Cuarta entrega: Donde se buscan los orígenes de la cultura del Madrid
VII. Bernabéu, máximo exponente de la cultura del Madrid
Las medidas deportivas que concretaron ese envidiado palmarés fueron siempre detrás de las decisiones estratégicas. No son su consecuencia, sin embargo. Más bien, en forma de «visión», con un alto grado de abstracción todavía, son su causa. Explican que en determinado escenario se adoptaran determinadas respuestas estratégicas. Pero solo se pudieron concretar cuando el éxito de la dirección estratégica adoptada había permitido acumular los recursos necesarios para afrontarlas, a veces muchos años después.
Que no siempre el camino elegido por esa minoría lúcida fuera coronado por el éxito a corto plazo, o que se demostrara inviable en determinadas circunstancias, no merma un ápice el valor de mi tesis. Mucho menos le resta valor que, en el ámbito deportivo, o en otros aspectos societarios, se adoptaran a veces decisiones que se demostraron erróneas. Así lo aseveran las enormes ventajas obtenidas en los casos de éxito que acredita la historia del club.
En el fútbol sólo sobrevivieron las entidades que supieron adaptarse a las cambiantes circunstancias socio-económicas; consiguiendo neutralizar las ventajas que, apoyadas en ese cambio, construyeron los rivales. Y solo están en condiciones de triunfar los clubes que consiguen adaptarse más rápidamente o mejor; los que utilizan ese cambio de circunstancias para conseguir ventajas competitivas.
El Madrid creció a escalones. No subió ninguno cuando buscó las soluciones concretas a los problemas del presente en la imitación mimética de las adoptadas en el pasado, que en circunstancias socio-económicas diferentes habían caducado. Escaló cada peldaño cuando miró a su pasado para identificar en la memoria de su propia historia dos de las líneas básicas de su cultura: la independencia del club y la anticipación del futuro. Esos son, en los despachos, los postulados esenciales de la auténtica cultura del Madrid. Eso es, singularmente, lo que no hay que traicionar.
Santiago Bernabéu fue presidente del Madrid durante más de un tercio de los 113 años de existencia del club. Es, por lo tanto, y de forma indiscutible, el máximo exponente de la cultura del Madrid. El ejercicio de su presidencia se caracterizó por llevarla a sus últimas consecuencias desde el mismo discurso de toma de posesión.
Bernabéu había sido jugador del primer equipo desde 1912 a 1927, capitán, entrenador ocasional, delegado, secretario de la junta directiva entre 1929 y 1935 y miembro de varias directivas. Se había nutrido, por lo tanto, de los postulados de la cultura del Madrid directamente de los hombres que la conformaron, y en el preciso momento histórico en que se afirmó la actitud del club frente a los concretos desafíos de los tiempos.
VIII. Una cultura societaria alumbrada en la noche de los tiempos
Se puede decir que hoy jugaríamos con jugadores amateurs y madrileños si las proclamas de los conservadores en favor de la pureza del sport, del honor frente al dinero y de respeto a la tradición se hubieran impuesto en la década de los veinte. Se puede decir, pero no lo diré. Seguramente no sería cierto. Lo más probable es que hoy no jugaríamos con nadie, ni contra nadie.
La notoriedad social de los éxitos deportivos convirtió en un fin en sí mismo el triunfo en los campeonatos. La adaptación a este nuevo paradigma —opuesto al paradigma olímpico— originó el primer cambio de orientación, muy temprano, del Madrid. Un cambio que alterará para siempre la relación de los socios con el club. Pasaron de asociarse con la finalidad de practicar el nuevo deporte a hacerlo con la de ser espectador o incluso gestor del club. La mayoría social, pues, perdió el derecho a la práctica recreativa del deporte en beneficio de los socios mejor dotados técnicamente. En seguida, los jugadores serán «buscados» en la cantera local, que se encuentra en los colegios privados, como el Pilar y los Agustinos, con arreglo a la extracción social de los futbolistas, pertenecientes a la exigua clase media de la época.
