Cartas de un madrididista millennial: Yo era ateo, pero ahora creo
Hola de nuevo:
Resulta muy difícil escapar de la falacia retrospectiva. Ya nos advirtió aquel genio llamado Oliver Sacks acerca de la afición de nuestra mente a engañarnos, hasta el punto de incluso crear recuerdos falsos que encajen perfectamente en un relato construido a posteriori. A menudo pretendemos una coherencia irreal que elimina nuestras opiniones previas. Ocurre en todos los ámbitos de la vida, pero hay campos que ofrecen casos realmente ilustrativos. Verbigracia, el fútbol: uno se tira años pensando que Fulano es un inútil y luego, cuando el tiempo demuestra lo contrario, el cerebro se afana en borrar las pruebas y acabamos hasta presumiendo, reconfortados, “yo siempre confié en él”. En realidad, la neurociencia no hace sino confirmar lo que ya atisbaba la sabiduría popular. Como diríais los taurinos: a toro pasado, todos somos Manolete, y esa circunstancia siempre ha terminado nublando nuestra percepción. Si la honradez intelectual cuesta tanto es porque implica desmontar esas cálidas trampas de la memoria.
Si alguien merece la humilde sinceridad de las disculpas antes que el artero cambio de chaqueta es Rodrygo Silva de Goes, alias Rodrygo
Como hay que predicar con el ejemplo, confesaré que mi hipocampo madridista no se muestra ajeno a estas engañifas, y más de lo que me gustaría reconocer. Pero si precisamente hay un muchacho que merece la humilde sinceridad de las disculpas antes que el artero cambio de chaqueta es aquel al que ahora todos sepultan con elogios torrenciales, después de haberse pasado años con una escéptica ceja alzada y despachando con suspiros de impaciencia cada que vez que salía despedido por el choque contra un defensa más corpulento. Hablo, por supuesto, de Rodrygo Silva de Goes, alias Rodrygo. Hoy dan ganas de recrearse: luz de mi vida, fuego de mis entrañas, pecado mío, alma mía, Ro-dry-go, la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, etcétera, etcétera. No sería justo. Reconozcamos que, incluso a los que abrazamos con mayor ardor sus explosivos golazos saliendo como revulsivo en el año de la Catorcésima, su frágil falta de consistencia terminó agotando nuestro optimismo y nos hizo concluir que habíamos echado las campanas al vuelo demasiado pronto, y que el chaval sería a lo sumo un buen agitador, si bien bastante lejos de lo apuntado. Esta misma temporada, después de su intrascendente desempeño en el Camp Nou, ha habido quien —y que Dios nos perdone— se ha permitido juguetear con la posibilidad de su venta. Sin embargo, en las últimas semanas, miles de cerebros han empezado a borrar las sucias huellas de la pérdida de fe. Me temo que, tras la actuación de Rodry en la Tacita de Plata, las neuronas tendrán que hacer horas extra.
Despojado de la posibilidad de ceder la responsabilidad en Vinicius, y apoyado exquisitamente por los movimientos y combinaciones de Bellingham, Rodrygo fue el estilete que dañó al Cádiz una y otra vez, pidiendo el balón con el descaro habitual pero acompañándolo con una mayor inteligencia en sus movimientos. Hasta cuando erró, la jugada que pretendía tenía sentido, algo que no siempre podía garantizar hace apenas unas semanas. Los defensas se desgañitaban pidiendo coberturas en el uno contra uno, sabedores de que, con su habilidad para la conducción con la bola cosida al pie, cada regate exitoso alimenta el próximo. Por otro lado, el brasileño parece haber ganado en entereza; tuvo el hat-trick en una en la que no se entendió en última instancia con Joselu, mas el fallo no le hizo perderse en viejos fantasmas, esos asuntos del pasado que acaso le persiguen todavía. Supongo que, citando al Julio Iglesias millennial —Antón Álvarez lo entenderá como el halago que merece—, si la historia de Rodrygo y el Madrid ha llegado viva hasta aquí, ya no la va a matar una vieja herida.
Existe la posibilidad de que una nueva falacia retrospectiva nos vuelva a llevar en unos meses al punto de partida: acaso nuestra memoria termine borrando estas alabanzas del mismo modo que ha eliminado disimuladamente nuestras dudas. Aunque más nos vale a todos que no sea así
Sé que tu talante, más atemperado por la carrera de la edad, huye de maximalismos. Casi te oigo advertirme de que precisamente Cádiz ha sido territorio propicio para deslumbramientos fugaces que jamás tuvieron continuidad. Tienes razón. Existe la posibilidad de que una nueva falacia retrospectiva nos vuelva a llevar en unos meses al punto de partida: acaso nuestra memoria termine borrando estas alabanzas del mismo modo que ha eliminado disimuladamente nuestras dudas. Aunque más nos vale a todos que no sea así; no en vano, nuestra escasez de pólvora hace que la temporada del Madrid dependa en buena medida de que nuestra mente no se vea obligada a un segundo volantazo argumentativo respecto a Rodrygo. De momento, parece que nuestro brasiniño más tímido está consiguiendo retratar nuestras contradicciones originales. Honrando, por cierto, de manera simultánea a esos otros dos genios heterodoxos, cada uno en lo suyo, citados en esta carta. Por un lado a Oliver Sacks, el autor de Despertares, y por otro a C. Tangana, al servir de inesperado enlace que encaja las enseñanzas del primero dentro del verso más célebre del segundo: “Yo era ateo, pero ahora creo”.
Cuídate, volveré a escribirte pronto.
Pablo.
Getty Images.
Muy bien. Te sigo aunque algunas veces no te entiendo, pero hoy (jolines) que me has retratado.
Vivimos en un cortoplacismo exasperante, y ya si un jugador en un minuto no se va de 3 contrarios, o no hace un caño o un sombrero, o no marca un gol de bandera ya estamos que si menudo bluff, nos la han colado, Floper dimisión... en fin, nada nuevo bajo el sol.