Al hilo del brillante y certero artículo escrito por José Emilio Santamaría y publicado ayer en este mismo website, estoy recordando una comida que mantuvimos con el gran mito madridista hace tan solo unos días Jesús Bengoechea, José Luis Llorente y un servidor.
Son muchas las cosas que llaman la atención de Don José Emilio: una cabeza perfectamente amueblada, una memoria prodigiosa, una finísima ironía, una manera de narrar digna de un orador y una amabilidad impropia de estos tiempos. Y todo ello, a sus 90 años recién cumplidos.
Le encanta hablar de su Madrid, como también de su Nacional de Montevideo, de su Uruguay natal – donde compartía su trabajo en el banco con su faceta como futbolista - y de sus raíces orensanas, de Ribadavia. Su conversación fluye desde la situación actual del equipo, pero su mente viaja fácil y velozmente hacia sus años dorados como integrante del plantel madridista con el que ganó tantos títulos y en donde fue considerado muchas veces como el mejor defensa central del mundo. De hecho, la FIFA lo incluyó en el XI ideal del Mundial de Suiza de 1954, en el que se tuvo que ver las caras en semifinales contra Hungría nada menos que con Ferenc Puskás, quien luego sería su compañero y amigo tantos años en Madrid.
Ni una palabra fuera de tono, ni un solo reproche, ni la más leve crítica sale de sus labios al hablar de su Madrid, del cual es socio desde hace más de 50 años, y no tiene mayor antigüedad ya que, como es sabido, Don Santiago prohibía a los jugadores que fuesen socios mientras seguían en activo.
Habla de los compañeros de entonces. Del brasileño Didí, un recién campeón del mundo con Brasil en 1958, y que sólo aguantó un año en el Real Madrid ya que abominaba de los terrenos de juego embarrados y encharcados del norte de España. También de su amigo Pancho, tan generoso siempre, que una tarde intempestiva de invierno al regresar a casa se quitó su abrigo para regalárselo a un mendigo que estaba a la intemperie. De la timidez de Raymond Kopa, jugador excelso que dio en Madrid tres de sus mejores temporadas. De Paco Gento, amigo ya desde hace 60 años, y al que siempre miraba el equipo cuando ya nadie tenía aliento ni piernas al final de cada partido. De Enrique Mateos, que lloró amargamente tras la final de Copa de Europa en 1959, ante el Stade de Reims, no por haber ganado ni por haber fallado el penalti que Alfredo Di Stéfano le cedió amablemente, sino porque en aquél momento se estaba jugando su renovación y temía que ese iba a ser su último partido como madridista. De Rial, que fue quien convenció a Don Santiago y al propio Santamaría para que “cruzara el charco” tras su paso glorioso por Nacional (con 5 títulos de Liga conseguidos). De Del Sol, de Pepillo, de Santisteban...
Todos aquellos mitos de los que nuestros padres hablaban: Ulises, Teseo, Ajax, Héctor, Aquiles, Perseo, mitos semi dioses, de los que José Emilio, siendo uno de aquellos héroes, tenía la llave para defender y proteger el tesoro. Llave que no daba a nadie, ya que defendía con elegancia, rompiendo el mito del defensa de “patadón y tentetieso”, sabiendo sacar el balón jugado y sin apenas hacer faltas: su única expulsión fue por defender a Alfredo de la furia del extremo húngaro Czibor, expulsión de la cual se arrepintió al momento ya que se debía de haber alejado de la riña, pero su deber ante la mala acción del rival por una vez superó a su carácter pausado y conciliador.
Compartir un almuerzo con Santamaría fue casi como pasar una tarde por el Olimpo, conversando con un héroe de carne y hueso autor de cientos de hazañas, y que habla de ellas como quien no quiere la cosa, dando más importancia al club en el que trabajó y a los compañeros con las que compartió vestuario, penas y alegrías, que a su propia figura, huyendo de todo protagonismo.
Por muchos años, Don José Emilio. Cuánta grandeza
Fantástico artículo y nostálgicas fotografías con la gradona del viejo Metropolitano al fondo. Enhorabuena.
El placer fue mío por compartir un inolvidable almuerzo con Pepe Santamaría, gloria viva y preclara del madridismo fetén.
Magnífico. Un placer su lectura. ¡ Qué fotos !.
Muchísimas gracias. Toda la esencia pura de Santamaría no he podido reflejarla más que tímidamente en mi texto.
Maravillosos, texto y fotografías. Una duda a Zarraga: ¿qué es la gradona? ¿una grada grande?
Efectivamente, era la grada que estaba detrás de una portería, en la que los aficionados estaban de pie. Era muy grande y estaba prácticamente sin acondicionar , únicamente unas barras para apoyarse unos pocos, y el suelo era fundamentalmente de tierra. Tenía su encanto porque era una reminiscencia de los campos de fútbol primigenios.
Gracias por su respuesta, Zarraga