Buenos días, amigos. Se acabó el mundial de la ignominia. Hoy hay mucha gente pensando que los 6500 esclavos muertos en la construcción de los estadios valieron la pena porque se vivió una gran final, o porque ganó su equipo apetecido.
La verdad es que no. La verdad es que el magnífico espectáculo futbolístico que se vivió entre Argentina y Francia no vale ni una sola de esas vidas, ante cuya extinción la comunidad internacional ha preferido mirar para otro lado por un puñado de dólares teñidos de sangre y de petróleo.
Vergüenza. Vergüenza insondable.
Hablamos de dólares en sentido crudo, porque se acabó también el mundial de los sacos de billetes confiscados por la policía en Bruselas, el mundial (en La Galerna nos hemos enorgullecido hasta el último minuto de escribirlo en minúscula) que se han comprado quienes dirigen dictatorialmente un régimen incalificable. ¿Se han comprado también el ganador? No hay forma de probarlo, y además Argentina hizo acopio de abundantes méritos deportivos durante su desarrollo, pero escaman las manifestaciones de favoritismo argentino por parte del Emir y de Infantino puestas en contexto con decisiones arbitrales discutibilísimas en la final y antes de la misma.
Pero se ha acabado. Esa es la gran noticia. Queda atrás como una excrecencia de la historia de occidente, que en el pretexto ingenuo de convertirse en agente de cambio de un régimen déspota (pero ¿qué cambio, cuando 6500 hombres han muerto de calor y sed en las mismas gradas?) se han hecho los tontos ante la ignominia. Que les cundan los sacos de cash antes de que la pasma irrumpa en su casa y les dé su merecido.
No sabemos si será verdad lo que Mundo Deportivo proclama como dogma de fe en su portada de hoy. Aunque haya ganado un mundial, sigue habiendo argumentos para negar que Messi sea el mejor de la historia. Por ejemplo, que hay muchos “mejores de la historia”, y que el juicio subjetivo siempre interferirá para designar uno en concreto, ejercicio por tanto vacuo. Por ejemplo, también, que al mejor de la historia no pueden haberlo humillado repetidamente en la mejor competición de clubes (Juve, Roma, Liverpool, PSG, Bayern…) sin que eso haga muy seria mella en su prestigio, por mucho que luego haya ganado el mundial.
Si por el contrario aceptamos la premisa messiánica, según la cual es el mejor que han visto los siglos y punto, ello no hace sino engrandecer más aún la estrella del Real Madrid, club que habrá sido capaz entonces de vivir la segunda mejor etapa de su historia (5 Champions en 9 años) conviviendo y compitiendo, desde el otro lado, con un titán de estas características. El tamaño de tu adversario define en gran medida el tuyo, y el batirle es tanto más meritorio cuanto más inmensa sea su magnitud.
Sport alcanza el éxtasis místico, y nos revela la existencia de Dios y sus pruebas. Percibimos no obstante, todavía, algunas diferencias entre Santo Tomás de Aquino y Lluís Mascaró, pero será cosa nuestra.
El caso es que a Sport convendría recordarle que lo de ayer no va a implicar incorporación alguna a la sala de trofeos del FC Barcelona. También habrá que recordarle que Messi (o D10s, como de forma harto hortera le denominan) ya no juega allí. Se marchó tras arruinarles, por mucho que un enternecedor síndrome de Estocolmo les impida recordarlo.
Marca hace un juego de palabras un tanto raruno que le sale regulero, pero se entiende perfectamente el mensaje, o sea, que se alegran mucho. El partido fue tremendo, eso es un hecho, aunque habrá que consignar (no lo vemos por aquí) lo dudosísimo del penalti que abre el marcador, la permisividad arbitral con el cancherismo argentino y otras cuantas cosas más, como las facilidades otorgadas por un Deschamps profundamente incompetente, que fue incapaz en prácticamente todo el mundial de dar la titularidad a un Camavinga que demostró merecerla en los minutos que tuvo. En cuanto a Tchouaméni, por seguir con los dos madridistas derrotados, y a pesar de haber fallado el penalti de su tanda, ha sido el mundial de su consagración absoluta como el mejor medio centro en potencia de todo el planeta.
As sigue en la misma línea cavernaria y centralecherística de Marca, por supuesto, y celebra el mundial argentino como si lo hubiera ganado, yo qué sé, España. Por nuestra parte, felicitamos a todos los argentinos que se alegren con esta victoria sin querer extraprolarla a donde no tiene extrapolación (es decir, al fútbol de clubes) y muy especialmente a los miles de madridistas argentinos, muchos de los cuales son seguidores nuestros.
Felicitamos también a quienes fueran capaces de disfrutar del enorme partido de ayer pasando por alto cuán repleto de culpa —por acción y omisión— está el escenario en el que se celebró.
Adiós, Catar. Hasta nunca.
Pasad un buen día.
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