–Boss, tenemos que hablar.
–Esto no me gusta.
–Tú sabes lo importante que es para mí La Galerna…
–Esto me gusta cada vez menos.
–…Pero es que Relaño me ofrece la columna de Segurola.
–¡La Ouija! ¡Te vas a La Ouija!
–Ya sabes cuánto valoro yo La Galerna, pero es que el fetiche del papel… Entiéndeme, Boss. Yo no soy un millenial y el papel está acabado, pero huele tan bien.
–¡Ni millenial ni pollas en vinagre! Tú lo que eres es un traidor, un maldito Judas.
–Pero no te preocupes que no te dejo colgada la sección, que te acabo la temporada.
–Eso es lo que tú te crees. Ni hablar del peluquín. Tú no te sales con la tuya.
–¿…?
–No, señor. Nada de eso. Tú no te vas así como así. A ti te echo yo por ectoplasma delbosquista y submarino culé. Pues menudo soy yo.
–Pero, Boss…
–Que te echo, hombre, que te echo. Que yo me visto por los pies, sabandija. Que te crees tú que te vas a ir gratis.
–Pero, Boss. Si mi contrato dice que avisando con quince días…
–Ni quince días ni quince años, mamón. Tú te vas con tu finiquito, tus cuarenta y cinco días por año trabajado y las vacaciones pagadas. Tú te vas de aquí con tus treinta monedas de plata, traidor. Pues menudo soy yo.
Ni a mí me quiere la Ouija ni Jesús Bengoechea es un membrillo. Y, claro, La Galerna es parte del prosaico mundo real. Los nativos de Samoa, por ejemplo, no concebían que fuera posible inventar historias y tenían en gran consideración a Stevenson porque creían a pie juntillas todo lo que contaba. Cuando visitaban a Tusitala en su casa de Vailima siempre le preguntaban que dónde guardaba la botella con el diablo dentro. Y eso que no conocían a Rubiales, que no dice fúrbol pero lo piensa. Ni a la prensa deportiva española, incapaz de escribir “Rubiales boicotea a la selección española”, único titular posible para describir el presente estado de cosas sin faltar a la verdad. El paso siguiente es despedir a Ramos, que no hace más que faltarle al respeto a la Roja ensartando copas de Europa como sardinas en un espetón. (Bueno, también podrían titular “Rubiales le perdona la cláusula al Madrid”).
Rubiales no dice "fúrbol", pero lo piensa.
La verdad es que no sé por qué estamos tan enfadados con Rubiales. Andábamos por ahí inconsolables, a la intemperie tras la marcha de Zidane, con su halo y con su abrigo. No se engañen, ni el rhythm&blues pegadizo de Jurgen Klopp nos habría sacado de la melancolía porque el Madrid no acaba de llevarse bien con los entrenadores de campanillas. Dicen que uno de los desencuentros del último Di Stéfano con Bernabéu vino por su empeño de que el presidente fichara a Helenio Herrera. Al Barça algo le envidiamos –yo, al menos– al Cruyff jugador, pero nunca a Rinus Michels o a Menotti. Y la experiencia Mourinho, de puro controvertida, casi genera un cisma. Estábamos en un carrusel enloquecido de nombres hasta el punto de que –créanme, lo sé de buena fuente– el Jardiner estuvo en un tris de postularse valiéndose de su tribuna de privilegio en La Galerna con un apocalíptico ¿y por qué no yo? En esas estábamos cuando Rubiales vino con los primeros calores veraniegos a sacarnos de ese estado de postración. Hasta el día de autos, Lopetegui era un honrado profesional de la Real Federación Española de Fútbol que había llevado aseadamente y sin sobresaltos a la Roja hasta Rusia. Hubo de mediar el cráneo privilegiado de Rubiales, contrafigura pesadillesca del de Zidane donde las haya –la historia tiene a veces estas sobrecogedoras simetrías–, para que se alzara ante nosotros un hombre entero, un madridista cabal y determinado, un vasco irreductible como las piedras que levantaba su padre allá en Asteasu, un tipo con criterio que dice exactamente lo que necesitábamos oírle decir, un hombre al que seguir. Y encima Rubiales nos perdona la cláusula.
