Al cronista de Madrid Pedro Montoliú le contó Carlos Mingote que antes de la guerra había sido encargado de ventas en la Sociedad Metalúrgica de la calle Méndez Álvaro. Terminando el mes de abril del 39, se acercó con el director a comprobar cómo estaba la empresa. Había funcionado durante la guerra, y no la encontraron mal. Tres personas que vivían en una casita aneja la habían vigilado, y dentro había lo suficiente para reabrir. Se pusieron, entonces, a buscar a su gente. De los 400 que trabajaban con ellos antes de la guerra, más de la mitad estaban muertos, o presos, o huidos.
No os traigo noticias de un gran palmarés. Durante las trece temporadas siguientes al final del la guerra, el palmarés del Madrid sólo crecerá en un par de títulos oficiales. Pasarán hoy desapercibidos, probablemente, entre las decenas que abarrotan las repletas vitrinas del Tour del Bernabéu. Buscad dos copas del Generalísimo, cuyas finales de 1946 y 1947 ganó en Montjuic al Valencia, y en Riazor al Español. Antes, sólo había alcanzado la final del 43, que perdió en la prórroga frente al Athletic Club, más conocido como “el Bilbao” por aquél entonces. Y sus clasificaciones en Liga son, en general, mediocres. Sólo en dos ocasiones fue segundo. La temporada 44-45 quedó a un punto del Barcelona, que había ganado la Liga la jornada anterior. Y la 41-42 había terminado a 7 puntos del Valencia, con 52 puntos en disputa. Pero la temporada siguiente terminó 10º, raspando la promoción de permanencia. Y en el 48 obtuvo la peor clasificación de su historia, al terminar 11º de 14 equipos, jugándose el descenso hasta la última jornada.
Tampoco os podré recitar alineaciones largamente recordadas, formaciones de magníficos e inolvidables futbolistas, a los que se dedica un minuto en las gradas del Estadio. No ocurre así, es verdad, pero sólo porque somos injustos, que no por falta de mérito. Si éste es uno de mis Madrid más admirados, lo es por protagonista de la época más exigente para el club —los socios, los directivos, los jugadores— desde los días, entonces no tan lejanos, de su fundación. Serán equipos poco relevantes en las salas del Tour del Bernabéu, pero afirmad, sin riesgo a equivocaros, que sin el heroísmo de esta generación hoy nadie haría ese Tour. El Madrid estaba forjando victorias más decisivas. La temporada que os he dicho que terminó al borde del descenso había inaugurado el Estadio del Real Madrid, conocido como Nuevo Chamartín, cuyo marcador abrió a la gloria futura Sabino Barinaga, elemento destacado en esa fecunda relación del Madrid con los futbolistas vascos, interrumpida por la guerra y el exilio, que tendrá continuidad durante esta década. Comencé rememorando el dolor de 1939, porque aprender a apreciar el Madrid que me toca contaros exige prestar mucha más atención que de costumbre al entorno social del tiempo en que existió.
equipos poco relevantes en las salas del Tour del Bernabéu, pero afirmad, sin riesgo a equivocaros, que sin el heroísmo de esta generación hoy nadie haría ese Tour.
Vamos, pues, a viajar a Madrid, la ciudad donde los guardias multan con 10 pesetas a las parejas que encuentran besándose, y acaba de prohibirse el tango, un baile decadente. El alimento, racionado, solo puede comprarse con los cupones semanales de una cartilla de abastecimiento por familia, o se busca, a precios inasequibles para la mayoría, en el mercado negro; alguno se las apaña para criar gallinas en su piso, y mira, come huevos, en vez de puré de San Antonio, como dicen a la harina de almorta que salvará a tantos de morir de hambre, hasta que las autoridades la prohíban hacia mitad de la década, aunque desde el 40 se conociera que su consumo continuo causa una enfermedad neurotóxica. Ahora, para divertirse hay que llevar encima la chapa del Auxilio Social, que acabará siendo de cartón, porque se cambia cada quince días. Te la piden para entrar en el cine, la kermés, o el fútbol que, por fin, ha vuelto.