Al nuevo modelo pronto le sucedería otro cambio estructural asociado a la incipiente conversión del fútbol en espectáculo deportivo. El Madrid la había anticipado vallando el campo de O’Donnell en 1912. Una inversión con la que dobló en dos años los poco más de cuatrocientos socios que había reunido en los diez anteriores. Con el fin de incrementar sus ingresos por taquilla, hacia 1916 instaló la tribuna preferente. Aun así, sus recursos económicos no eran ni de lejos suficientes para afrontar con éxito el cambio que se gestaba.
A medida que el proceso de socialización del fútbol avanzaba, más elementos procedentes de las clases populares se incorporaban a una práctica deportiva hasta entonces exclusiva de las clases alta y sobre todo media. Entre los nuevos practicantes había jugadores de calidad notoriamente mejor. De la oportunidad de incorporar a estos últimos, para reforzar la competitividad de los equipos frente a los rivales, acabaría surgiendo en España el jugador profesional de fútbol.
Quinta entrega: Donde se comenta la primera ocasión de matar al Madrid desde dentro y la pertinaz vocación de seguir intentándolo
IX. La consolidación de la cultura del Madrid. El profesionalismo
La respuesta al nuevo desafío, en tres ejes de actuación sucesivos y relacionados entre sí, consolidaría la cultura del Madrid.
El debate sobre la profesionalización no fue ni breve ni pacífico. El primer reglamento de jugadores profesionales culminó en 1926 un proceso de once años. Al diferimiento de la regulación no fue ajeno el Madrid. La difusa y progresiva profesionalización del fútbol le había sorprendido en inferioridad de condiciones. La directiva del Madrid no enfocó como un fin la resistencia en los órganos federativos a la regulación del profesionalismo. Fue el medio para evitar ser desplazado a la marginalidad, mientras en paralelo creaba las condiciones para explotar con éxito el cambio de modelo que preveía ineludible.
En 1915 se habían producido las primeras denuncias de «amateurismo marrón» contra el FC Barcelona. A despecho del reglamento vigente, el club catalán explotaba la ventaja de sus casi 4.000 socios, que le convertían, con diferencia, en la sociedad económicamente más potente de España. Con mayor o menor intensidad, en la medida de sus posibilidades, los clubes importantes fueron imitando a los catalanes. El Madrid, esencialmente, había utilizado sus influencias para encontrar empleos o mejoras en la proyección social de los jugadores que «pescaba» en la cantera madrileña y en su inmediata periferia. Pero a la altura de 1920 tanto el Barcelona como el Español —que contaba con el mecenazgo de la burguesía industrial— ejercían un profesionalismo encubierto inasumible para los recursos económicos del Madrid.
En el seno del Madrid, mientras tanto, la profundidad ideológica de la controversia sobre el profesionalismo causó estragos. Conservadores y regeneracionistas —ahora sí hablo de posiciones políticas— confluyeron en la oposición al cambio para el que se preparaba la directiva. Los enfrentamientos, que llegaron a calar en la escasamente desarrollada opinión pública deportiva, afectaron a la propia plantilla de jugadores. Entre algunos de ellos se produjeron disputas personales irreconciliables. Hubo, incluso, jugadores emblemáticos que amenazaron con abandonar el club de admitirse el jugador profesional.
El Español, la Gimnástica y el Rácing le ganaron al Madrid ocho campeonatos regionales entre 1903 y 1919. En ese mismo periodo el Athletic de Madrid no fue capaz de ganarle ninguno. Para 1936 los otros tres campeones regionales madrileños, aquellos viejos grandes rivales del Madrid, se habían extinguido o agonizaban tristemente en categorías inferiores. Al contrario que el Madrid, se adaptaron mal y tarde al profesionalismo.
De haber triunfado en el club las posiciones conservadoras —de distintas orientaciones ideológicas, como he dicho—, se puede inferir que durante la década de los treinta el Madrid habría desaparecido y la sucursal del Athletic vasco, con su equipo cuajado de jugadores profesionales, se habría convertido en el emblema de la ciudad. ¡Qué desgracia, vaya por Dios, para aficionados y madrileños!
