A cuenta de los incidentes del reciente Osasuna-Barcelona, el Comité de Competición ha sancionado a dos jugadores del Barça, a uno en vida y al otro allá donde esté.
A Lewandowski le han caído tres partidos por hacer un gesto despectivo (“usted esnifa”, “usted toma decisiones que apestan”, “a usted le huelen los pies”, qué más da) al colegiado, el mismo al que Piqué —el sancionado póstumo— insultó gravemente al término del choque. Se cagó en su puta madre, en la puta (siempre según Geri) madre del trencilla, así, literalmente, cuestión por la que se anuncia que le caen cuatro partidos. Cuatro partidos que Piqué se lleva al otro mundo. Uno más que Lewandowski, el vivo. Queda aritméticamente demostrado que un partido de fútbol puede ser cuestión de vida o muerte.
El polaco vivo cumplirá su condena (tres partidos de Liga en los que confío que su equipo le eche mucho de menos), pero el polaco fenecido no, por cuanto lo está (fenecido, metafóricamente, claro). Piqué se ha retirado, por lo que no pueden aplicársele sanciones. Quedan así sus cuatro partidos de sanción en el ámbito de lo simbólico, como los cuatro polvos que pensaba descerrajar aquel famoso empresario al que la Viagra le obró antes de tiempo y solo por vía cardiovascular. Que te sancionen después de (metafóricamente) muerto no tiene más que ventajas. Un encofrador levantino porfió en cometer cuantas sanciones de tráfico le dieran tiempo en 24 horas, solo para convertirlas en simbólicas vía su posterior suicidio. Una multa que llega en su sobre a la casa de un muerto es como una cuenta de Twitter que sigue ahí cuando el titular ya pasó al otro barrio, como su nombre formando aún parte de la lista de contactos en tu móvil. No lo quieres borrar pero no pasaría nada por hacerlo, como esas putamadreadas con las que Geri quiso despedirse del fútbol porque por qué no, por irse con un gesto a la altura de lo que ha sido, porque el insultar (como el saber) nunca ha ocupado lugar para él. Piqué no se ha ido al más allá pero sí lo suficientemente lejos como para que las multas no le alcancen. ¿Quién no firmaría un corazón que aún late pero ya no se acelera ante la perspectiva del poder coercitivo de los municipales o de la RFEF?
A cuenta de los incidentes del reciente Osasuna-Barcelona, el Comité de Competición ha sancionado a dos jugadores del Barça, a uno en vida y al otro allá donde esté
Para Rubi ha tenido que ser un alivio el que la sanción a su socio sólo pueda tener un carácter cosmético. Habría sido muy incómodo tener que meter la mano en el mismo bolsillo que otrora le llenó, o privarle de jugar partidos destinados a dejar al Barça en el lugar que ambos necesitaban para el negoci marchara. Al negoci tampoco llegan las sanciones. Que podría ser, eh. “Como usted se ha retirado, los cuatro partidos de sanción se canjearán por cuatro Supercopas arábigas sin facturar”. Pero no.
El período activo de un futbolista es el comienzo y el fin de su tiempo para merecer y desmerecer, pero también para purgar sus culpas. No así para recibir homenajes que suelen prodigarse al que fue por lo grande que fue. En el caso de Geri hasta eso se pone difícil, porque Geri solo fue grande en un ámbito muy concreto, que es el estrictamente futbolístico. No está mal, si se piensa. Poca gente reina en varios ámbitos, y los grandes futbolistas no tienen por qué ser también personas decentes. Hoy, por ejemplo, se ha sabido que Piqué, además de cagarse en las putas madres de los árbitros (putas siempre según Piqué), inyectó muchos millones de dólares en su FC Andorra tras cobrarlos de sus chanchullos con Rubi, que es justamente la persona que rige la competición en la cual juega su FC Andorra. Parece chungo, pero es natural. A la muerte le sucede exactamente lo mismo.
Eso sí, mucho nos tenemos (ay) que la faceta de businessman de Piqué no se rige por las mismas leyes que la otra, y que una eventual jubilación en ese apartado no supondrá, en cambio, la extinción de la obligatoriedad de cumplir con las sanciones que se le impongan. Lo que pasa es que tendrán que esperar, que estas cosas se cocinan en el palco del Bernabéu y por allí, hasta bien entrado el mes de enero, no aparecerá ni el proverbial Tato.
Getty Images.
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