Desconfío de quien no quiere el VAR, que viene a ser una red de cámaras y monitores de televisión, generalmente japoneses, cuya finalidad es evitar que un equipo se vaya a Segunda, o se elimine de una Champions, o se quede fuera de Europa, o gane la final de un Mundial por un gol en fuera de juego, con la mano o merced a un piscinazo infame dentro del área. No veo diferencia alguna entre pedir la supresión del VAR y querer impugnar una condena por asesinato que ha sido probado gracias a la grabación de una cámara de videovigilancia en la entrada de una tienda frente a la cual ha amanecido un cadáver. Sería ridículo decirle al juez: “Lo bonito, Señoría, es investigar como se ha hecho toda la vida: con lupa, pipa, gabardina y tomando huellas dactilares. Es la salsa del crimen. Y si no se atrapa al asesino, mala suerte. ¡A veces te dan y a veces te quitan!”.
No veo diferencia alguna entre pedir la supresión del VAR y querer impugnar una condena por asesinato que ha sido probado gracias a la grabación de una cámara de videovigilancia en la entrada de una tienda frente a la cual ha amanecido un cadáver
Las enmiendas están generalmente mal planteadas. No es la tecnología, más objetiva que todos los censores del VAR juntos, la que comete errores. No es la pistola la que mata, sino quien aprieta el gatillo. El ser humano. Los árbitros. Muy especialmente los nuestros. Y para calificar de “errores” todas las veces en las que, con demoledores elementos de juicio a su disposición, no aplican el reglamento, hay que ser cándido e ingenuo, porque sobran indicios para sospechar de prevaricación. Basta con revisar esos últimos 15 años de Villar en los que el Real Madrid fue el único grande de Europa en ver más rojas en contra que a favor, curiosamente desde que apoyó infructuosamente en las elecciones federativas a su rival en la carrera Gerardo González. O, sin irnos tan lejos, y ya con el VAR implantado, hace dos Ligas cuando al Madrid no le permitieron conquistarla después de arbitrajes clamorosos en su contra en Vitoria, Donosti, Pamplona, Elche, Metropolitano, Getafe, Villarreal y unos cuántos más.
Recientemente Orfeo Suárez, riguroso periodista, publicaba en ‘El Mundo’ un artículo donde se cuestionaba la inacción del Gobierno contra Luis Rubiales tras los hechos constitutivos de varios supuestos delitos, así como de un flagrante conflicto de intereses, destapados en esas conversaciones reveladas por ‘El Confidencial’, por otro lado de muy mal gusto, que dejaban en pésimo lugar profesional y humano tanto al presidente de la RFEF como al futbolista del FC Barcelona Gerard Piqué. En ese texto, un máximo dirigente de Primera división, a quien el periodista preservaba el anonimato, aseguraba: “Los presidentes de los clubes callamos por miedo a los árbitros”.
Cuando FIFA, que sólo organiza los Mundiales de Clubes y Selecciones, instada por el éxito incontestable de la tecnología arbitral en el mundo del tenis, el rugby o el deporte norteamericano, decidió implantar el VAR en el fútbol, en los pasillos de muchas federaciones nacionales, así como en los de la muy reticente UEFA, cundió el nerviosismo. Un modus operandi ancestral estaba en riesgo. Las cámaras restaban poder a estas federaciones, que como denuncia este dirigente, saben mantener a raya a sus enemigos en un deporte como el fútbol, donde una expulsión aquí y un penalti allá puede decidir el resultado tanto de un partido en concreto como, a la larga, de un campeonato. Te pueden aupar a la cima o empujar al abismo con arbitrajes sistemática y estratégicamente manipulados. Así sucedió siempre. Se disponía de la coartada perfecta: la velocidad a la que va el juego, la urgencia en la toma de decisiones, la imposibilidad de los árbitros de ver las jugadas repetidas en televisión, como sí puede hacer el espectador cómodamente en el sofá de su casa. El error humano, en definitiva, lo explicaba y amparaba todo. Con el VAR parecía obvio que estas federaciones perdían parte de su poder intimidatorio sobre los clubes, pues les restaría influencia sobre el desarrollo del juego a través del árbitro. Aunque después se ha visto que en menor medida de lo que en principio se podía prever, pues se siguen tomando decisiones inaceptables desde que los colegiados pueden ir al monitor a revisar las acciones más polémicas y relevantes. Y sin que haya consecuencias de ningún tipo. Con protocolos retorcidos e indefendibles, oscurantismo en las deliberaciones y un reglamento cada vez más confuso e interpretable (nadie sabe qué es mano y qué no lo es) se han manejado los arbitrajes desde que hay VAR en nuestro país.
