High voltage, que cantaban los AC/DC a voz en grito y anfetamínica guitarra. Tarde de transistores, que se decía hasta no hace mucho, cuando aún no era posible ver todos los partidos del mundo mundial por televisión en pleno directo y hasta simultáneamente. La Liga va empezando a despedirse y ha dejado su resolución para el final, como mandan los cánones de la buena de Agatha Christie, como exigía ese exitoso epígono televisivo traducido en España como Se ha escrito un crimen, y como no recomiendan que ocurra nueve de cada diez cardiólogos (le va la marcha al que no lo recomienda, vivió la liga de Capello y no puede renunciar a semejante chute).
Conocen bien en Barcelona la historia de ese chute, para ellos bajón fulminante, descenso a los infiernos, temor y temblor. De ahí que no quieran reencontrarse con su particular fantasma de las Navidades pasadas, que necesiten exorcizarlo, que no siente precedente ni jurisprudencia, que no, no y por favor no.
Pero sí, amics de Mundo Deportivo, aquello ocurrió, y de todos es sabido que lo que ocurrió puede volver a ocurrir, acaso porque la historia no deja ser una constante variación sobre el mismo tema y el tema de la actual Liga se parece mucho al de aquella, en la que el Madrid se tragó la discografía completa de los citados AC/DC para avanzar desbocado como los temerarios chalados de la reciente revisión de Mad Max. Aquello fue una tormenta implacable, la ira de Dios, la cuadratura del círculo, el infierno desatado de la gloria blanca hasta con goles de Mahamadou Diarra, la enésima manifestación del "creer, siempre creer" que tanto ha reinculcado nuestro querido Arbeloa, al que hoy homejeamos en esta casa.
Así que vengan a nosotros fantasmas, hechizos y brujerías, desátese la fuerza de los siete mares al desquiciado ritmo de las guitarras eléctricas y salgamos esta tarde a convocar la ancestral magia negra de los blancos. Los rivales han visto ganar una liga perdida con Emerson de mediocentro, y porque han visto no quieren mirar.
Han visto arder Troya, tal y como hace arder hoy Marca la palabra verdad. Toquemos la lira esta tarde contra el Valencia, una lira chirriante y alocada, y esperemos acontecimientos casi meteorológicos: una lluvia ácida en el Camp Nou, un viento helado en el Ciudad de Valencia, un sol radiante para despedir a nuestro querido Álvaro Arbeloa, estupendo vocalista de este grupo de rock and roll que no para de llamar a las puertas del cielo. En "la hora de la verdad" (Marca dixit) esto está a punto de estallar y tenemos la bomba entre las manos, no solo sin miedo a que nos explote en la cara, sino sonrientes, levemente maliciosos, sabiendo que aún queda tiempo, que hay ocasión, que el rojo vivo es otra forma de decir nuestro color blanco.
Qué enorme película Al rojo vivo. James Cagney como protagonista de una historia vertiginosa y desquiciada. Uno de esos actores que, dígannos si no, exudan madridismo en cada plano, el madridismo de la tensión competitiva, el del colmillo afilado y la sangre en el ojo, ese madridismo de ebriedad noctámbula y amenaza constante, el casi espectral, el que más temen los rivales, el capaz de bailar sobre la propia tumba tan bien dispuesta por agoreros, ideólogos, resentidos y fantoches.
Y hoy toca bailar, queridos galernautas, bailar de nuevo, seguir bailando, confirmar este chispeante final de temporada de aceleración máxima, transitar con desparpajo e insospechada calma tensa por las brasas de "la liga al rojo" que titula As. Porque los fantasmas no se van nunca del todo, porque la sombra del 'Tamudazo' es alargada, porque conocemos más gente del pueblo madridista que atlética, porque somos el Madrid y hoy aquí, desde esta humilde sección, convocamos a todos los espíritus. Born to be wild.
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