El primero de mayo, en Vallecas, empataron a uno el Alavés y el Athletic Aviación. El Metropolitano está destruido, pero como ahora son el equipo de los militares, ningún problema tendrán para ampliarlo incluso. El fútbol está de regreso, y los madrileños llenarán los campos, con más pasión aún que antes de la guerra, para vaciar en ellos sus ganas de vivir, que son tantas y más, son infinitas, porque vienen de sufrir atrocidades, asesinatos, bombardeos, de vivir tanta muerte; y en Europa los jóvenes están matándose por millones, y la tuberculosis y la bronquitis nos arrancan más de tres mil vecinos cada año; y la higiene es tan mala, y la alimentación peor, que otros tantos se nos mueren de diarrea y enteritis; y hay tanta gente en la calle, que se ha quedado sin hogar, viviendo entre ruinas, miles y miles, sesenta mil contará la oficina técnica del plan; y el Retiro ha perdido diez mil árboles, muertos para que los madrileños no mueran de frío.
Es tal el estado de las cosas que la censura, normalmente ocupada en que no se publiquen malas noticias, tendrá que ocuparse de que tampoco se publiquen las que parecen buenas. El 6 de noviembre del 40, por ejemplo, prohibirá a los diarios dar cualquier «noticia relativa a una comida que tendrá lugar en un restaurante de Madrid, organizada por los redactores de deportes de la Prensa madrileña». Y cuando los redactores de deportes cronifiquen su voluntad de socializar en forma de banquete, el 7 de febrero de 1941 reiterará la consigna de que los madrileños no tengan noticia de la «comida o cena mensual de cronistas deportivos». Lo que quiera hacer el Madrid sucederá en medio de esta ciudad rota, y se representará, o no, lo que diga la censura, en un escenario en el que casi todo es mentira. Pero a lo largo de esta década larga, el color de la vida cotidiana irá virando imperceptiblemente al blanco sucio de mi infancia, desde el más siniestro de los negros, en esa capital de España lóbrega y gris, donde nuestro Madrid renace con voluntad de ser, y será, a veces candil, a veces acuarela.
a lo largo de esta década larga, el color de la vida cotidiana irá virando imperceptiblemente al blanco sucio de mi infancia, desde el más siniestro de los negros, en esa capital de España lóbrega y gris, donde nuestro Madrid renace con voluntad de ser, y será, a veces candil, a veces acuarela
Preside los tiempos una decidida voluntad rebelde a la extinción, representada en el rito bautismal del órgano provisional de gobierno que constituyen entre veteranos dirigentes: Junta de Salvación, lo designan. Su primer acto será reivindicar la identidad y proteger la independencia del Madrid, al rechazar la fusión con el Aviación Nacional, a que apremia la Superioridad. Sagaces, eligen presidente un general, el mejor interlocutor con el Mando, porque han decidido que vamos a reconstruir Chamartín, con nuestros propios recursos. Es primavera. Y el fútbol que empieza a recuperarse en mi ciudad, la del Madrid, la nuestra, viene preñado de voluntad romántica.
Busco en mi estantería «El Madrid contado por madridistas», para volver a releer «Después del invierno», un emotivo relato de Antonio Valderrama, que transcurre una fría mañana de finales de abril del 39, justo los días de la inspección de Mingote a la Sociedad Metalúrgica. En sus páginas reencuentro a un José Ramón Sauto atacado de vejez prematura, que pasea con Hernández Coronado entre las ruinas del campo de Chamartín. Sauto, centrocampista y médico, tiene entonces 27 años, una edad a la que muchos se retiraban en el Madrid, para terminar su carrera jugando en el equipo de su tierra, o quizás en tercera en el Plus Ultra. «Lo que habíamos sido, Don Pablo», suspira el mejicano, contemplando las trizas de un club deshecho. Con el Madrid había ganado dos copas, la del 34 al Valencia, con su heroica eliminatoria ante el Athletic que exigió cuatro partidos, y la del 36, al Barcelona, días antes de comenzar la guerra, cuyo retorno triunfal evocan los dos madridistas durante la peripatética conversación. Pero sus recuerdos pertenecen a otra historia —que otro compañero de La Galerna os contará mejor— y para llegar a ella hay que cruzar una guerra civil. A esta otra orilla de la guerra, en el relato de Fantantonio, encontramos a la Junta de Salvación decidida a buscar trescientas mil pesetas para reconstruir el campo de Chamartín, y a Bernabéu ocupado en reconstruir un equipo con remiendos, conscientes, todos, de que ahora mandan los del Aviación, a los que va a entrenar Zamora, nada menos. La señal de que sin rodar un balón se ha esfumado la hegemonía largamente conquistada. Y Sauto, a cambio de no entrenar, para poder dedicarse a su profesión médica, responde a la demanda de Bernabéu ofreciéndose a jugar sin cobrar, porque «¡somos el Madrid!».
