Schadenfreude: término alemán que designa el sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro.
Cuando la noche del sábado Miguel Ángel Ortiz Arias decretó el final del partido que enfrentaba al Barcelona y al Valencia, no pude contener un alarido tan desmesurado como sincero. Un “¡Vamos!” gutural, primitivo y catártico, que atrajo una multitud de miradas entre reprobadoras y curiosas, y que hizo que mi acompañante, poco acostumbrada a excesos verbales por mi parte, hubiera de esconder su rostro entre la carta de bebidas.
Me miré. Acababa de jalear un empate del Valencia, un equipo habitualmente hostil con el mío, y lo había hecho de una manera radicalmente entusiasta, como una suerte de Joan Fuster redivivo —o acaso más, pues pensándolo bien, ¿no hubiese ido Fuster con el Barça?—. Por si fuera poco, me resultaba imposible reprimir la sonrisa cada vez que el realizador de televisión enfocaba la cara contrariada de Xavi Hernández. Todo esto por un empate en la competición doméstica, en un torneo para cuya resolución aún queda un buen puñado de meses. Daba igual, mi felicidad era ridículamente plena, de modo que me apresuré a pagar y nos marchamos, reconozco que un poco avergonzado ante mi euforia no apaciguable. Aunque, ya en la calle, me pareció adivinar esbozos de alegría similares, deficientemente disimulados, en los rostros de jóvenes salpicados aquí y allá.
Otras veces se ha reflexionado sobre la relación fluctuante que la afición del Madrid tiene con el Barça. Dentro de un antagonismo perenne, ha habido épocas de mayor ardor y otras de mayor indulgencia. Sin embargo, los madridistas millennials poseemos unas características generacionales diferentes al resto de la hinchada blanca. Crecidos bajo una hegemonía barcelonista, constituimos el primer sector blanco que, sin entrar en detalle en los motivos más o menos justos, por momentos se ha sentido inferior al eterno rival. Algo impensable, casi una aporía ontológica, para el carácter del madridismo tradicional. Y eso que los que nos enfrentamos al abismo de la treintena aún conservamos un recuerdo vago de épocas en las que el Barcelona, a lomos de Gaspart y Van Gaal, parecía una caricatura insignificante. Los benjamines merengues ni eso tuvieron: fueron arrojados al mundo de Rijkaard, Ronaldinho, Xavi, Messi y Pep, ríase usted de lo que hacían los espartanos con los bebés que no les convencían.
Cuando acabó el partido que enfrentaba al Barcelona y al Valencia, no pude contener un alarido tan desmesurado como sincero. Un “¡Vamos!” gutural, primitivo y catártico
Por otro lado, aunque las derrotas del FCB se convirtieron, vía reducción de la oferta, en trufas tan escasas como exquisitas, no todo nuestro complejo puede explicarse con un manual de economía: había un eje discursivo aún más importante que el deportivo, incluso. Lo expliqué una vez y lo haré ciento, si es preciso: los triunfos del Barcelona siempre venían acompañados de lecciones de urbanidad, de condescendencia civilizadora, de pedagogía social. Una superioridad estética y moral embadurnaba sus logros, a priori incontestables. Goles, títulos, buen juego, futbolistas de la cantera, apología de la modestia, templanza frente al derroche. Ni un asidero dejaron. Y, además, demostraban una absoluta convicción de que el mañana les pertenecía. El madridista medio se sentía como en la escena de Cabaret, rodeado de guapos alemanes que entonan una canción, emocionante y bellísima, que te sitúa cruelmente al margen de una corriente colectiva de trascendencia. Feo y apestado. Algunos todavía recordamos la media sonrisilla de Hernández, aupado al pedestal, aplicando el látigo más doloroso posible: el de la condescendencia. “[Estos del Madrid] Son la h*****, no saben perder”.
Se me dirá que de esto hace ya un tiempo, se me dirá que el Madrid se sobrepuso a todo y volvió a ganar como en su época dorada, se me dirá que nuestra autoestima se halla perfectamente reconstruida, se me dirá que el propio Barça ha visto parcialmente embarrados sus triunfos con las nuevas informaciones destapadas. Todo eso es cierto. Pero, así como en el amor hay cicatrices indelebles, aquel legado permanece adherido a nuestro subconsciente. Y precisamente Xavi Hernández constituye uno de sus principales símbolos, mascarón de proa de aquella arrogante armada a la que no le bastaba con derrotarnos, sino que pretendía convencernos de nuestra insignificancia. De modo que basta un empate inesperado en Mestalla para que, una fría noche de diciembre, nos sorprendamos radiantes ante la desgracia ajena.
Habrá culés doloridos con este texto que, para defenderse, se acuerden de Schopenhauer y argumenten que esta sincera confesión les garantiza una pequeña victoria aún en sus derrotas. No les quito del todo la razón, y les invito a que, para conservar el triunfo moral que tanto les gusta, mantengan a Xavi en el banquillo de su club lo máximo posible. Se acerca la Navidad, tiempo de ser magnánimos y generosos. Al fin y al caso, así todos contentos.
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Buen artículo, sincera confesión que, en mayor o menor parte compartimos todos los madridistas. Y sí, larga vida a Xavier Hernández Creus en el banquillo culé. Como dice el gran Quillo Barrios, "Xavi Hernández, gracias por tanto, perdón por tan poco" 🙂
Todo en la historia del Fraude Corrupción Sobornalona es una mentira, desde su antifranquismo hasta su ataque al Madrid por franquista cuando todo era una excusa para minusvalorar los títulos merengues y lo a gran distancia que había con los culers hasta su etapa de supuesto la a éxitos más reciente en donde digo supuestos porque la corrupción continuada empaña todo aunque ellos no lo quieran reconocer.
Luego ya como dice el artículo si a eso le añadimos esa superioridad moral con la que intentaban volver a ganar el relato propagandístico con lo de UNICEF, cantera contra cartera, estilo de juego etc ya acaba dando un equipo con un enorme complejo de inferioridad que siempre se sentirán unos segundones ante el Real Madrid y siempre intentarán aplicar la frase que se le atribuye a Goebbles de que una mentira repetida 1000 veces acaba transformandose en realidad. Y ese axioma es sin duda una gran mentira que solo los fanáticos se lo creen.
Hay que ver cómo han cambiado los tiempos, que ahora mismo hay una coincidencia total entre Jan Laporta y la gran mayoría de aficionados del Real Madrid al considerar a Xavi como el mejor entrenador posible para el Barcelona
Hegemonía Barcelonista? Habéis visto ganar 5 champions en menos de 10 años... o es que te crees lo que cuenta la prensa...
Desconocía la existencia de este concepto expresado en un término , aunque fuera en alemán.
Parece ser que tal palabra no es atribuible, en cuanto autoría, a ningún pensador en concreto.
Confieso que el schadenfreude , como sentimiento, uno ya lo tenía desarrollado desde muy chinorri, en general . Y aplicado al Farçalona, particularmente, desde los 5 años. Además tenía unos amiguitos culés , mayores. que eran tan capullos que la rivalidad deportiva ya la extendían a otros ámbitos, número de habitantes , tener mar, parque móvil (vehículos), renta por habitantes... eso ya en tiempos de Franco. La madrileñofobia data de muy antiguo. Hace más de un siglo ya se daba.