De tan cruel paradoja no se hará cargo ninguno de los que, por el sesgo de sus posiciones de hoy, habrían defendido ardorosamente entonces que el Madrid no era digno de los profesionales. Pero no cuesta imaginarles protestando en nombre de la pureza del sport a las puertas del viejo Chamartín.
X. La contracultura del Madrid. Los falsos mitos
El tópico del español y canterano, que se abandera hoy frecuentemente como solución a los males del fútbol moderno, podría ser el equivalente contemporáneo al referente madrileño y amateur de hace noventa años. Se diferencia cualitativamente de él en que mientras la reivindicación del siglo XX se refería a una realidad existente aunque agónica, la del siglo XXI reclama una tradición fantasiosa que se atribuye al Real Madrid con absoluto desprecio de los datos de la realidad.
Lo que denomino contracultura del Madrid revela, de todas formas, una cierta continuidad de método. La resistencia al cambio busca legitimarse en la apelación romántica a un pasado mítico, a una Arcadia idílica. Pero si se analizan los datos con cierto rigor histórico, es decir, sin aislarlos del contexto socioeconómico, del marco normativo y del entorno competitivo en que se produjeron, no tarda en revelarse que se nos presenta como virtud lo que solo fue necesidad.
La aplicación de las imaginarias tradiciones no resolvería, por lo tanto, las necesidades actuales. Es más, agravaría los problemas del presente. En definitiva, si atendemos a los hechos realmente sucedidos, el pasado sacralizado por los abanderados de la contracultura carece del prodigioso efecto sanador que sus defensores le atribuyen.
Este recurso al elemento emocional es sin embargo una fortaleza a la hora de popularizar sus posiciones. Por el contrario, excluye el enfoque racional del análisis de las alternativas, de las soluciones a los problemas y de las estrategias de crecimiento del club. No hace diferencia si lo persigue de propósito, o por simple incapacidad para el pensamiento abstracto. Las cualidades del estratega, es cierto, parecen lejos de las competencias intelectuales que evidencia el discurso de sus portavoces mediáticos. Desgraciadamente para ellos, pudiera ser que quienes utilizan este recurso sean sinceros.
Sexta entrega: Donde se explica cómo los sensatos aprenden del pasado
XI. El recurso a la memoria no es disparate
Este de la contracultura es un modo disparatado de recurrir al pasado —incluso inventado o falsificado— por simple vocación de resistencia al cambio. El cambio es, sin embargo, la condición necesaria de la supervivencia. No es más que la respuesta —que puede ser tardía o anticipada, ya he dicho— a otro cambio inexorable, el de las condiciones socio-económicas, que no puede gobernar el club.
He aludido a algunos ejemplos derivados de la propia evolución del fútbol —en un contexto socio-económico de modificación de los patrones de ocio y del mercado asociado al mismo—. Recientemente la crisis económica ha destruido un tercio de la riqueza nacional y su gestión ha condicionado la distribución de la riqueza remanente, empobreciendo aún más a grandes capas de la población consumidoras de ocio-fútbol. Alguna trascendencia habrá tenido esta disminución general de la capacidad de consumo sobre un gasto que no entra en el capítulo de los imprescindibles. Inmersos en una burbuja, quizá la notemos en unos años.
Pero el ejemplo más radical de la influencia de los cambios socio-económicos en el statu quo del fútbol —el que mejor permite comprenderla— es el de la Guerra Civil. Pese a los panegíricos «fabricados» en Cataluña —en los años previos a la Transición y durante la misma—, el Madrid fue el club más castigado por la Guerra Civil y por la política deportiva del franquismo de posguerra. Pasó de dominador del escenario futbolístico español a segundo club de Madrid. Esta seguía siendo la situación que afrontaba la presidencia de Santiago Bernabéu en 1943.
Antes lo habían hecho la de Santos Peralba —depuesto por el general Moscardó, pero al que Bernabéu incorporó a su junta directiva— y la junta gestora, formada en 1939 para salvar el club de la desaparición. Esta última se negó a que el Madrid diera soporte a la operación Aviación Nacional. Los militares quería utilizar la licencia de un club en escombros para llevar a primera división al equipo formado, esencialmente con futbolistas canarios, en 1937 en Salamanca.
