Primera entrega: Donde se expone que algunos me tienen muy cabreado y aborrecido.
I. ¿Y ahora, por qué?
En mi lejana adolescencia fui por primera vez al teatro. Representaban —en el hace mucho tiempo desaparecido Teatro Beatriz— una obra de Henrik Ibsen: Un enemigo del pueblo. Aquella primera experiencia escénica debió dejar marcada mi conciencia. Hoy me siguen produciendo casi más aversión los comportamientos mezquinos de las masas ignorantes que los propios poderes que las mangonean.
Escribo para aclarar mis ideas y difundir lo que me dicten la razón y el conocimiento. Hace falta un nivel excelso de dominio del arte de escribir, del que estoy muy alejado, para que el rigor tenga predicamento. Pese a la —sin duda merecida— impopularidad de lo que escribo, lo sigo intentando. Si fracaso en lo segundo, al menos consigo lo primero.
Más «popular» es manejar un lenguaje menguado, inútil para precisar un concepto. O quizá sean menguados los conceptos que se expresan con tamaña usura retórica. Y si uno carece del mínimo decoro, ni le impide el pudor exhibir su cráneo vacío, pregonar cuatro tópicos destrozando, al trote, las más elementales normas de sintaxis. Es el examen de aptitud de intermediario popular con los desdeñosos del saber.
Estos facilitadores de la ignorancia son personajes que no existen por casualidad. Sirviéndose de su desmedido afán de notoriedad y de su falta de recato, alguien más inteligente —tampoco es difícil serlo— les ha puesto sobre el tablero. Pero el vacío absoluto que esconden los lugares comunes no se puede rellenar tatuándose el escudo del Madrid —o «amor de madre», qué más da— sobre una piel nunca tan grasienta como el cerebro que es su dueño. Genuino madridismo, vergüenza ajena.
Coincidiendo con el aniversario de la inauguración del nuevo «Estadio de Chamartín», he visto a algunos ejemplares selectos de ese genuino madridismo promover en Twitter un referéndum en pretendida defensa del presunto legado de Santiago Bernabéu, que alguien estaría poniendo supuestamente en peligro.
La torpe apropiación demagógica por una bandería sectaria de uno de los dos mitos universales del Madrid para promover actuaciones contrarias a las que el propio Santiago Bernabéu probablemente habría apoyado —según acreditan los datos históricos, no las jaculatorias—, es la razón de que me ponga al teclado. Quiero demostrar con este artículo que, en defensa de su propio interés y amparados en el oscurantismo, desde la ignorancia o desde la pretensión de llevar a los demás a la ignorancia, están falseando el pensamiento de Santiago Bernabéu quienes se reclaman sus auténticos herederos.
II. Los mitos. Cómo nacen y cómo se hacen
En su acepción de narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico, los mitos son un factor de cohesión social. Contribuyen a la aceptación del statu quo, legitimando las estructuras sociales vigentes. En otra acepción válida de la misma palabra, la de persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración o estima, un mito tiene utilidad social como referente de patrones de conducta que una sociedad aspira a emular.
En cierta ocasión me vi en la tesitura de justificar ante un veterano capitán del Real Madrid la causa de que, entre tantos jugadores que han vestido la camiseta blanca, la grada del Bernabéu hubiera elegido uno en concreto como su mito de referencia.
«No lo comprenden» me decía, refiriéndose a los jugadores veteranos, el titular de un palmarés cuajado de Ligas y Copas de Europa. Le relaté entonces la génesis de un rito que, por lealtad y sentido de pertenencia, yo mismo reproducía en la grada cada partido: Érase una rima que el sector infantil de animación —que hace muchos años se situaba en el córner norte de preferencia— adaptó del colegio Santa Illa. Los Ultra Sur de José Luis Ochaíta la transformaron en un rito. Y adquirió así la propiedad de vida eterna que tiene la costumbre por el hecho mismo de ser costumbre. Las nuevas generaciones de hinchas, que hoy lo reproducen, han conocido antes el rito que la biografía de Juanito.