Andábamos atribulados porque se había ido Zidane y eso no tiene remedio. No hay otro Zidane, solo a él protegía ese halo que garantiza la victoria por caminos a veces inescrutables, ese que nos hacía rematar cualquier especulación sobre la alineación o la estrategia ante cualquier partido con la jaculatoria pero lo que diga Zidane, como quien besa un escapulario. No se podrá recrear su halo, pero sí aprender de su legado. Por ejemplo, que para estar al plato y a las tajadas, o sea, a una liga exigente y a la Copa de Europa marca de la casa, no hacen falta once sino veintitantos. Que para ser regulares hay que ser diversos, es decir, a veces medio italianos de brega oscura, tensa y táctica; a veces medio brasileños de los de jogo bonito, fantasía y despliegue, y siempre madridistas aguerridos, fulgurantes y avasalladores a toda pastilla. El estilo y la idea para Sampaoli y Can Barça, que para eso son més que un club. Aquí no se juega a nada, a nada más que fútbol, ese juego proteico, azaroso e imprevisible como la vida misma para el que no basta una idea y no sobra ninguna.
El Madrid es la marca universal del fútbol que todo lo eclipsa, por eso los entrenadores-marca nunca acabaron de cuajar aquí. Paradójicamente, el carisma sobrenatural de Zidane se ajustó a esa exigencia cultural como un guante precisamente por su indescifrabilidad. En cierto modo, su manera de actuación consistió en desvanecerse, en mimetizarse con los valores del club, en convertirse a la vez en una prolongación de su mística corporativa y en un aglutinante de las cualidades de su plantilla. Lopetegui carece de halo, pero puede aspirar a hacer algo parecido desde el oficio y el carácter, porque no es un entrenador cuya identidad dependa de una receta mágica, de una fórmula universal que deba seguirse como un argumentario de partido político. Su paso por la selección avala lo primero: no conspiró contra las virtudes contrastadas del grupo que se encontró –y eso que un seleccionador siempre goza del privilegio de configurar su propia plantilla con una amplitud que nunca tendrá un entrenador de club, por mucha autonomía que se le dé–, sino que buscó potenciarlas y afrontar con éxito algunas de sus carencias. Su rueda de prensa de la semana pasada y su dignidad ante el populismo irresponsable de Rubiales avalan lo segundo. Lopetegui, la otra vía al sentido común, cuenta gracias a Rubiales con un plus de confianza de su plantilla y de su afición, y eso vale más que el bálsamo de Fierabrás de una receta. Y encima Rubiales nos perdona la cláusula. Las treinta monedas convertidas en dote.
Número Uno
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Muchas gracias por el artículo, muy bueno.
El caso es que repasando un poco el caso este de Rubiales y Lopetegui, daría para artículo ficticioconspiranoico en el que Rubiales le pidiese a Don Florentino que le quitase de aquí al entrenador de la cuadrilla del furgol, perdonando la cláusula y acelerando la salida, pero a cambio de un palito al Real Madrid, que eso vende pero que mogollón y en la prensa queda fetén. Un poco de ruido y ya.
No sea que les dé por cebarse con la presunta amistad Rubiales - Pérez...
¡Tusitala! Cada vez, literalmente, que escucho al gran Richard Dees mencionar al "ciudadano periodista" de Radio Marca, Miguel Martín Talavera, más conocido como "Tala", me digo para mí: "Tusitala, el contador de cuentos".
Por otra parte, esta reivindicación irónica me recuerda a un maravilloso texto, de autor desconocido, titulado: "Vindicación de Íker Casillas", que se puede leer aquí: https://tinyurl.com/yc5sqj3m
Buenísimo. La pena es no haber podido llegar al artículo del Jardiner: por qué no yo? Hubiera estado muy gracioso.
"Lopetegui, la otra vía al sentido común, cuenta gracias a Rubiales con un plus de confianza de su plantilla y de su afición, y eso vale más que el bálsamo de Fierabrás de una receta. Y encima Rubiales nos perdona la cláusula. Las treinta monedas convertidas en dote."
Jejeje pues va a ser que sí.
Y por supuesto Lopetegui no debería perdonar un euro de su indemnización por despido. Si lo despides por puro orgullo asume las consecuencias.
Excelente. "Las treinta monedas convertidas en dote", Brillante.
Jajajajajajaja, qué bueno el diálogo del principio. Me he estado riendo hasta llegar a: "Rubiales no dice "fúrbol", pero lo piensa". Ahí es cuando se me ha congelado la sonrisa porque creo que es absolutamente verdad.
Que dios nos coja confesados porque vamos a "morir", otra vez, en la Liga.