La defensa de la independencia del club frente a los planes del poder no era nueva en la cultura del Madrid, como más adelante veremos. Ya en la primera ocasión había estado en juego la pérdida de la hegemonía en Madrid. En esta segunda, en un contexto muy poco propicio, efectivamente la perdió frente al Atlético de Aviación. El Atlético pasó —directamente— del descenso a segunda en 1936 a ganar las dos primeras ligas de la posguerra. Y lo hizo jugando en el viejo Chamartín, mientras sobre el antiguo Metropolitano construía un campo nuevo con el doble de capacidad que el campo del Madrid.
Como apuntaba, hay una forma tergiversadora de apelación al pasado, orientada al más absurdo mantenimiento mimético de las situaciones. Sin embargo esas situaciones que se pretende neciamente congelar se habían originado por las transformaciones anteriores. No se puede aparentar ignorarlas, como si el pasado glorioso al que se apela fuera la consecuencia de un estado natural de las cosas que siempre estuvieron ahí y así. Contrasta radicalmente con ella el recurso a la memoria del club que, bajo la presidencia de Santiago Bernabéu, subyace en el enfoque racional de las soluciones a los desafíos que afronta ese Madrid derrotado, pero no postrado, de los años cuarenta. Su orientación —en favor del cambio— es precisamente la contraria.
Me entretengo ahora en una fotografía del partido contra Os Belenenses del 14 de diciembre de 1947. El Madrid inaugura el nuevo «Estadio de Chamartín». El proyecto nuclear de Santiago Bernabéu del que sus detractores —externos e internos— dicen, con sorna, «un estadio de primera, para un equipo de segunda». Sobre el círculo central del nuevo campo de juego están, como mandan los usos, los capitanes de ambos equipos. No están los árbitros. En su lugar, una mesita sobre la que descansan los banderines y obsequios intercambiados por los equipos, junto a un libro de firmas de los primeros doscientos socios del Madrid.
La luz brillante entra desde la Castellana. Debe de ser un sol tibio, dada la estación. Ipiña, el capitán del «equipo de segunda», dirige su mirada hacia la mesa, como protegiendo la vista, quizá inconscientemente, de ese último sol del otoño. Un grupo de directivos posa tras la mesa. Al fondo, la torre del marcador señala ya el empate a cero con el que comenzará el partido. Bajo la torre un ejército de voluntarios. No sólo no ha desertado en estos tiempos ingratos, sino que ha respondido, con su dinero escaso, a la llamada de su club. Por primera vez abarrotan las gradas edificadas para ser testigos de hazañas mucho mayores que las más grandes que atesora en su memoria cada uno de esos soldados para calentar el ánimo que ahora muerde el frío de las derrotas. Contra la «ilustrada» opinión de los agoreros, el anfiteatro, volado y sin columnas, no se ha derrumbado.
Santiago Bernabéu, al que la instantánea fija en un gesto reflexivo, tiene a su izquierda a un hombre mayor. Permanece erguido, no envarado. Su mirada, de frente hacia la grada de preferencia, transmite orgullo. Hace veintitrés años presidió la inauguración del nuevo «Campo del Real Madrid F.C.», al que la afición terminaría conociendo como «Chamartín». Se llama Pedro Parages. Es, ahora, el socio nº 1 del Madrid, y lo seguirá siendo hasta su muerte que ocurrirá en Saint-Loubès, donde reside, apenas dos años después.
Santiago Bernabéu ha querido tenerle a su lado en este momento solemne para la historia del Madrid. A la hora en que el club está declarando al mundo su determinación y su capacidad de conquistar el futuro. Escenifica el recurso a la memoria histórica del club. Bernabéu no precisa de él para legitimarse personalmente, porque a estas alturas, transcurridos poco más de cuatro años de su presidencia, ya ha comenzado la mitificación de su figura como la del hombre capaz de hacer renacer al Madrid de las cenizas en que lo dejó la Guerra Civil. Le quiere a su lado para reconocer que el futuro, que hoy comienza, se ha edificado usando los materiales que le ha prestado la memoria de cómo se edificó el futuro en el pasado.