Sonrió. No sé si le convencí, pero al menos lo comprendió. No veo detrás de ese rito, le había asegurado, ningún ánimo de ofender la memoria de tantos jugadores madridistas que parecen olvidados por las generaciones actuales pese a sus indiscutibles merecimientos de ser evocados por su hinchada. En el mito de Juanito los hinchas de hoy representan valores como la entrega y la voluntad de no pactar con la derrota que predican como exigencias esenciales para un jugador del Madrid. Para su utilidad social no es relevante si, desde el punto de vista del rigor histórico, la figura de Juanito constituye o no la mejor concreción de esa abstracción. En el proceso de mitificación de una figura su imagen se idealiza, se desnuda de sus humanas contradicciones, como condición necesaria, muchas veces, de su valor de referente o arquetipo.
Segunda entrega: Donde expongo las causas de mi cabreo y aborrecimiento
III. La torpe instrumentalización del mito de Santiago Bernabéu
En el caso de la utilización partidaria y torticera del mito de Santiago Bernabéu, la manipulación que, más que perplejidad, me causa indignación es precisamente la contraria. Para poder enarbolar su mortaja como banderín de enganche, el madridismo más reaccionario despoja a Santiago Bernabéu de los caracteres esenciales que le convirtieron en un mito universal. Se le niega su virtud.
A despecho del odio que destilaban las críticas de sus detractores contemporáneos, Santiago Bernabéu no es sólo un mito para el Madrid sino que lo fue para el fútbol. Precisamente por eso se indigna uno contra esos amigos interesados que, con el fin de poner su mito al servicio de su labor obstruccionista, degradan su imagen, por su sola asociación con ellos mismos y con sus planteamientos reaccionarios, de forma que no hubieran soñado sus enemigos de entonces.
Aunque vivo en nuestro recuerdo, Santiago Bernabéu lleva muerto casi cuarenta años. No puede defender su imagen, ni su pensamiento, ni su obra, ni la línea de actuación que sólo su decadencia física interrumpió, de la torpe adulteración a que las someten estos impostados albaceas amarillos cuyas peregrinas estupideces habría despachado en dos patadas con su proverbial socarronería.
El Real Madrid —su Real Madrid, y el de todos los pensamientos que Bernabéu heredó, sintetizó y aplicó genialmente— tampoco ha hecho mucho, y en todo caso mucho menos de lo que debía, para esclarecer su figura, construyendo el relato «auténtico» del Madrid. Siguen pendientes un impulso decidido a la investigación, con rigor académico y sin censuras ideológicas sobre épocas clave, de la verdadera historia del Madrid, y un compromiso constante del club con la difusión de los resultados de esa tarea, tanto a nivel académico como divulgativo. Una labor de recuperación de nuestra memoria que suministre las claves de nuestro propio relato sobre nosotros mismos.
Esa misión, postergada en los años de la Transición, nos habría conectado con los fundamentos de una sociedad democrática y limpiado de infamias las causas de la grandeza del Madrid, que no empieza en Bernabéu sino que hunde sus raíces en el pensamiento y la acción de muchos que le antecedieron. Sobre todo, nos habría liberado de absurdos complejos, de hipotecas de comportamiento impuestas desde el exterior del club invocando supuestas herencias históricas para condicionar nuestra independencia y nuestra libertad de acción. Si se hubiera hecho lo que aún se debe —a Santiago Bernabéu y al madridismo—, hoy sonreiríamos con sorna ante el desafuero a que ahora someten su figura estos imaginarios deudos. Serían despreciados como trileros.
IV. Conservadores y avanzados
La historia del Madrid está cuajada de ejemplos de cómo una minoría lúcida y decidida impuso su visión de futuro, heterodoxa e iconoclasta, al conservadurismo probablemente mayoritario en su masa social.
Como no hablo de política, cometerán un error los que pretendan identificar esto que digo con etiquetas políticas. No. Hablo de actitudes vitales. De disposición intelectual. De grados de propensión a la asunción de riesgos. De visión orientada hacia lo que —quizá— vendrá, o hacia lo que —seguro— fue.
