasmico minuto 93 y se me pasa. Que le vamos a hacer. Si señor, es de los nuestros. Y me he reído mucho con el artículo. Genial.
Me alegro de que estés a la procura de buenos augurios, Sir John. Ojalá este lo sea, como el mítico abrigo.