En mi barrio había un pequeño kiosco donde se cambiaban los cómics y las novelas del Oeste. Mi padre, gran devorador de Marcial Lafuente Estefanía y Zane Grey, me daba media docena de ellas y me mandaba al kiosco a cambiarlas. Yo casi siempre aprovechaba el viaje y hacía lo mismo con mis cómics de Spider-man, La Masa (en aquella época nadie le llamaba Hulk) o el Capitán Trueno. Cuando llegaba al kiosco el dueño sacaba un par de cajas, una llena de novelas y otra de cómics y yo, con los nervios de aquellos pioneros que buscaban pepitas de oro, revolvía y revolvía aquellos cajones en busca de algún nuevo tesoro. “La caricia de los Colts”, “El herrero de El Paso”, “Doctor Látigo” o “Kansas, el tahúr” salían a mi encuentro con aquellas coloridas portadas llenas de caballos, reses, oro, cantimploras, diligencias, estrellas, rifles y duros vaqueros que siempre medían seis pies y medio.
Como era incapaz de memorizar los títulos de todas las novelas que regularmente le llevaba a mi padre, intentaba guiarme por las portadas. Estoy convencido de que más de una vez erré en mi elección pero él jamás me dijo nada. Me daba las gracias, cogía las novelas con una sonrisa e inmediatamente se sentaba en su sillón a leerlas (o releerlas).
Con los cómics mis problemas eran otros. Sabía perfectamente cuáles había leído pero casi siempre aparecían los mismos en el cajón. Muchos habían pasado por tantas manos que ya estaban ajados y marchitos, como si su vida estuviese terminando, como si el otoño fuese a terminar con sus hojas. Por eso cuando encontraba uno nuevo, casi intacto, sin manosear, listo para su disfrute, me abalanzaba sobre él como si hubiese descubierto un filón. Había olvidado esa maravillosa sensación hacía muchos años. Ya no recordaba lo que era encontrar un nuevo Superhéroe capaz de salvar el mundo y de paso mis largas tardes infantiles. Hasta hace unos días. Hasta el partido contra el Alavés. Hasta que Sanchezmán entró en mi vida.
Aquellos superhéroes siempre nacían de una casualidad. Estaban en el momento justo y en el sitio adecuado para ser picados por una araña radioactiva o para ser bañados por una explosión repleta de rayos gamma. Lo que no mata engorda y uno pasaba de ser un escuchimizado estudiante con gafas a una fibrosa y escurridiza araña capaz de subir por las paredes.
Algo tenía que haber en el aire de Vitoria para que Sánchez Martínez (acá Sanchezmán) pasase de ser un simple árbitro a ser un superhéroe con capa, tarjeta y silbato. Este titán pitó dos penaltis a favor del Madrid (ambos lo eran) y se quedó tan tranquilo, impertérrito, mirando al tendido, como quien baja el gatito de una ancianita de un árbol y luego se lo entrega solícito y con una sonrisa capaz de derretir témpanos.
Yo, que he visto a Superman cambiar el giro de la tierra y a La Masa destrozar un tanque a mordiscos, contemplé aquella hazaña atemorizado, escondido debajo del sofá y con las manos tapándome la cara. Acojonado, vamos. Ese honrado hombre de negro tenía la piel verde, había crecido un par de metros y estaba a punto de enfrentarse al supervillano Arminio con un simple silbato como arma. Este semidiós, este Sanchezmán murciano (los de Kripton nacen donde les da la gana) llega al vestuario, se cambia como si estuviese en una cabina de teléfono y sale al estadio como los toreros salen al ruedo. Es un hombre normal, un empleado invisible, y de repente, se enfunda su traje negro, mete sus dos tarjetas de color en el bolsillo, carga su silbato de telaraña y se transforma en un Superhéroe capaz de hacer tambalear los cimientos del fútbol español detectando penaltis con sus infalibles rayos X.
28 partidos llevaban sin pitarle un penalti al Madrid. ¡28! Y este hombre de repente, sin previo aviso, va y le pita ¡DOS! Ante esta gesta, ante una proeza de este calibre, el resto de los superhéroes se lo haría encima. Antes de pitar un penalti a favor del Madrid y enfrentarse a la ira de Arminio, los mismísimos Cuatro Fantásticos se pegarían fuego con La Antorcha y Thor se golpearía los sesos con su martillo hasta quedarse tonto. No todos pueden llegar al estadio volando, dejando tras de sí un reguero de dignidad y decencia como hizo este adalid de la justicia.
Me ha costado. Me ha costado mucho. Años y años sin encontrar un verdadero Superhéroe y de repente llegó él: José María Sánchez Martínez.
¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡No! Es Sanchezmán.
jajaja jajaja buenísimo, como casi siempre, Fred! 😉
Muymuymuy bueno.En cuanto al alquiler de novelas,yo las alquilaba para mi,del oeste, casi siempre de Estefania o a vecrs,del FBI,en el carrillo de Pepito,en el Parque Santa Catalina (Las Palmas).
Del arbitro,pense casi lo mismo que vd.,pero vd.lo cuenta,admirablemente.
Otra cosa,¿como es posible que la mayoria de los "cronistas deportivos"incluido la tv. que dio el partido digan"PENALTI DUDOSO"?Hay una imagen,que yo grave y luego la pare y es CLARISIMO,pero claro,el tema esta en sembrar la duda,que aunque se aclare a posteriori,algo queda.baybay......
Buenas tardes Fred, divertida y aleccionadora crónica sobre las hazañas de un hombre sencillo
transformado en super héroe, mucho me temo que nuestro héroe el año que viene las hará en
2ª división, el lado oscuro de la fuerza no perdona.
Saludos blancos, castellanos y comuneros
Muy bonita crónica. No todo está perdido, siempre habrá un valiente que haga justicia a pesar de tener que vérselas con tantos rufianes.