Todas las grandes ventajas estratégicas conseguidas por el Real Madrid se deben a una orientación que el profesor Bahamonde —autor del retrato menos canónico y más científico del Real Madrid, porque escribió su historia con rigor académico— caracterizó como «proyectar el fútbol hacia el futuro». Todas, también, responden a planteamientos y decisiones que fueron combatidos por los conservadores en nombre de los principios inmutables, o de lo que fuera que vistiera los ropajes de la tradición, la sensatez o la prudencia, por muy anchos que le quedaran.
Santiago Bernabéu, políticamente conservador —un monárquico, no un fascista, como lo ha querido pintar la propaganda antimadridista— y de sensibilidad populista, fue uno de estos hombres con visión de futuro y una actitud decididamente favorable al progreso y a la asunción de los riesgos que comporta cambiar. A mi modo de ver, el más genial de todos ellos. El que mejor sintetizó en sus ideas y proyectos esa capacidad característica de anticipar el futuro de que ha hecho gala el Real Madrid en los momentos más arduos de su historia.
En cada una de las encrucijadas que jalonan su historia, el Madrid —la minoría lúcida que lo gobernaba— tomó un camino arriesgado y sin retorno. Un camino que condicionaba sus decisiones futuras a la explotación de la ventaja que se trataba de obtener. Fueron a veces tan decisivas esas ventajas que los clubes rivales, en ese momento hegemónicos, tardarían años en neutralizarlas después. Al tomar un camino sin retorno, el Madrid —lo demostraron los hechos posteriores—había abandonado un camino sin salida.
Tercera entrega: Donde se glosa la cultura del Madrid a través de Bernabéu
V. Bernabéu, presidente de un «equipo de segunda»
Quien confunde la auténtica historia del Madrid con «las vidas de los santos» ni siquiera advertirá esas encrucijadas. Para el observador aplicado, que relaciona los hechos del club con el contexto socio-económico en que se producen, son los grandes hitos de su recorrido histórico. Resaltan patentes. Las direcciones que en ellas se adoptaron explican que el Madrid llegara a ser el club más laureado del mundo.
Dado que esta «afición» de hoy —tan «exigente»— no lo tiene presente, es preciso recordar que, repetidamente a lo largo de su historia, el Madrid vivió largos periodos sin conseguir títulos. Y sobrevivió a todos ellos. La propia presidencia de Santiago Bernabéu es paradigmática en este aspecto.
«¿Para qué, si no hay equipo?», rememoraba Bernabéu en 1974 ante Julián García Candau cómo le habían criticado treinta años antes la decisión de construir el estadio. «El mejor campo de Europa y en Segunda División», contaba al periodista el viejo presidente que la temporada de la inauguración del estadio le echaban en cara «porque el penúltimo partido lo perdimos con el Sporting de Gijón, por habilidad o suerte de su delantero Pío. El último lo ganamos en Sevilla y se dijo que habíamos comprado al árbitro». Derrotado en 12 de los 26 partidos disputados, el Madrid terminó la liga un punto por debajo del Alcoyano. De haber perdido además el último partido frente al Sevilla, habría descendido a segunda división.
Así pues, durante los primeros once años de la presidencia de Bernabéu el Madrid no sólo fue incapaz de ganar la Liga sino que en dos ocasiones estuvo al borde del precipicio de la segunda división. Y sin embargo, su afición no dejó de crecer. Ese solo dato demuestra que un club es mucho más que sus triunfos deportivos. Incluso en el caso extremo que representa nuestro club: Dueño del mejor palmarés y una de las instituciones deportivas más odiadas. Ambos méritos conseguidos porque transitó esos largos periodos sin triunfos preparando la conquista de la hegemonía en lugar de perder la cabeza por lo que había sido. Por esa razón llegó a ser, paradójicamente, el club de fútbol más admirado del mundo.
VI. Bernabéu, presidente del «equipo más antipático»
Me he resistido a poner notas a pie de texto, lo que me obliga ahora a hacer un paréntesis relacionado con mi anterior afirmación. Revela el profesor Bahamonde que en 1951 el Instituto de la Opinión Pública —antecesor del Centro de Investigaciones Sociológicas— realizó su primera encuesta sobre el fútbol. En ella, el Madrid resultó ser el equipo más antipático.