Cuando FIFA, instada por el éxito incontestable de la tecnología arbitral en el mundo del tenis, el rugby o el deporte norteamericano, decidió implantar el VAR en el fútbol, en los pasillos de muchas federaciones nacionales, así como en los de la muy reticente UEFA, cundió el nerviosismo. Un modus operandi ancestral estaba en riesgo
A primeros de agosto se conoció que la Premier League, a otro nivel se mire por donde se mire, publicaría desde esta temporada las conversaciones mantenidas entre el árbitro de campo y la sala VOR respecto a todas las decisiones tomadas. Qué difícil se les haría a Munuera Montero y a su asistente en el VAR, González González, justificar públicamente por qué el brutal codazo de Dembelé a Aihen en Anoeta no era merecedor de tarjeta roja. Es de los árbitros españoles, los que están en el verde y los que están en Las Rozas, y no de los monitores japoneses, el desprestigio cuando una agresión tan evidente se queda sin castigo. En un campo de fútbol hay 40 cámaras de televisión filmando con gran resolución todo lo que ocurre. Al espectador se le ofreció una única repetición, lejana, cenital y, sobre todo, sibilina, grabada al menos desde la Estación Espacial Internacional (igual que sucedió, por cierto, con la expulsión del espanyolista Sergi Gómez en Cornellá frente al Rayo en esa misma jornada), parece ser que porque La Liga quiere mandarle al planeta un mensaje: en nuestros campos no se agrede, los tacos son de algodón, los codos de goma y en el césped brotan margaritas. Mientras tanto, en la Premier, a años luz en cuanto a impacto económico, calidad del producto e interés global, se vio en directo y primerísimo plano, sin edulcorantes, la pelea entre Antonio Conte y Thomas Tuchel. Pero esta es otra historia en la que habrá más ocasiones de detenerse ahora que la censura ha dado un paso más en nuestro campeonato y no da señales de que vaya a detenerse.
El caso es que en Las Rozas sí tenían imágenes claras de la agresión de Dembelé. Y por los motivos que sean, decidieron no advertir al colegiado de la misma, lo que habría dejado al Barça con uno menos. Uno supone que, tras la pasada temporada, dantesca, del Barça, le quieren ahí arriba peleando hasta el final por una cuestión meramente económica, de valor del campeonato. Quizá también se trata del propio Barça y de mantenerle a flote en estos momentos de zozobra. Son hipótesis, supongo. Pero es una evidencia probada por indicios sólidos que los árbitros (La Federación y la Liga, que también interviene en las designaciones) han hecho y deshecho a su antojo antes del VAR y lo siguen haciendo ahora. La de Anoeta fue sólo una de las incontables decisiones arbitrales inexplicables con las que aún tendremos que comulgar en lo que queda de Liga. Y al que se le ocurra dudar se le llamará “conspiranoico”, se le tirará de las orejas por atacar a la integridad de algo tan incorruptible como es el Deporte y se le silenciará en la medida de lo posible. Aquí el que parece sobrar es el denunciante, no el criminal.
