La rebaja salarial en el Real Madrid

Esto es lo que hay

La renovación de Sergio Ramos, un subgénero en sí mismo dentro de la gran novela-río que es el Real Madrid, al coincidir este año con la pandemia coronavírica, ha puesto de relieve un dilema de corte moral al que se enfrentan futbolistas y directivos del club: el interés individual frente al interés colectivo en tiempos de catástrofe. En realidad esta cuestión es tan antigua como el mundo, pero por lo general la aristocracia del fútbol no se había tenido que enfrentar a una realidad tan cruda desde que el dinero de las televisiones inundara la élite balompédica nacional. El COVID-19 ha traído a la actualidad del hincha millennial un lenguaje y una ética de postguerra que como mucho conocía de oídas, de las historias del fútbol y de la vida de antes que contaban los abuelos. O sea, hace mucho tiempo.

El COVID-19 ha traído a la actualidad del hincha millennial un lenguaje y una ética de postguerra que como mucho conocía de oídas

En tiempos críticos los palacios se convierten en hospitales, las reinas funden sus alhajas para hacer balas de cañón y los reyes devalúan su moneda, se entrampan con usureros de otros países y empeñan sus coronas con tal de pagar la soldada de sus ejércitos. El Madrid no ha llegado todavía al punto de necesitar vender las Copas de Europa en el Rastro para pagar las nóminas, pero la situación, como para todo el mundo, no es buena. Si en la primera temporada coronavírica, en realidad, medio año, la 19/20, Florentino consiguió hurtarle el cuerpo al ERTE acordando una reducción salarial con la plantilla de 39 millones de euros, este año lucha todavía por conseguir una rebaja de hasta el 15%, según unas informaciones, e incluso del 25%, en otras. En todo caso un «fav» de Nacho el otro día a un tuit en el que se criticaban las teóricas demandas de Sergio Ramos para renovar revela cierta línea de fractura dentro de un vestuario dividido entre quienes asumen que la situación es la que es y que conviene más preservar el «interés común» y los que se niegan a bajarse el sueldo (más).

Por lo menos hay que dar gracias a que, por ahora, en el Madrid ninguno ha alardeado de amor comunal por el equipo y la plantilla, poniendo su puesto a disposición del club, como hizo Piqué tras la paliza del Bayern de Múnich, para luego renovar sin decir esta boca es mía y aparte del resto de compañeros, sujetos a una más que probable rebaja, si no abocados a denunciar al club por impago. En estas cosas es recomendable un cierto consenso asambleario, que la tradición popular española, tan sabia, resume en un castizo (y supongo que pronto, prohibido por políticamente inadecuado) «aquí, o todos moros o todos cristianos».

Por ahora, en el Madrid ninguno ha alardeado de amor comunal por el equipo y la plantilla, poniendo su puesto a disposición del club, como hizo Piqué tras la paliza del Bayern de Múnich, para luego renovar sin decir esta boca es mía y aparte del resto de compañeros

Se cuenta que tras muchos años de guerra con Cartago, al final de la Primera Guerra púnica Roma no tenía un duro. Ante el enésimo desastre de la armada, cada ciudadano, desde el rico hasta el pobre, puso todo lo que tenía para financiar una última flota con la que derrotar al enemigo de una vez y finiquitar el asunto. Pero la subordinación de lo particular en pro de un beneficio «supremo» casi nunca es, en el fondo, una cuestión de dinero. De dinero contante y sonante. En el caso de Ramos, cuya renovación se ha enquistado en medio de la ardua negociación salarial del club con la plantilla, todo apunta más a una cuestión de estatus, de jerarquía. Según L´Equipe alguien del «entorno» del capitán reprocha al Madrid que se le nieguen los cuartos a Sergio cuando se filtran a la prensa amiga las economías que la junta directiva está pensando con objeto de poder fichar a Mbappé.

