Las palabras son tan maravillosas que, incluso las más comunes, adquieren de pronto una profundidad y un significado que uno no espera. Una nueva dimensión que les dota de sentido completo. El contexto sirve para que cobren toda esa fuerza. Quizá por eso Don Raimundo Saporta (qepd) siempre fue y sigue siendo el Señor Saporta. Un hombre ejemplar, extraordinario, cuyo señorío nunca le impidió ser el ´Tío Rai´ para tantos y tantos jugadores que nunca dejaron de acudir a él en busca de consejo o, simplemente, para visitarle en las largas tardes que pasaba despachando asuntos en el chalé de la calle Serrano donde atendía sus responsabilidades como directivo de la Federación Internacional de Baloncesto.
Los logros de Saporta, aquel muchacho que encandiló a Don Santiago Bernabéu, constan sobradamente. Estas líneas no tienen por objetivo abundar en la abrumadora herencia que dejó como gestor y eterno hombre en la sombra. Lo que pretenden es aportar una pincelada que refleje su categoría humana, razón que justifica el honor de escribirlas.
Hace ya muchos años, en el arranque de mi camino periodístico, disfruté de la grandeza personal de Don Raimundo. La mayor parte de las ocasiones como consecuencia de la tarea informativa y la cobertura de la actividad de la FIBA, a cuya Comisión de Prensa pertenecí en una de las grandes experiencias que guardo conmigo. Tras cada reunión del Comité Central o de la Comisión Permanente para Europa, casi siempre en la antigua sede muniquesa de la Boechsrider Strasse, siempre había una llamada en la redacción desde el Holiday Inn de la capital bávara donde se alojaba.Un acento afrancesado inconfundible al otro lado del aparato arrancaba la conversación.
Don Raimundo se tomaba la molestia de comunicarme las cuestiones relevantes, las sedes elegidas para los campeonatos, las discusiones de la Comisión Técnica, lo que fuera oportuno. Y, del mismo modo que el diálogo empezaba, la misma educación ilustrada ponía el punto final sin olvidar nunca un pequeño recordatorio:
-Señor Muñoa, muchas gracias. Y recuerde que usted y yo no hemos hablado.
Y eso que jamás reveló ni un solo dato que dañase los intereses de la Federación Internacional.
Por si esa deferencia no era ya suficiente para un imberbe aspirante a Tintín, Don Raimundo me hizo uno de los mayores honores que he recibido en mi vida. Y no fue a cuenta de la FIBA, sino del Real Madrid. Y, más en concreto, de unas elecciones a la presidencia del club en las que Ramón Mendoza y Lorenzo Sanz andaban muy enzarzados. Saporta sentía cierto pudor hacia los focos, pero el rifirrafe presidencial le inquietaba por las posibles consecuencias que el fragor de los candidatos pudiera tener para la imagen de la entidad madridista.
Su preocupación alcanzó tal extremo que, un día, ocupado en la redacción, recibí una llamada. Al descolgar escuché el timbre afrancesado que habitualmente explicaba los entresijos de la FIBA al término de las reuniones en Múnich y en otras ciudades.De forma muy concisa, Don Raimundo me anunció su intención de hacer unas declaraciones para intentar poner mesura en los comicios al sillón presidencial del Bernabéu (esta vez con su nombre por delante), y me preguntó si no me importaría encontrarme con él a la mañana siguiente en su casa del Paseo de la Castellana. Lógicamente accedí. Y además le di las gracias por la confianza que me demostraba.
En efecto, a la hora convenida llamé al timbre y, en unos segundos, la puerta se abrió y la señora encargada del servicio me invitó a pasar. Con mucha amabilidad, me condujo al salón y me rogó que esperase un momento mientras el señor Saporta terminaba de atender un asunto en el despacho. Yo estaba bastante impresionado.
Un momento después, Don Raimundo apareció con su imponente figura, me saludó con mucha seriedad y también mucha calidez y, antes de pronunciar una sola palabra sobre las elecciones madridistas, dedicó un tiempo a dejar claras unas cuantas cosas que yo no olvidaré.
Me dio las gracias de forma tan sincera que me empezó a pesar la responsabilidad de no estar a la altura de las circunstancias. Como muestra de agradecimiento, me regaló un llavero del Comité Olímpico Internacional y una preciosa insignia de la FIBA que aún guardo como oro en paño.A continuación, me dijo que podía escribir todo lo que iba a manifestar y que estaba completamente convencido de que sabría reflejarlo fielmente.
Al cabo de un intenso alegato en pro del buen nombre del Real Madrid, y un ruego por la cordura en el debate por la presidencia entre Mendoza y Sanz, la entrevista tocó a su fin. Don Raimundo reiteró el agradecimiento que ya me había expresado nada más encontrarnos en el salón de casa y, justo antes de estrecharme la mano, me miró fijamente y me despidió de una forma que quedó grabada para los restos en mi mente.
-Sepa usted que es el primer periodista que ha puesto un pie en mi casa. También el último.
Toda una anécdota y todo un honor