Hay mucho que pulir en el VAR para que una herramienta cuyo espíritu no es otro que el de impartir Justicia sea realmente efectiva. Esa transparencia de publicar las conversaciones entre los árbitros de campo y de la sala VOR haría casi imposible pitar ciertas cosas. Otra buena medida sería la de conceder dos revisiones a petición a cada equipo, el “challenge” yankee, lo que acabaría con la disparidad de criterios a la hora de intervenir o no el VAR o ir el árbitro de campo a ver una repetición en el monitor ante acciones idénticas, algo que ocurre constantemente. También habría que calibrar la precisión con la que se dilucida el fuera de juego, pues en España el punto más adelantado del atacante o más retrasado del defensor se marcan a ojo, ahí donde buenamente hace click con el ratón el técnico VAR de turno, y sin ni siquiera hacer zoom en la imagen. Coge el ratón, va al muñequito y… aquí un hombro, aquí una bota, la línea más o menos por aquí. Y punto. Una chapuza tremenda que se agrava cuando, en función del fotograma que utilicen, tienen un margen de varios metros para que un lance sea fuera de juego o no, a voluntad. Por supuesto, tener árbitros especializados en VAR significaría una mejora sustancial. El de Las Rozas y el del campo sólo tienen en común que deben conocer exhaustivamente el reglamento. Pero el árbitro de campo necesita estar físicamente muy bien, como los jugadores, y tener ciertas dotes diplomáticas, conectar con los futbolistas, conocerles, saber llevarles y, en definitiva, tener mano izquierda para dirigir un partido. En el VAR, sin embargo, nada impide al árbitro pesar 150 kilos y ser un perfecto patán en cuanto a relaciones sociales. Pero a lo mejor es un tipo rápido en la toma de decisiones, un gran observador, alguien muy hábil a la hora de cruzar datos. Como un controlador aéreo. Poco tiene que ver un puesto con el otro, son operativas muy diferentes. Se evitaría además ese conchabeo de “yo no te corrijo a ti porque no quiero que la semana que viene me corrijas tú a mí”.
La transparencia de publicar las conversaciones entre los árbitros de campo y de la sala VOR haría casi imposible pitar ciertas cosas. Otra buena medida sería la de conceder dos revisiones a petición a cada equipo, el “challenge” yankee, lo que acabaría con la disparidad de criterios a la hora de intervenir o no el VAR o ir el árbitro de campo a ver una repetición en el monitor ante acciones idénticas, algo que ocurre constantemente
No parece que sea pedir tanto. Sólo voluntad de hacer el fútbol algo más justo. De perfeccionar el VAR, una herramienta cuya naturaleza es intrínsecamente noble, y erradicar la corrupción (o la mera sospecha de su presencia) de un deporte que tantas pasiones levanta, que es una parte fundamental en la vida de millones de personas y que tantísimo volumen de negocio genera. Pero quizá sea ese precisamente el problema: desde que el mundo es mundo, donde hay dinero hay inmundicia alrededor. Difícil empresa parece la de querer poner una cámara allí donde hay poderosos interesados en que no veamos nada.
Getty Images.
Artículos anteriores de la serie:
- Salvar el VAR: El VAR debe decidir todas las jugadas de los partidos y no ser regido por los árbitros
- Salvar el VAR (2): El fin de la historia
- Salvar el VAR (3): A vueltas con el VAR
- Salvar el VAR (4): Simplificar el VAR para salvarlo
- Salvar el VAR (5): Espectáculo y transparencia
- Salvar el VAR (6): Quiero el VAR, pero con nuevos rostros
En mi opinión, es el artículo más acertado de los escritos hasta el momento con el tema "Salvar el VAR". Muchas felicidades, Paul.
Saludos
Correcto. No hay que dejar caer al FCB, se corre el riesgo de convertir la ya paupérrima Liga en una Ligue1 francesa que no interesaría a nadie. La corrupción nunca sale barata, el tinglado que tienen montado Tebas-Roures y Rubi-Geri es un lastre.