Los que nos gusta comparar el fútbol con la literatura, a despecho del prejuicio pseudointelectual que lo desprecia por ser divertimento popular, echábamos de menos un Madrid-Manchester. Hace ya cuatro años del último, y entonces Mourinho entrenaba al Madrid. Ahora se enfrenta por primera vez al Real tras su paso catártico por el Bernabéu, circunstancia que agrega pasión gitana a un enfrentamiento ahíto de leyenda. Madrid y Manchester (por desgracia para Guardiola, aún cuesta hacerse a la idea de que en Manchester hay más de un equipo) pertenecen al subgénero mítico del balompié, un Olimpo reservado a instituciones que conservan a través de los años una imagen prefigurada en el imaginario de los aficionados.
Gran parte de la gloria contemporánea madridista se forjó en partidos contra el Manchester. No se veían desde que Bernabéu ofreciera gentilmente el patrimonio del club al equipo de Matts Busby tras la catástrofe aérea de Munich. A caballo entre el siglo viejo y el nuevo, el campeón del 98 apeó del trono de hierro al campeón del 99; Roberto Carlos, Redondo y Raúl destrozaron en Old Trafford a Keane, Scholes y Beckham, y los millenials madridistas conocimos la grandeza revelada. Esa de la que nos hablaban nuestros abuelos, pero que apenas habíamos probado.
Hay una evidente tensión soterrada entre dos instituciones hechas para ganar.
En realidad, fueron dos las veces. Dos únicas veces, sin embargo, que dejaron un sabor nuevo y distinto a todo lo demás. Estaba naciendo la era de Youtube, del Internet 2.0., del supermarketing, las giras asiáticas (ahora la élite se prepara en Norteamérica, y la clase media del fútbol mundial redescubre Japón y China, destinos de segunda 10 años después: así pasa el tiempo y se escribe la Historia), Hierro, Figo, Roberto Carlos, Raúl y Casillas rodaron un anuncio de Pepsi con Beckham, Verón, Giggs y Neville, y meses después aquel duelo de spaguetti western pasó de verdad.
El que no salió en el anuncio fue Ronaldo, que vacunaría, como se dice ahora, un estadio fotogénico y excelente como decorado hollywoodiense. Nazario fue Clint Eastwood y con tres goles de pinacoteca hizo de la preciosa pradera mancuniana el Sad Hill Cemetery de Santo Domingo de Silos. El florentinismo hecho carne. Las exhibiciones de Redondo y Ronaldo, ambos de negro, determinaron una manera de ver el fútbol que dejó más imágenes que títulos: en el museo del madridista comparten sitio junto al trallazo de Modric, esta vez de verde, y en 2013, con el que la saga se puso en stand by.
A Madrid y Manchester los unen vínculos que trascienden los recuerdos. Ambos son instituciones pioneras. Hasta la victoria de Florentino en las elecciones del verano del 2000, el Manchester United lideraba todos los ránkings financieros, publicitarios y mercadotécnicos. Siempre fue la referencia en la explotación comercial de la marca, hasta que Pérez logró arrancar al gigante dormido de Concha Espina. Incluso 17 años, diez fichajes galácticos y cuatro Copas de Europa después, la influencia del United en Oriente compite con el poder triturador de la marca Real Madrid. Al legado de bonhomía y nobleza de Bernabéu, Busby y Charlton, siguió un desafío de miradas torcidas con Ferguson. Era normal: estaba en juego, y sigue estando, la hegemonía moral del fútbol internacional.
El Manchester se encuentra ahora en un largo y millonario proceso de reconstrucción deportiva. Après Ferguson, le déluge. En estas dos décadas el Real ha recobrado su posición dominante, con seis Copas de Europa. En paralelo, el United ganó dos y perdió otras dos, lo que parece hasta cosa menor comparándolo con quienes han prevalecido en este tiempo: el Barcelona de Messi y el Madrid de toda la vida, revivificado. No sólo eso: el Real le quitó a sus dos futbolistas-icono de la época moderna, Beckham y Cristiano. Hay una evidente tensión soterrada entre dos instituciones hechas para ganar, y el rey mira desde lo alto cómo se acerca uno de los antiguos pretendientes. Que la Supercopa de Skopje sólo es un título de verano lo dicen quienes consideran el fútbol un pasatiempo irrelevante.
Los partidos más míticos fueron los de la CE de 1957. Los ingleses dejaron a un lado su arrogancia y se decidieron a participar en la competición considerándose claros favoritos, tenían un equipazo, pero en su camino se cruzó nuestro equipo y les bajo del pedestal al base de fútbol y goles. Ahí empezó la admiración que siempre se ha tenido a los nuestros en el Reino Unido.
No olvidemos al gran Van Nistelrooy, aunque llegase cerca del final de su carrera.