Sirva este inciso para demostrar hasta qué punto la actitud de una parte del madridismo está condicionada por el oportunismo de ciertos periodistas deportivos. Los «todólogos» de las tertulias no dudan en inventar una realidad paralela, sin ningún dato que la valide, para usarla como argumento de sus campañas. Según ellos y los que les siguen —como la Asociación Valores del Madridismo, presidida por el compromisario Carlos Mendoza— el «florentinismo» es la causa de la antipatía que despierta el Madrid. Florentino Pérez tenía cuatro años de edad en la fecha en que se produce la primera constatación científica de que el Madrid era el equipo más antipático de España. Santiago Bernabéu llevaba ocho años en la presidencia del club.
La realidad es, por lo tanto, ajena a la simpleza argumental del maniqueísmo radiofónico. Como observa con acierto el profesor Bahamonde: «Ese equipo de España se convirtió desde entonces en una de las empresas más importantes del país, con una imagen polémica que contrastaba vivamente con la concepción de sí mismo». El Madrid era, desde tiempos de la República, «el equipo de la ciudad de Madrid». El origen de la antipatía es, según el análisis del catedrático de Historia Contemporánea, una cuestión compleja que tiene mucho más que ver con «los procesos de identificación» del equipo con una ciudad, Madrid, percibida desde la periferia como «un ente parasitario». Para ilustrar esa complejidad de la cuestión, dejo constancia de que la misma encuesta del IOP de 1951 situaba al Madrid como el segundo equipo más admirado, a pesar de no haber ganado un campeonato desde hacía dieciocho años.
Todo lo anterior, y con esto pongo fin a la digresión, ratifica la trascendencia, para liberarnos de esos «absurdos complejos» a que me he referido en la entrega anterior, de recuperar con rigor académico la memoria del Madrid. Para limitar nuestra libertad de acción, nuestros enemigos no tienen complejos, sin embargo, a la hora de inventar fantasías. Aunque sean tan extravagantes y ahistóricas como situar el brote de la antipatía en el siglo XXI, o tan ahistóricas y soeces como alegar que era el equipo del franquismo para explicar los triunfos del Madrid.
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"En cada una de las encrucijadas que jalonan su historia, el Madrid —la minoría lúcida que lo gobernaba— tomó un camino arriesgado y sin retorno... Al tomar un camino sin retorno, el Madrid —lo demostraron los hechos posteriores—había abandonado un camino sin salida."
En mi opinión, la falta de esa determinación un tanto temeraria o muy valiente de quemar las naves para no volver es lo que le falta a Florentino para llegar a ser un grande - a la altura de Bernabéu- y sacar al club del lodazal que le crean sus enemigos a diario. No puedo imaginar lo que sería este club si le dejaran trabajar con cierta tranquilidad.
Un buen ejemplo sería el apostar sin reservas por la creación de una liga profesional europea e ir con todo a por ello poniendo esto patas arriba, caiga quien caiga. No veo otra para librarnos del dogal mediático e institucional. Eso sí, eligiendo bien a los compañeros de viaje por si a alguno le da por hundir la nave desde dentro. Creo que, tristemente, esto está lejos de ocurrir.
Por lo demás este artículo es un claro ejemplo de que es preciso tener una buena versión de la Historia para querer todavía más al Madrí. Además de confirmarme que llevamos en guerra mucho más tiempo del que yo imaginaba, lo que aumenta mi perplejidad ante la pasividad, espero que aparente, en la que estamos, dado que Florentino ha mamado ese madridismo arriesgado y peleón de D. Santiago.
Fantástico. Así, sin más.
Espero ansioso las siguientes entregas.
Buenas tardes, me ha gustado la primera parte, aunque todavía no he cogido hilo y no se bien por donde
van los "tiros", aprender historia es esencial para poder competir y luchar, ansioso estoy por las dos
partes que faltan del artículo. Reivindicación, contra quien y para que.
Saludos blancos, castellanos y comuneros