El fútbol ha sido terreno fértil para las expresiones espirituales prácticamente desde sus orígenes.Es cierto que pocos cuadros han alcanzado a revestirse de la mística que convierte a sus escudos en objetos sacramentales, por encima de fronteras geográficas, culturales, religiosas; más allá de buenas o malas rachas, de infaustos o abnegados dirigentes, de sequías prolongadas o fecundas temporadas, incluso de descensos y carpetazos. Los madridistas sabemos de qué se trata.
Todo hecho deportivo implica en cierto modo una búsqueda de la trascendencia. El evento fundacional de un club de por sí remite a la experiencia apostólica. Ese grupo de personas que se congregan en torno a un ideal para crear una nueva entidad, postulan una meta y una misión, y designan a sus enviados para diseminar el mensaje por todos los confines del planeta remite con mucho al relato evangélico. Ningún equipo, por modesto que sea, sale al campo con otro propósito que ganar.
No en balde una de las máximas capitales del balompié dice que “una vez que empieza a rodar la pelota, en esos 90 minutos, todo puede suceder”. El milagro forma parte de la esencia del juego y, para que los milagros ocurran, es imprescindible la fe. Bien dicen los teólogos y las abuelas que “a la fe hay que ayudarla”. Y ahí, por obra y gracia de entenderlo todo mal, entra a tallar el pensamiento mágico.
En lugar (además, en el mejor de los casos) de traducir esa ayuda en esfuerzo, templanza y dedicación; la mayoría de los futboleros apela a una surtida variedad de recursos para congraciarse con algún poder ultraterreno. Desde los tradicionales novenarios y devociones, pasando por filtros y simpatías populares, hasta intrincados rituales, cábalas y fetiches fabricados al paso.
Sería materia de otro artículo detallar la colección de parafernalia, ritos o excentricidades exhibidas. Todo vale con tal de convocar los favores de la Fortuna. Lo mismo se cuelgan rosarios, medallas y escapularios, que amuletos de cualquier filiación religiosa o industrial. Cualquier prenda u objeto puede adquirir facultades prodigiosas si alguna jurisprudencia lo respalda: la virgencita de Bilardo, la tricota gris de Guardiola, la gorra de Klopp o el balde de Bielsa dan prueba de ello.
¡Y vaya si se confunden! Casi se diría que la confusión es el dogma sobre el que sacerdotes, heraldos y catecúmenos, en su afán de perpetuar sus nombres para la posteridad, han edificado una confesión en la que se entrecruzan la doctrina de los ciclos, la Cábala, el orden de las transmutaciones, el mito eterno retorno o la fuente de la inmortalidad.
Una de las estrofas más cursis acuñada en homenaje a una institución deportiva dice: “Serás eterno como el tiempo y florecerás en cada primavera”. Seguramente sin proponérselo, el vate aurinegro (que a Peñarol iban dedicados esos versos) sintetizó magistralmente la sinuosa manera en que se manifiesta una de las obsesiones más extendidas entre los adeptos al fútbol: la reencarnación.
La tendencia universal ha determinado que los virtuosos, los ganadores, los carismáticos de todas las épocas, al tocar el ocaso de sus carreras se envuelvan en un manto deífico que los eleva a la estatura de próceres y, en su calidad de artífices de gestas memorables, hagan que su regreso en genio y/o figura sea la aspiración recurrente de todas las generaciones por venir.
Como en una alucinación bernardina, incluso quienes jamás los vieron pisar el césped, sueñan con que Di Stefano, Zarra, Gento, Pelé, Maradona, Ferguson, Schiaffino, Yashin, Bernabéu, Giuseppe Meazza, Obdulio Varela y Renato Cesarini vuelvan algún día llevados en volandas por legiones angélicas para restablecer el orden de un pasado heroico que quizá sólo habita en el inconsciente colectivo de las tribunas.
Pero, para eso, la ilusión cuenta con estrategias de las que valerse para contrarrestar la dura realidad. Y, a sabiendas que las comparaciones son odiosas, echa mano de aquello que mi profesora de literatura llamaba “una comparación abreviada”: la metáfora. Herramienta infalible que opera periódicas resurrecciones a expensas de cada nuevo ídolo en ciernes que salta a la pista.
Nada más improcedente que caer en las tablas de equivalencias ¿Para qué tomarse el trabajo de señalar que un jugador se parece por características técnicas, fisonomía o carácter a algún otro antecesor, cuando se puede decir con total liviandad que ES aquel a quien evoca?
Valga el ejemplo para describir un patrón común a cualquier estamento de la competencia; sean seleccionados nacionales como clubes de barrio, todos incurren tarde o temprano en el ejercicio de las mutaciones. Todos, excepto uno que se da sus propias reglas, aplica sus fórmulas exclusivas y hasta tiene criterios especiales para dirimir estos asuntos de la vida y de la muerte, de la riqueza y la pobreza, de la salud y la enfermedad. Abidal, Vilanova, Luis Enrique supieron algo de eso, pero sus tragedias, no menores, se alejan del tema de estos párrafos.
