(Resulta que ayer fue el aniversario de la Séptima y a un servidor, que lleva poca cuenta de estas cosas, le pilló desprevenido. La memoria tiene un doble fondo en el que guarda recuerdos a la espera de que lo levantemos, si es que algún día llegamos a hacerlo. Los males siempre vienen con algún bien añadido, y en este caso, el encierro que vivimos me concede la oportunidad de rebuscar en los rincones de los recuerdos, entre la niebla de tantos años que difumina las sensaciones y oculta lo ocurrido. Vamos allá).
Caprichos de la historia del club, mientras el Real Madrid de fútbol se atascaba en Europa, el de baloncesto despegaba con fuerza. El club consiguió cuatro títulos en la década de los 60 y había conseguido dos en los 70, en los que el Pallacanestro Varese estuvo presente en todas las finales. Sin embargo, en la temporada 79-80 fue destronado en Italia por otro de los clásicos transalpinos, la VIrtus de Bolonia, en aquella época patrocinado por Sinudyne.
No obstante, pronto se vislumbró que el enemigo sería el Maccabi de Tel Aviv. En las primeras jornadas visitamos Bolonia para darnos cuenta —modestia aparte— de que a aquel equipo le faltaba un hervor para estar a nuestra altura. En cambio, el Maccabi había madurado como equipo y se había reforzado con un jugador fuerte y de una envergadura ilimitada: el famoso Earl Williams, que permanece en la retina de todos los aficionados al deporte que ya tenemos cierta edad por sus facultades brincadoras. De un salto sobrepasó la barandilla que separaba la pista de la grada y se plantó en medio del público del Pabellón, rugiendo amenazador al aficionado que osó lanzarle una moneda. Pero esa es otra historia.
Nadie daba un duro por nosotros, teniendo en cuenta, además, que jugarían como en casa, pues habían comprado casi todo el aforo del palacio berlinés para la final
El quinteto formado por Aroesti, Berkovich, Silver, Williams y Perry era formidable y aunque los habíamos ganado apuradamente en el Pabellón de la Ciudad Deportiva nos dieron una buena bofetada en Tel Aviv. De manera que, para todo el mundo, se presentaron en Berlín como favoritos, Nadie daba un duro por nosotros, teniendo en cuenta, además, que jugarían como en casa, pues habían comprado casi todo el aforo del palacio berlinés para la final.
Nadie daba un duro por nosotros, excepto nosotros, que era lo trascendental. Lo que dijeran los demás nos traía al pairo, y, por algún extraño motivo y, a pesar de los antecedentes, estábamos seguros de nuestra victoria. Vaya usted a saber por qué, pero en ocasiones los estímulos positivos se plantan en los equipos y echan raíces. Además, dedicamos dos semanas a preparar el partido en detalle, con un arsenal de argucias tácticas diseñadas por Lolo Sainz y Ramón Guardiola que nublaron el entendimiento de los israelíes durante gran parte del encuentro.
Ahora se puede contar, después de tantos años una mínima anécdota que me concierne. Tenía un dedo de la mano echo polvo y los médicos del club me habían recomendado descanso. Como no quería perder comba por la inminencia del choque, acudí a nuestro traumatólogo de emergencia, Antonio Sicilia, que también daba clases de biomecánica en el INEF de Madrid. Era un personaje en sí mismo, un médico a contra corriente en aquellos días, que prefería el movimiento en lugar de el estatismo. Lo peor para el paciente lo traía el dolo que solía acompañar a la movilidad del miembro lesionado, así que seguíamos entrenando conteniendo el dolor y viendo las estrellas. Pero entrenábamos que era lo que queríamos.
Al presidente se le abrieron los ojos como plazas de toros, cuando una bandeja de jarras de cerveza, acorde con el tamaño de los catadores, se comenzó a repartir entre el jolgorio
Por lo demás, el equipo llegó a la final en forma y al completo, con excepción de José Manuel Beirán, operado de una lesión de gravedad en la rodilla unos meses atrás. Con el ánimo por las nubes, la víspera entrenamos en la cancha de juego y nos recogimos temprano en el hotel para cenar, con el presidente Luis de Carlos a la cabeza de la expedición. No recuerdo el menú, pero al presidente se le abrieron los ojos como plazas de toros, cuando una bandeja de jarras de cerveza, acorde con el tamaño de los catadores, se comenzó a repartir entre el jolgorio.
Alarmado por lo que a sus ojos era una situación anómala —en el equipo de fútbol no estaba permitido el alcohol en las comidas—, el educado D. Luis le preguntó a Lolo Sainz si aquello era lo habitual. Y nuestro entrenador, sonriente, le respondió que por supuesto. Después de entrenar bien siempre había ronda de cerveza para el que quisiera, que algún otro elegía una copita de vino y había quien se quedaba con el agua. Era una muestra de confianza de nuestro entrenador, que conocía nuestra responsabilidad, y que pensaba que más valía que nos tomáramos la caña en comunidad que cada uno por su lado.
Satisfechos por un entrenamiento productivo; con la tranquilidad de tener amarrada en la cabeza las claves del partido; con la seguridad de que iban a funcionar, y tras una a agradable velada, de las que aúna el espíritu en pos de una causa común, nos fuimos a dormir con la confianza por las nubes y la certeza de que al día siguiente conseguiríamos la Copa de Europa.
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Buen recuerdo tengo de aquella final. Fue un partidazo y se ganó a pesar de la calidad del equipo rival y de la cantidad de público pro-Maccabi en las gradas.
La anécdota de las jarras de cerveza , ante los ojos sorprendidos del presi, es divertida. Uno está a favor de la presencia de la cerveza en la estrategia nutricional del deportista que suele realizar entrenamientos intensivos. Hay que hidratarse y recuperar sales minerales. :))