Basta evocar la presidencia de Pedro Parages para comprender en qué consiste esa forma de encontrar en el pasado, en las experiencias que atesora la propia historia del club, los recursos para afrontar las transformaciones que exige la solución de los problemas del presente. La senda que Parages abrió a lo largo de los diez años en que presidió el club, fue continuada y completada bajo las presidencias de Luis Urquijo —respaldo financiero de la expansión patrimonial del Madrid— y Luis Usera, quien —bajo la dirección del secretario técnico Hernández Coronado— apuró el cambio del modelo deportivo concebido e iniciado en tiempos de Parages. Santiago Bernabéu era el secretario de esta última junta directiva.
XII. La década de Parages
Pedro Parages, jugador del Madrid de 1902 a 1908, ganador de cuatro campeonatos de España consecutivos y otros cuatro campeonatos regionales, y de cuyo bolsillo salieron los dineros necesarios para vallar el Campo de O’Donnell, fue elegido presidente del Madrid en 1916. Ocurrió en medio de un manifiesto ocaso competitivo frente a la pujanza de clubes vascos y catalanes, que parcialmente disimulan el campeonato de 1917 y los subcampeonatos de 1916 y 1918, al inicio de su gestión.
Durante su presidencia (1916-1926), Parages —a quien Santiago Bernabéu caracterizó como «la gran figura fundacional del Madrid»— defendió el cambio a la profesionalización al tiempo que preparó al club para afrontarla con éxito. Sentó las bases del desarrollo económico del club, que no sólo permitirían sostener el coste de una plantilla de profesionales, sino utilizar las ventajas que la ciudad de Madrid podría crear en la situación que se avecinaba. Los frutos deportivos de esa respuesta no se recogerían, sin embargo, hasta dos presidencias después, con la conformación del gran equipo del quinquenio republicano.
Para aumentar radicalmente los ingresos, afrontó la construcción de un campo en propiedad con capacidad para 20.000 localidades y promovió la creación del campeonato de liga regular. El Madrid asumió el desafío de trasladar los partidos de fútbol más allá del término municipal de Madrid. Si perseguía aumentar el aforo para aprovechar el crecimiento de la demanda de fútbol; el coste de los terrenos no permitía otra opción. La actuación era arriesgada, pues la lejanía del centro podría retraer la demanda. Tuvo la previsión de elegir los terrenos dentro del ámbito de expansión futura de la ciudad, en la zona de ulterior ampliación de la Castellana, lo que se traduciría con los años en un incremento considerable del valor patrimonial del club. Diseñó, además, una acertada política de precios populares, duplicando el precio medio de las entradas de preferente y reduciendo un 15% las de general. Su resultado fue que el Madrid había multiplicado por cuatro su taquilla en el momento de afrontar la formación de su primera plantilla profesional. Mientras tanto, el Madrid seguía perdiendo. El año de la inauguración de Chamartín, hasta en el campeonato regional.
En defensa de la independencia del Madrid, la construcción de Chamartín implicó, además de contraer riesgos financieros límite para sus recursos, enfrentar notables presiones del poder. El Rey Alfonso XIII era uno de los inversores en el Stadium Metropolitano, en el que sus promotores pretendían que jugaran alquilados los cinco equipos principales de Madrid. La directiva de Parages dedujo que los dueños del Stadium —la Compañía Metropolitano Alfonso XIII y su filial, pero beneficiaria especulativa de la actividad de la matriz, la Compañía Urbanizadora Metropolitana— en poco tiempo controlarían el fútbol de la capital, y sospechaba que tenían el propósito de fusionar a medio plazo los cinco clubes. Se negó a participar en la operación y eligió su propio y espinoso camino. El Metropolitano se inauguró en 1923. En él jugaban los cuatro equipos restantes.