Aunque en cierta medida dan cuenta de hasta qué extremos llega la falta de tacto que manejan los culés. Y de coherencia. Pues, así como con absoluto desparpajo erigen a Setién en reencarnación de Cruyff (no sabemos quién sale menos favorecido en el emparejamiento), lo mismo arrojan nombres de postulantes a encarnar jugadores que aún militan en la plantilla mientras, en cambio, jamás insinuaron al menos sucesores redivivos de figuras emblemáticas como Iniesta, Pujol, Ibrahimovic o Mascherano. Tan pronto completan los trámites de las despedidas, se diluyen en el limbo a donde van a parar las almas irredentas, que en el fútbol vienen a ser las ligas de Oriente o de EEUU.
Obviando genuflexas gratitudes, postulan que Trincao es el nuevo Busquets o el émulo de Jordi Alba sin tomarse el tiempo de que éstos hayan anunciado siquiera la baja, pero no se inmutan en procurar alguno que venga a corporizar ni a Piqué ni a Suárez, a pesar de que la lesión del inseparable escudero de Messi se haya hecho sentir en la merma goleadora del ingenioso hidalgo de Rosario. Osaron por un instante en atribuirle al emergente Ansu Fati las virtudes del argentino, pero acaso una proverbial intervención de su representante, a la sazón hermano de Lio, haya obrado en la abrupta suspensión de los entusiasmos de la opinión pública.
Algunas de las múltiples teorías sobre la reencarnación pregonan que se trata de una ruta con ascensos y descensos (¡oh, casualidad!). Los sujetos que han pasado por la vida sin mérito alguno, en la siguiente adoptan naturalezas inferiores, su espíritu vuelve a la tierra en forma de vampiro, culebra o comadreja. Opuestamente, aquellos que llevaron vidas irreprochables ya no reencarnan más y, no queda muy claro cómo, acceden a un nivel superior que tampoco sabemos bien en qué consiste.
Sin lugar a duda, Messi debe pertenecer a esta última especie de seres de luz. Ante semejante verdad revelada, vaya que ha de enturbiársele más el panorama a Bartomeu & Co. Como si no bastase el escándalo de 13 Ventures y la consiguiente borrasca que desencadenaron las primeras reacciones de “el-mejor-jugador-del-mundo” sugiriendo una tibia intención de tomar las de villadiego. Justo cuando a Guardiola (otro que alcanzó su última reencarnación) se le vence el contrato con el City y, sin visos de renovación, la grey azulgrana sueña con la segunda venida de Pep y la instauración definitiva del Reino de los Cielos. ¿Es justo que cuando está por llegar el Redentor, al Messías se le ocurra darse a la fuga?
Por fortuna, el siempre servicial Mundo Deportivo ha venido a traer la calma. “No se me ocurre irme del Barça”, declara el argentino. Una especie de grito de Ipiranga catalán del personaje más relevante de la iconografía barcelonista de la década. ‘Me quedo’, ‘Eu fico’, ‘Em quedo’ para decirlo en la lengua local.
Ahora bien, se queda. Pero ¿en calidad de qué? Es verdad que las mudanzas son muy engorrosas, y más con mujer, tres niños y un perro tan grande. Como también es verdad que a todo futbolista le llega la fecha de vencimiento. A diferencia de los diamantes, los goleadores no son eternos. Pero en tiempos del reciclaje, esto no ha de representar un conflicto.
Messi puede quedarse, aunque no haga más goles, aunque no juegue más al fútbol. Aunque no gane más balones, botines, ni suspensorios de oro. Es más, debe quedarse en Barcelona porque ya ha dicho que es su casa. Más que su casa, es su templo. Y allí ha de habitar por los siglos de los siglos como una suerte de Pequeño Buda o de último Emperador y gozar de la adoración de sus fieles y, como establece su contrato, “tener una alegría cada día”.
Mientras tanto, la pelota retomará su curso, volverá a rodar libremente y cada vez que suene el silbato inicial, en esos 90 minutos, todo puede suceder.
Querida Julia.
Pasaremos de la metáfora a la alegoría en cuanto el "em quedo" cuelgue las botas. De tal suerte que dejarán al gran Lezama Lima como vulgar aprendiz de taller de literatura. Aunque quizás sea la hagiografia el genero literario que empleen, aún a pesar de degradar a santo la figura de D10s.
Vaya! Lees más en profundidad de lo que me planteo al escribir. Quién iba a decirme que mi broma dominical iba a remitirte al inmenso Lezama Lima! Me exceden esos honores.
Lo de la hagiografia me ha gustado... para anuario de mundo Deportivo 😉
Me encantó tu relato de ese realismo mágico que se cuela en la realidad futbolera.
Felicitaciones.
Increíble. Dos comentarios y ambos remiten al complejísimo género literario que ni me pasó por la mente cuando me planté frente al ordenador.
Parece que iba de guasa y reencarné a medio boom latinoamericano. Ese sí que es un buen chiste.
