EL REAL MADRID TAMBIÉN ES BALONCESTO (I)
EL REAL MADRID TAMBIÉN ES BALONCESTO (II)
Una figura crucial como la de Raimundo Saporta necesitaba un factor que también multiplicase cerca de la cancha. Alguien que concluyera en resultados deportivos lo que él pergeñaba desde su altura de miras, y que fuera capaz, no solo de dirigir al equipo, sino de acompañar su gestión con pinceladas de genialidad y audacia. No bastaba con un entrenador por muy bueno que fuera: los orígenes del baloncesto moderno requerían protagonistas a la altura del momento.
El encuentro de ambos personajes fue providencial, pues compartían la ambición por la victoria y la atracción por lo desconocido, si bien el directivo dominaba la escena con una autoridad inusitada. La osadía de Ferrándiz, sin embargo, tenía más que ver con los impulsos irracionales de quien intuye los cambios que con la de quien quiere moldear la historia a su antojo dominando los hilos que solo pueden manejar los más lúcidos.
El relato de la juventud del entrenador nos da ya muchas pistas de su singular figura. Dedicado al fútbol desde su niñez, el baloncesto fue para él “como la religión para San Pablo”, según sus propias palabras. Pedro se cayó del caballo de súbito cuando al entrar en un pabellón se encontró con un juego que desconocía y al levantarse se topó con Carlos García Infante, un generoso y pedagógico jugador del Estudiantes que le regaló las líneas maestras de este deporte. Decidido a emularle, nuestro personaje se enroló en un equipo del que hasta se ha conservado una fotografía que da fe de la circunstancia.
Poco más ha trascendido de su etapa como jugador, por lo que hemos de inferir que pasó con más pena que gloria. Siempre en busca de la mejora de su status, en el servicio militar comenzó a entrenar con el respetable propósito de tener más merienda. Y tanto le gustó mandar a su ejército de camiseta que al llegar a Alicante se apuntó a los cursos de entrenador provincial en los que, cómo no podía ser de otra forma y le gusta recordar, de su promoción obtuvo “el número uno, evidentemente”.
Así que, comenzó a entrenar en el Frente de Juventudes, donde en seguida dio muestras de su calidad y de su genio: campeones de Alicante con guinda de genuino estilo Ferrándiz, ya que al no ser nombrado seleccionador alicantino, prohibió a sus jugadores acudir a la selección provincial. Fue duramente sancionado por la Federación Española, sanción que quedó enterrada en el olvido, pero nunca se levantó.
En aquellos días lejanos, la fortuna dictaminó que la final de la Copa del Rey entre el Madrid y el Juventud de Badalona se disputara en Alicante. Fiel a su forma de ser, no dudó en presentarse al secretario de la Federación, Gabarrón, y contarle sus intenciones: “si vienes a Madrid, me llamas”, le respondió el federativo. Dicho y hecho. Con dos mil pesetas en el bolsillo (12 euros, al cambio) y una maleta de cuero marrón y correas como único equipaje, se plantó en la capital viajando en el autobús que le condujo a un destino extraordinario. Gabarrón le recomendó a Saporta que algo debió entrever en aquel intrépido joven y con rapidez lo reclutó para organizar sus equipos de cantera.
La pareja mezcló bien desde el primer momento y la bicefalia dejó un enorme legado en el club. El entrenador quería ganar todos los títulos tanto o más que el propio directivo, y, además, quería plasmar su impronta. Astuto, inquieto y atrevido, apenas se hizo cargo de la plantilla comenzó a estampar huellas de su propio sello.
Por tantas veces contada no repetiré la anécdota de la célebre auto canasta con la que consiguió, no sólo eliminar al Ignis de Varese en los octavos de final de la Copa de Europa–eso está alcance de muchos-, sino obligar a al FIBA a cambiar la reglamentación del torneo. A partir de la reforma, las eliminatorias a doble partido se consideraron uno solo de 80 minutos, por lo que se permitió el empate en el partido de ida. Este es el signo de los innovadores (no me atrevo a decir de los genios), que piensan como nadie había pensado antes.
Sin embrago, la revolución había comenzado meses atrás, cuando tomó una decisión de gran calado. Si el Madrid quería ganar la Copa de Europa había que viajar a Estados Unidos a fichar jugadores de calidad. No resultó fácil convencer a la directiva, que poco después tuvo que traspasar a Del Sol para intentar saldar parte de la deuda que agobiaba al club. Cuentan -y no es en absoluto descabellado que así fuera-que Saporta, que siempre veía más lejos que nadie, convenció a Don Santiago de que un pequeño desembolso les haría dar un gran salto. Y que en aquellos tiempos en los que el Madrid de Di Stéfano se agotaba, los títulos europeos en baloncesto reforzarían el prestigio del club.
Lo que no sabían ni Saporta ni Bernabéu era que bajo el gran salto se extendía un oscuro precipicio. Ferrándiz se fue en busca de la justificación de sus peticiones sin tener ni idea de inglés ni siquiera de lo que buscaba. Las carambolas, el atrevimiento y una insignia de oro y brillantes del club le pusieron en franquía el fichaje de un gran jugador, Wayne Hightower, que por entonces no reunía las condiciones académicas que requería la NBA y que estaba a punto de enrolarse en los Globetrotters. Al hombre le debió hacer gracia jugar en el Real Madrid, cedió a la persuasión del entrenador más pintoresco que había conocido y se vino para cumplir un año de transición. Hightower causó sensación, el equipo repitió doblete y por primera vez jugó la final de la Copa de Europa. Saporta pudo presumir de su equipo en Europa y Ferrándiz comenzó a escribir su leyenda.
Solo con las entretelas de este fichaje podría rodarse una buena película, porque, además, en medio de toda aquella felicidad, una sombra que trajo cola amenazó el proyecto. Los Trotamundos de Harlem enviaron una carta amenazadora al club por haberles arrebatado un jugador con contrato. Bernabéu llamó a Saporta para que lo solucionara y este le pasó el balón a Ferrándiz para que hiciera lo propio, según marcaban las normas de funcionamiento de la organización: el responsable del lío es el encargado de deshacerlo. De esta forma, el bueno de Pedro hubo de embarcarse rumbo a la tierra prometida con la incertidumbre de nuevo en la maleta.
P.D. Estos escritos acerca del pasado no pretenden ser una biografía definitiva y completa, sino dar alguna pinceladas de lo que me han contado, lo que he leído y lo que he vivido. Por supuesto, que la figura de Pedro Ferrándiz da para esta entrada y para muchas más. Al menos, para una más que escribiré en breve.
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Como siempre, delicioso. He disfrutado mucho leyendo la historia. Personalmente, he tenido que googlear para saber qué era eso de la autocanasta.