En la creación de un campeonato cerrado de liga regular, enfrentó las renuencias del F.C. Barcelona, al que perjudicaba la disposición radial de los ferrocarriles, pues la mayoría de los participantes serían vascos, y que consideraba la consolidación del nuevo campeonato una amenaza a medio plazo para la supervivencia de su propio campeonato regional. Posteriormente hubo de vencer la oposición de los clubes inicialmente excluidos del proyecto, liderados por el Atlético de Madrid y apoyados por la Federación.
Aunque el intento dio lugar al primer antecedente histórico de Liga profesional de fútbol, el Madrid fracasó en el empeño de sustraer la nueva competición al control federativo. Una manifestación, recurrente a lo largo de su historia, de su cultura de independencia. Se repetirá, a escala europea, treinta años después con motivo de la creación de la Copa de Europa, o en la fundación y liderazgo del G-14 a principios del siglo actual.
Entre la inauguración de Chamartín (1924) y el inicio del primer campeonato de Liga (1928), el Madrid formó su primera plantilla profesional. La cantera madrileña, dominante en 1926 —diez de los once jugadores se habían formado en ella—, fue enseguida sustituida por la vasca, las más importante y fecunda de España, que constituirá la base del equipo que conquistará la hegemonía del fútbol español durante los años treinta.
Desde 1917, los equipos vascos y catalanes detentaban en exclusiva el campeonato de España. El Madrid ganará el campeonato de Liga de 1932. Le siguen la Liga de 1933, la Copa de 1934 –primer campeonato de España en 17 años— y la Copa de 1936. Descendido y en quiebra, el Athletic de Madrid se enfrenta entonces a la desaparición, a la que ya se habían visto abocados los otros tres equipos que se sometieron a las presiones de la Casa Real y el Duque de Alba en la operación Metropolitano. Como ya hemos visto, la Guerra Civil trastocaría todo.
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos
Buenas noches D. Manuel, extraordinario artículo que clarifica gran parte de la historia del Madrid,
sin duda la más desconocida la que va desde su fundación hasta 1936, historia que por sus
explicaciones se vertebra en torno a 2 ideas fundamentales 1) la independencia y 2) el cambio
ideas que son de lo más sencillas, pero como dijo el filosofo, estas son las más difíciles
de comprender. ¡ Si hasta los continentes se mueven!
Por favor D. Manuel, no nos haga esperar muchos días para la 3ª entrega.
Saludos blancos, castellanos y comuneros
La 3ª sale hoy, Comunero.
Saludos.
Excelente artículo. Yo me tengo por (más o menos) informado sobre la historia del Madrid, pero he aprendido bastante leyéndolo. Me queda claro que lo mejor del Madrid siempre ha sido su espíritu de vanguardia, no su conservadurismo museístico. Por muy grande que sea el club, nunca debe dejar de avanzar; como bien dice Comunero, hasta los continentes se mueven.
Que el Racing de Madrid estuviera mal no fue por culpa del profesionalismo. Si no hubiera construido un campo en Vallecas igual no habría acabado así.
Y luego siguen con la matraca de que el RM es el equipo del régimen y el club aceptando este mantra como un manso castrado. Nos quejamos de que nos quitan el bocadillo en el recreo y no le plantamos cara a los matones. Es exasperante y una faceta de esta dirección que odio profundamente y que nunca entenderé.
En este artículo he centrado lo que había medio oído de esa época. Sólo tras los éxitos deportivos internacionales del RM el régimen se pegó al club como una garrapata para lavar su imagen en plena Autarquía franquista. Esa es la y mi verdad al respecto.
Por cierto, cómo me recuerdan esos "conservadores" e inmovilistas a los aficionados actuales que se dicen madridistas, que acuden al campo a pitar a su presidente y a su equipo, a los que el AS y Relaño el Sacamantecas les apoya mediáticamente y que se visten de amarillo payaso. Son patéticos y muy dañinos para el club. Incluso he leído en el bar de borrachos que algunos de ellos hasta se saltaron las listas de espera para hacerse socios bajo el mandato de Calderón el Nefasto. En fin.