Marcelo titular dicen por ahí... Bye bye liga.
Peor que Mariano, nada. Ya hablaremos de ello en otro artículo.
ohh Julia. Entendí bien? Pues mira que hizo Mariano jejejeje una diablura.
Pero es que son destellos de un tipo que aporta poco y nada.
Aspiro a otra clase de jugadores, aunque no desprecio el gol. Ni el de Piqué 🙂
😀 😀
Julia, usted ha puesto el listón del cultismo sintáctico bastante elevado en esta ocasión. Sigue siendo un auténtico placer leer sus escritos. Siempre hay algunos detalles especialmente relevantes e interesantes. Y es que usted demuestra que fútbol y cultura literaria no tienen por qué estar reñidas, ni mucho menos. Coincido en que, a partir del fútbol, se pueden establecer relaciones con la superstición, magia, trascendencia, metafísica, cabalística... Esta misma mañana , aquí el que escribe y ante el cúmulo de sensaciones negativas que arrastraba las 2 últimas semanas, procedí a una especie de sortilegio para superar los pronósticos ( empate 1-1 era lo que dictaba mi cerebro para el partido ). Mi método , ir por la mañana a un puesto de churros y llevarme 3/4 de kilo. Delicioso desayuno . Famosos son los churros artesanos y madrileños. Otro modo que me funciona es escribir mis sensaciones sobre partidos a disputar . Por eso, había publicado comentarios donde mostraba mi malestar relativo ante el clásico que se acercaba. En la creencia de que íbamos a empatar (1-1), lo cual percibía como un mal resultado para nuestras necesidades, poder exponer ese pálpito negativo uno lo sentía como una especie de acción encaminada a impedir que así fuera , quedando "retratado" y/o en entredicho; un mal menor. Una especie de terapia muy "sui generis".
Pues, ya vé, ha dado resultado . Por lo cual estoy muy contento. Es la satisfacción del madridista irredento. 2-0. al cual ha contribuido como el que más, Fede Valverde, el pajarito.
Mi querido, cuanto me honran sus comentarios a mi texto, como siempre demasiado generosos.
Yendo al asunto de las cábalas personales y/o casuales, observaba ayer nomás la frecuencia con que aparecen mis publicaciones, observaba que aquellos días en que coincidían con fecha de partida, el Real Madrid resultaba favorecido en los resultados. Por lo cual, creo que habría que añadirlo al menú de supersticiones de esta peña galernauta, siempre que haya dejado un artículo a disposición y los editores lo consideren oportuno o propiciatorio.
Mucho más interesante, no obstante me resulta su recurso de los churros, que me sería imposible reproducir en Buenos Aires, donde bajo el mote de churro expenden unos cilindros calados de espantosa dureza (la sensación de estar mordiendo vidrio no hace justicia comparativa a la verdura experiencia de masticar un churro porteño). En Montevideo había algunos más semejantes al tradicional madrileño, los vendían en puestos callejeros de dudosas condiciones bromatológicas , de las que una hacía caso omiso amparándose en el lema 'el fuego mata todo'; pero aún nada comparable a los que confeccionaba mi difunta abuela y cuyo sólo recuerdo invita a la abstención perpetua de esos manjares, a menos que la fortuna me deposite alguna vez en Madrid, donde recurriré a sus consejos para probar los mejores de la especie.
A propósito de sus párrafos siguientes, dónde suele publicar sus impresiones y pronósticos? Tiene usted cuenta en Twitter? Me encantaría seguirlo.
Estimada Julia, con usted no soy excesivamente generoso. Soy justo. A propósito de lo que usted comenta sobre la contingencia entre publicación de sus artículos y victorias madridistas, bienvenidos sean , especialmente al coincidir con encuentros trascendentes de nuestro Real Madrid. Aunque creo que no deberíamos forzar tal concurrencia para no desbaratar esa suerte de resultados. La siento más como talismán que como jettatore, desde luego. Pero, no vaya a ser que se inviertan las tornas.
Sobre redes sociales, he de confesarle que no participo de tales "heramientas" . Ni facebook, ni instagram, ni twitter...es en lo que más me parezco a es@s celebrities que abandonan las redes sociales. Nunca he usado la red social con un perfil determinado. Los comentarios-sortilegio los hago puntualmente en el espacio para ello de nuestra querida "la Galerna". De todos modos, considerando también alguna otra opinión que me anima al respecto, le aseguro que en caso de novedad se lo haría saber.
En verdad que visto de ese modo, es un peso demasiado grande para mis hombros, la menor sospecha talismanica que pudiera derivar de mis escritos. Una cuerda floja que desafía demasiado mis andares de acróbata retirada. Mejor seguir atribuyendo la coincidencia al azar todopoderoso.
Con respecto a las redes sociales, no me atrevo siquiera a intentar reconvencerlo. Sería muy traicionero de parte de alguien que se arrepiente casi a diario de haber cruzado esa frontera.
No obstante, sí publicistas más persuasivos logran modificar su decisión, le estaré infinitamente agradecida de que me mantenga al tanto.