La semana viene agitada por la derrota en Sevilla. El madridismo anda revolucionado, pidiendo cabezas de turco y vendiendo jugadores como si esto fuera el FIFA. Quizá por eso lo mejor sea relajarse, echar la vista atrás y tirar de recuerdos inolvidables que nos permitan evadirnos, aunque sea unos minutos, de este día a día que parece conducir a una tragedia cuando todavía estamos en noviembre y la primavera ni se intuye.
Quizá lo mejor sea, repito, acabar una trilogía que empecé hace semanas. Hagamos memoria hasta llegar a los segundos que hay antes de la tormenta.
Real Madrid 4-2 Atlético de Madrid | 5 de noviembre de 1994
Han pasado más de dos décadas desde que Raúl González marcó su primer gol con el Real Madrid. El que junta estas líneas era un niño cuando el mítico ‘siete’ empezó a forjar su leyenda a base de mandar balones a la red. El comienzo fue en un derbi días después de fallar hasta lo impensable en La Romareda. Como buen madridista, Raúl esperó al vecino para abrir su particular tarro de las esencias. Aquel gol -el 3-1 a un Atlético que ya intuía los años de penuria que le esperaban- fue una especie de aviso que por aquel entonces ninguno captamos: "tú serás mi juguete preferido”.
Todos recordamos ese tanto. Fue de primeras, apareciendo en el área con el entusiasmo que siempre lo acompañó. Zurdazo a la escuadra ante la congelada mirada de rivales y la fogosa espera de una afición que todavía idolatraba a Emilio Butragueño. La puso ahí, sí, donde quedan las telarañas que solo desaparecen si un balón las golpea. El enviado por Raúl lo hizo.
Sin embargo, la clave de ese gol, más allá de Raúl, estuvo en la figura de Michael Laudrup. El danés dejó pasar un balón en el centro del campo en una acción que parecía intrascendente. Cuando el esférico llegó instantes después a sus pies, él tenía ya dibujada en la mente la jugada posterior y el desenlace. Envió un pase al corazón del área mientras su mirada indicaba el camino contrario. Si le mirabas a los ojos estabas perdido. Si mirabas el balón, también. Su precisión y velocidad de ejecución siempre estuvieron por encima de la intuición rival. La asistencia, que nació en el exterior de su pierna derecha, fue un regalo maravilloso segundos antes de la tormenta.
Real Madrid 4-2 Villarreal | 9 de enero de 2011
Nos acercábamos al minuto nueve de un partido que el Real Madrid ya perdía 0-1. Acababa de empezar el año y los niños todavía jugaban con los regalos de los Reyes Magos. En el Bernabéu, mientras tanto, una de esas noches que se tornan mágicas cuando esperas lo contrario. Aunque reconozco que los partidos del Real Madrid en esas fechas suelen ser espectaculares. Todavía recuerdo ese gol de Zidane al Deportivo de La Coruña un cinco de enero de 2002.
En el tanto que nos ocupa ahora también hay acento francés, aunque no del mejor jugador que han visto mis ojos. Se trata de Karim Benzema, ese hombre aparentemente frío y controvertido capaz de darle sentido a jugadas cuyo guión las llevaba a morir antes de llegar a la orilla. Ante el Villarreal, con el marcador en contra, lo volvió a hacer.
Recibió en banda izquierda y rápido orientó el ataque hacia el centro, el lugar donde aparecen las mejores asociaciones. Allí se juntó con Özil para poner la llave en la cerradura. Karim se la dejó a su compañero y ocupó zona vacía esperando que el balón volviera a sus pies. Cuando eso sucedió, se paró, levantó la cabeza y esperó. Si Benzema se para y espera es porque sabe que encontrará un hueco donde otros ven muros. Özil aguantó la línea y Benzema midió el envío para que el Bernabéu se encendiese y el alemán se quedase en posición perfecta para darle el pase de la muerte a Cristiano Ronaldo. Karim le dio sentido a todo segundos antes de la tormenta.
Villarreal 1-1 Real Madrid | 21 de marzo de 2012
El Real Madrid de José Mourinho no jugaba a nada y era defensivo, pero, a veces, sus jugadores inventaban acciones geniales que permanecen todavía hoy guardadas en nuestra memoria. Una de esas tuvo lugar durante la Liga de los récords, ese campeonato en el que el rácano equipo blanco sumó 100 puntos y 121 goles a base de pelotazos, protestas al árbitro y trifulcas que avergonzaron a Vicente Del Bosque.
El gol del que os habló no sirvió para ganar, aunque realmente da igual. Si Villar fuera un hombre justo, ese partido habría acabado 1-2 en vez de 1-1 por el simple hecho de la belleza del tanto. Lo que he dicho es una soberana estupidez, sí, pero me sirve para rellenar un párrafo que aparentemente iba a quedarme vacío. Lo celebro.
Arrancó Cristiano Ronaldo por la izquierda cuando todavía era ese Cristiano de largo recorrido y zancada portentosa. Su conexión con Özil en esa acción fue rápida, quirúrgica. A día de hoy hay jugadores del Villarreal que siguen girando el cuello en busca de un balón que solo vieron cuando ya besaba la red.
¿Qué pasó? Todos lo recordaréis. Cristiano recibió de Marcelo y voló en diagonal hacia el centro. En su camino encontró a Özil, al que no dudó en darle la pelota. El alemán no quiso controlar, pero tampoco hacer algo vulgar. “Se la devuelvo de tacón”, debió pensar. Y así sucedió. Su pase generó erecciones en un madridismo que sabía que la acción terminaría en gol al ver a Cristiano mano a mano con el portero. El portugués regateó al guardameta y marcó a placer. Muchos compañeros felicitaron a Özil por lo que hizo segundos antes de la tormenta.
Son esos recuerdos los que te dejan una sensación de profundo bienestar. Por momentos olvido a la gente fea que nos rodea intentando convencernos de que todo lo que nos rodea es mierda.
Gracias Quillo por recordarmelo.
Si el texto de Quillo ha provocado tal cosa, felicitamos al autor y nos decimos "misión cumplida".