El 16 de septiembre de 2016, Santiago Bernabéu. El Real Madrid perdía 0-1 en la primera jornada de la fase de Grupos de la Champions League frente al Sporting de Lisboa. Todo parecía abocado a un debut con derrota en la máxima competición europea, pero en el minuto 89 empató Cristiano Ronaldo y en el 94 Morata logró el 2-1. Una remontada imposible. Lo había vuelto a hacer: para el Real Madrid, la épica es un hábito.
Para el Real Madrid, la épica es un hábito
Al día siguiente, yo tenía un evento en Mallorca donde coincidí con Xavi Budo, hombre de deporte que ha trabajado al máximo nivel en el mundo del tenis con jugadoras como Carla Suárez o Paula Badosa. Budo, culé confeso, según demuestra en redes sociales, me llevó a un aparte y no dudo en asegurar con admiración que lo que le sucedía al Madrid es “que sabía competir”. Y yo añadiría: y mejor que nadie.
Lo que ocurrió aquel día de inicio de Champions de la temporada 16/17 no es un hecho aislado, y cuando una anomalía se convierte en un hábito, hay que descartar el efecto casualidad o suerte, válido para una, dos o, si me apuran, tres veces. Cuando se repite en el tiempo con asiduidad, es que hay un plan. Y en el Real Madrid, este plan se resume en una frase: la resistencia a no darse nunca por vencido.
Pasan los años, pasan las décadas y esa es, quizá, la mayor seña de identidad de este Club. Da igual quién vista la camiseta. Lo que importa es el aura que desprende un escudo que obliga al jugador a exprimirse más allá de lo imposible en los momentos clave. Por supuesto, también hay que jugar bien — incluso muy bien— al fútbol, pero cuando juegas en el Madrid, eso va implícito, al igual que se les supone a otros muchos futbolistas de grandes clubes europeos que sin embargo no tienen ese idilio con la llamada ‘Zona Cesarini’ que profesa el Madrid.
Da igual quién vista la camiseta. Lo que importa es el aura que desprende un escudo que obliga al jugador a exprimirse más allá de lo imposible en los momentos clave
El ejemplo más dramático es la final de Lisboa (24 de mayo de 2014) con el gol de Sergio Ramos en el minuto 93 que servía para empatar ante el Atlético de Madrid cuando los rojiblancos ya cercaban Neptuno. Lo imposible hecho realidad una vez más. La prórroga, con un gran Bale, dio el título al Real Madrid, que acrecentaba su leyenda de equipo temible hasta el final y aumentaba también la de ‘pupas’ y club al que persigue la desgracia deportiva que tiene el Atlético de Madrid.
En esta misma edición de la Champions League, hemos asistido a dos nuevas entregas de esta cualidad intangible que mantiene a flote siempre o casi siempre al Madrid cuando más difícil lo tiene. Ante el Borussia e Inter —dos viejos conocidos de las remontadas épicas de los ochenta—, y con el equipo prácticamente fuera de la Copa de Europa, el Real Madrid volvió a remontar para mantenerse vivo en su competición favorita cuando muchos aficionados ya habían dado el partido por perdido y abandonaban el salón para ir de excursión al frigorífico (tiempos de pandemia, ya saben) a por la cena.
Hay un pasaje apócrifo de Don Juan Tenorio —dicen que falsamente atribuido a Zorrilla— que me gusta especialmente: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Y eso es lo que pasa con el Real Madrid. Ocurría en los ochenta, con las remontadas imposibles; sucedía en los sesenta, con victorias en finales inverosímiles; pasó, por ejemplo, en el 2000, cuando el Madrid de Vicente Del Bosque era una ruina en la Liga y terminó ganando la Copa de Europa en París, goleando al Valencia. Es decir, ocurre siempre o casi siempre que el equipo está contra las cuerdas.
¿Por qué sucede? Eso mismo se preguntan generaciones y generaciones de rivales, pero aún no han encontrado una explicación que quepa dentro de los límites de la ciencia.
Fotografías Getty Images.
¿Por que sucede?. Porque a lo largo de más de cien años, jugadores, aficionados y dirigentes han sabido transmitir la exigencia de la victoria por encima de todas las cosas. Aquí no hay excusas. Si se pierde, se mejora. El conformismo y el madridismo, desde mi punto de vista, son antagonicos. De ahí nuestra naturaleza competitiva hasta el extremo y nuestra ansiedad, esa es la palabra, de gloria.
La respuesta es muy simple. Si escarbais en textos escondidos, sabréis que DIOS ES DEL MADRID.
Ese, ese debe ser el principal valor que hay que trasmitir en un Valdebebas convertido y adecuadamente actualizado como centro de alto rendimiento y tecnificación deportiva- Competir (la resistencia a no darse nunca por vencido).
Tampoco está de más inculcar inquina al farça.
Al culerío le va la lírica. En su "ADN" (sic según ellos mismos) llevan la belleza del endecasílabo y el amor por la rima en consonante. Aytekin y pillín. Obrevo y malevo. Ah. Cuánta belleza. El RM no ha tenido nunca esas tendencias poéticas. El RM es de la épica o, mejor dicho, es la épica. Asaltos finales contra toda lógica, victorias agónicas contra toda esperanza, héroes emergidos del abismo en un vórtice de inacabables minutos 92,48. El sabor de la épica, tan acerbo y tan dulce a la vez, al alcance de unos pocos elegidos. Quién lo prueba será adicto de por vida. Por eso, los madridistas nos hacemos con el "Tiki Taka" la misma brocheta que Homero con las jodidas golondrinas de Bequer.