Hay diecisiete niños. Están sentados en el césped y atienden al maestro. Les habla de fútbol, cabe suponer. O quizá no. Es imposible saberlo. Hay dos balones en la fotografía. Dos balones y diecisiete niños. Es imposible hacer con ellos dos equipos, aunque tal vez haya más niños fuera de escena. Eso también es imposible saberlo. De los diecisiete, dieciséis visten la camiseta con el dorsal de Messi. Cinco son zamarras argentinas, y las otras, todas barcelonistas. De qué otro equipo podían ser, naturalmente, puesto que Messi sólo ha jugado en el Barça. No como Ronaldo, que estuvo en el Sporting, y luego en el Manchester, antes de hacerse madridista. Porque Cristiano se hizo, abrazó la palabra y la causa, convencido, de adulto, por elección propia, como se adscribe uno a las guerras que la vida le descubre merecedoras de luchar y vivir por ellas. Los niños de la foto tendrán entre ocho, nueve y diez años. Más o menos, la edad con la que Messi llegó a Barcelona con su familia.
Pero hay uno que no es como los demás. Es fácil distinguirlo de un vistazo: es el que va de blanco. El del 7, el de la camiseta de Ronaldo. A esa edad, uno no elige las causas, sino al revés. El corazón se tatúa según qué evangelio y no se puede hacer nada para cambiarlo. El niño es madridista y está rodeado de niños que no lo son. Que son del otro. Que son del Barça, por supuesto. Quizá la foto haya sido tomada en una escuela o academia de Cataluña, pues cuesta imaginar esa desproporción sentimental en otros lugares de España. No obstante, el niño es del Madrid y de eso no cabe ninguna duda: tiene, además, la suficiente seguridad en sí mismo como para exhibir públicamente su disidencia. Esto es extraño a estas edades. Distinguirse, separarse de la tribu. Seguir el propio camino, único, personal e intransferible. En realidad, hacer eso es difícil siempre, pero más todavía cuando el universo todo es lo que a uno físicamente le rodea. El patio del colegio, la clase de inglés, el equipo de fútbol del barrio, la plaza donde juegan todos los niños, la calle, la familia.
Sin embargo, él cree en sí mismo y no le importa ser diferente. Esto no es cosa de broma. En los años en los que se está conformando la personalidad, el hombre futuro es un niño tierno y dúctil, extremadamente influenciable. Todos a su alrededor son del Barcelona. Todos son de Messi. Todos aman a Leo, lo idolatran, sueñan con ser como él. Messi debe de ser una deidad omnipresente en los recreos de los colegios de Barcelona y Cataluña. Estos son los lugares donde el eco de las grandes y de las pequeñas noches de las estrellas del fútbol mundial suenan más fuerte. Suenan tanto en esos campitos de albero y de tierra, en esas pistas diminutas con porterías sin redes, oxidadas, viejas, en esos rectángulos cuyas líneas ya no se ven sino que se intuyen por el rastro de la pintura que una vez estuvo ahí, que un gol o una acción extraordinaria del ídolo hace temblar la tierra cada lunes después de. Cada miércoles y cada jueves después de. Son prodigios, y como tales, multiplican su impacto en los espíritus infantiles. Pero él, este niño, según parece, sigue siendo un buque pirata insumergible, madridista, de Ronaldo. De Cristiano Ronaldo.
No es aventurado imaginar que ese niño será de mayor un hombre libre. Es difícil desentenderse de las corrientes generales, del abrazo empalagoso de la tribu, de la tendencia dominante, del gulf stream. Él permanece sentado en la última fila. Mira atentamente al maestro y se sienta un poco alejado de los demás. Como si el resto se hubiese apartado a propósito de él, discretamente. Por ser diferente. Nadie sabe el poder que esa palabra, diferente, tiene en las sociedades pequeñas, en la infancia, entre los niños. Hay dos balones y uno lo tienen ellos. Lo agarran dos o tres críos, de los que van de Messi, afirman su propiedad. Él mira obstinadamente al frente, al maestro, como un discípulo aplicado. O a lo mejor está observando con el rabillo del ojo el otro balón, el que duerme solitario y olvidado a la derecha del maestro, justo en la esquina más alejada de donde él se encuentra. ¿Quién puede saberlo? Sin embargo, uno apostaría a que en cuanto el entrenador les diga ¡a jugar! todos saltarán como muelles y se lanzarán a por aquella pelota que no es de nadie. Él está muy lejos, tendría que atravesarlos a todos. O rodearlos para llegar primero y cogerla. Sin embargo, es difícil dudar de que lo vaya a intentar. Ese niño es un corsario que no se destoca delante del rey. Él no es un súbdito. Él es diferente. Él es del Madrid.
La foto no fue tomada en Cataluña, sino en Argentina ( ver http://www.girabsas.com/nota/2016-8-10--todos-quieren-ser-messi-la-muestra-de-fotos-que-refleja-la-pasion-por-lionel ) y es una fiel representación del aparato propagandístico que sufrimos aquí. Ser seguidor del Real Madrid es un crimen, es una traición, es motivo de burla e insultos en cada traspié del equipo. Es tener que soportar a periodistas que ni siquiera miran fútbol bromear con la sexualidad de Cristiano en prime time. La más leve critica a Lionel te desacredita instantáneamente para opinar en cualquier discusión deportiva entre amigos.
Y así y todo estamos a pasos de oficializar la primera peña madridista en el país, porque no hay nada más lindo que ser hombres libres. Saludos y excelente artículo.
Suerte en tan ardua y meritoria tarea. Esa foto me parece que va a dar mucho juego por aquí 😉
Nicolás, gracias por compartir con todos nosotros esa información. Les deseo éxito en esa aventura de la primera peña madridista. Ya nos irás contando, ¿en qué ciudad sería? ¿En el propio Buenos Aires? Me encantaría saber más cuando la inauguren, fotos, etc. ¡Suerte! ¡Hala Madrid!
Preciosa semblanza de la fotografía. Nuestro niño representa la verdadera esencia y personalidad de Cristiano.
Cristiano es futbolista. Sus facultades y su esfuerzo le han dado todo lo que tiene, perfecto. Estoy convencido que si Cristiano no hubiera sido futbolista de élite y hubiera sido mecánico, tendero o panadero, también hubiera sido grande en lo suyo , evidentemente a otro nivel. Cuestión de carácter. En cambio Messi siempre tendrá que dar gracias a la naturaleza por las facultades que tiene para el fútbol, porque no me lo imagino triunfando en nada más.