«No hay dinero para Ramos y sí para Mbappé» es todo un resumen ético y sentimental del asunto. Aunque la ambición de Bernabéu, de Florentino y de mucha gente haya sido siempre gestionar un club de fútbol con criterios estrictamente empresariales, lo emocional convierte la del fútbol en una industria muy especial. Ramos va a cumplir 35 años en marzo y parece evidente que esto juega a favor del Madrid en cuanto a enfriar las exigencias del club, empeñado desde hace tiempo en renovar sólo de año en año a los jugadores que atraviesan cierta barrera de edad. Esto tiene sentido pero, como todo, hay que fijarse en las excepciones. Tanto Ramos como el Madrid tienen un ejemplo muy reciente y muy doloroso de que estos desencuentros en lo que «lo general» se mezcla con lo personal, estos encontronazos de egos entre patriarcas (es evidente que tanto Florentino como Ramos lo son, y en el subgénero de telenovela en que se han convertido sus renovaciones influye mucho la relación paternofilial que ambos mantienen) acaban perjudicando sobre todo a «la institución», que decían los clásicos. La marcha de Cristiano del Madrid, vista con la perspectiva que ya dan los dos años largos que han pasado, no ha beneficiado en nada a ninguno de los dos. Cristiano sigue ganando ligas como churros y metiendo un montón de goles, pero la Juve es, objetivamente, peor equipo de lo que era en 2018, cuando él llegó: paradójicamente, para fichar a Ronaldo tuvieron que «descapitalizarse», y si bien les sigue valiendo para dominar en Italia, el descenso de calidad de la plantilla finalista de la Copa de Europa dos veces en tres años entre 2015 y 2017 ha sido evidente. Del Madrid, deportivamente, qué decir. Cristiano Ronaldo es un cráter en medio de La Castellana, un hueco que el club aún no ha podido llenar, ni parece próximo a hacerlo, dado el petardazo que ha resultado ser el fichaje de Hazard. Y Ramos sólo se puede medir, como futbolista, como leyenda y como símbolo madridista, con Cristiano Ronaldo.

Aunque la ambición de Bernabéu, de Florentino y de mucha gente, haya sido siempre gestionar un club de fútbol con criterios estrictamente empresariales, lo emocional convierte la del fútbol en una industria muy especial

Sin Mbappés, es decir, sin grandes fichajes que acaparen focos, ingresos publicitarios e interés televisivo y mediático, no hay superequipos capaces de ganar muchas cosas, de exprimir la marca Real Madrid y de pagarles los sueldos que el club les paga a sus otras estrellas. Esto lo sabe Ramos y cualquiera, como también que a pesar de la edad que tiene, no hay otro Ramos en el mercado ni dinero para comprarlo. Y los Ramos también ayudan a traer Mbappés. Con los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgando por entre los libros de cuenta, las previsiones de ingresos y la deuda del estadio, el club tiene que hacer funambulismo entre las proyecciones deportivas a corto plazo y la estabilidad financiera. A veces uno echa en falta la misma firmeza en las convicciones económicas del Madrid en las deportivas, sobre todo cuando tras dos derrotas consecutivas los periodistas de cámara empiezan a vocear que Zidane no vale y cosas por el estilo. La cuestión ética de renunciar a parte del salario con semejante devastación económica global toma otro volumen, no obstante, cuando se piensa que son multimillonarios y no mineros. Es más fácil dar un empujón por la causa subido en un Lamborghini, y en eso el club tiene toda la razón al exhortar a la abnegación por el interés general. Me estoy acordando de José Ramón Sauto, el célebre mexicano, amigo personal de Bernabéu, que volvió al fútbol después de la guerra renunciando a un contrato profesional, para ayudar. El Madrid había pedido un préstamo por valor de trescientas mil pesetas para levantar Chamartín, derruido tras tres años de asedio, y decidió tirar con la plantilla que se pudiera. Sauto había escapado de la carnicería del Cuartel de la Montaña y luego de una cheka anarquista en el verano del 36, haciendo la guerra como enlace motorizado del ejército de Franco. Como favor a su amigo don Santiago, Sauto volvió a jugar mientras se sacaba la carrera de medicina en los años más difíciles de la historia del Madrid, justo cuando también se acometía el gran salto adelante del Nuevo Estadio Chamartín. Hay ejemplos de sobra para que cada una de las partes flexibilice sus posturas, en consideración de los intereses mutuos, y en previsión de que el invierno sea más duro de la cuenta, para todos.

Fotografías: Getty Images.