Salvar al soldado Lunin

Parece que el Madrid se desmiembra por donde no debería, igual que en algún momento se armó por dónde no era necesario. Se va a marchar Keylor y no (tantos) otros y va a venir en su lugar un guardameta con nombre casi sicalíptico de anatomía. Yo reconozco que lo mío con Courtois es fijación. No me puedo quitar de encima la sensación de que el Madrid compró un Jonás con fama de gran portero a precio de ganga, claro. Seguro que estoy equivocado porque mi fijación no responde a hechos ni a argumentos sino a una inquina natural, incontrolable. Tremendamente precisa en su subjetividad.

Y parece un buen hombre. No es nada personal, por supuesto. No lo conozco. Es una cuestión de ondas, de vibraciones. Es como cuando sabes que te va a gustar una chica. Tiene que ver con la mirada, el movimiento, el ademán. Eso se sabe. Courtois para mí es un gafe. Yo soy un marinero corriente y él es el guardiamarina Hollom a bordo de la Surprise. De hecho, hay una falta de viento alarmante en el Madrid que yo achaco supersticiosamente a su presencia. Nada de planificaciones, ni de gestiones, ni de cuestiones tan farragosas como razonables.

Yo veo las velas desplegadas sin moverse y miro con recelo a Courtois, allí tan absorto bajo esos palos que no deberían ser suyos. Yo miro en esa dirección y no a las nubes o a los cielos en busca de la brisa que empuje. El joven Lunin apareció antes que el belga ante nuestros ojos, pero la dichosa oportunidad repentina y cantada a los cuatro vientos oscureció de pronto el porvenir inmediato de Andrei, ese nombre tolstoiano. ¿Acaso no es “Andrei Lunin” un nombre como para hacerle al Madrid escribir la guerra y la paz”?

Andrei Lunin podría ser el nombre de una novela corta y sublime de Tolstoi venerada secretamente por Dostoievski. Andrei Lunin es el Hadji Murat del madridismo que el año pasado estuvo sentado en el banquillo del Leganés y este año lo mismo, pero en Valladolid, mientras el guardiamarina Courtois asiste sin respuestas con su extraña figura a la parálisis fantasmal de su barco. Es extraño, también, el incierto rumbo de esta fragata antaño belicosa. Cualquiera diría que ayer en Villarreal un indómito oficial británico decidió por su cuenta remover el espíritu de su fragata hechizada: dos goles y dos amarillas con el espíritu de un pirata orgulloso.

Yo me acuerdo de Lunin y veo su apuesta figura de aristócrata ruso oculta en las profundidades de equipos que luchan por la permanencia y me asalta una urgencia atroz por rescatarle como si fuera el último hermano Ryan (y mucho más) que queda vivo en la guerra. A Lunin habría que sacarlo de ese encierro sobrevenido que ya parece patológico. A ese hombre hay que lucirlo en el arco. Andrei Olekseiovich Lunin debería ser portero del Real Madrid por derechos de sangre. Yo veo en Lunin a un mariscal y en Courtois a un soldado de infantería.

El Madrid necesita carácter y estética. Jóvenes oficiales con el tremebundo carácter de Jovic, y centrocampistas duros a los que haya que cortarles las piernas para derribarlos. El Madrid necesita porteros imponentes y afamados como generales a caballo en la colina y eso era, es, Lunin, y no sé qué es lo que pasó. De pronto apareció este portero ajesulinado y el ejército no paró de replegarse y de confundirse en el marasmo.

Ya ven que mi análisis responde a estrictas consideraciones técnicas. Pero no puedo dejar de pensar en la hipotética y lejana (aun necesaria, según mis rigurosos cálculos parapsicológicos) marcha de Courtois como en un amanecer, mientras por el horizonte aparece la sombra de Lunin, que se acerca para cumplir con su destino, y al mismo tiempo, milagrosamente, se van sucediendo los fichajes imposibles de Pogba, Van de Beek, Mbappé y hasta el de Alicia a través del espejo en su regreso al mundo de las maravillas.