La misma edad que Sauto tenía Lecue, campeón de Liga con el Betis en el 35 y de Copa con el Madrid en el 36. Y treinta años Leoncito, campeón de dos ligas y dos copas, como el defensa Quincoces, que a sus 34 años es el más viejo de los supervivientes del Madrid de la República que alineará el Madrid que vuelve a la Liga a primeros de diciembre del 39, para salir derrotado (1-3) frente al Sevilla. Me falta Bonet, de 31 años, aunque sólo volvería a vestir la camiseta blanca en Nervión, en el primer partido de la segunda vuelta. El Madrid terminó cuarto, pero mantuvo sus opciones de ganar hasta las últimas jornadas. Un empate en Barcelona, y dos derrotas seguidas frente al Hércules, en Chamartín, y el Athletic acabaron con nuestras posibilidades. Los dos derbis se jugaron en Chamartín, que albergó al Athletic Aviación durante casi toda la temporada. Perdimos 2-1 el primero, que jugábamos de visitantes, pero ganamos 2-0 el que jugábamos de locales.
Esta primera liga de posguerra la perdió el Sevilla, con mejor goalaverage parcial sobre el Athletic Aviación, al empatar con el Hércules en la última jornada, mientras los atléticos ganaban al Valencia. Ignoro la causa de que este último partido lo jugaran en Vallecas, donde se derrumbó una pared causando numerosos heridos, que curaron milagrosamente al ordenar la censura que la prensa se refiriera al derrumbe con arreglo a las siguientes instrucciones: «pequeño accidente, sin importancia, que no revistió gravedad gracias a la serenidad del público y a la actuación rápida y digna de encomio de las autoridades. En el campo había pequeños defectos, pero no resaltarles demasiado. No se puede destacar en titulares ninguno de los puntos de estos párrafos. Que no haya críticas demasiado duras para el campo de Vallecas.»
Hablar de tácticas, dibujos y formaciones en un Madrid que siguió jugando con dos defensas hasta entrada la segunda mitad de la década, no tiene mucho sentido. La temporada que ganaron la copa en Riazor, con dos goles al Español en la segunda parte de la prórroga, el entrenador Albéniz situó a Querejeta entre los dos defensas. De esta forma llegó al Madrid el defensa central, posición que se doblaría, y hasta triplicaría, como sabemos, andando el tiempo. Quizá en el 46-47 habíamos adoptado, por fin, la WM, aunque es difícil estar seguro, porque todavía hay noticias de jugar con dos defensas alguna temporada posterior.
Como Sauto, también era médico Alday, el delantero de los primeros años, y Pruden, campeón de la Liga del 41, en la que además fue máximo goleador, jugando con ficha amateur en el Athletic Aviación. Tuvo la desgracia de fracturarse el peroné, y el Athletic Aviación la “prudencia” de no hacerle la ficha profesional que el jugador reclamaba con justicia. Traicionado, el goleador de la liga volvió a Salamanca para jugar en segunda. Así era el fútbol de entonces. Con el Salamanca estuvo dos temporadas, mientras terminaba medicina, y allí le fichó el Madrid, al que se incorporó a tiempo de jugar la Copa del 43. Sus dos mejores temporadas, en las que fue titular indiscutible, con Quincoces y Albéniz de entrenadores, coinciden con las que el Madrid ganó sus dos únicos títulos oficiales de la década. Casi no jugó ya durante la primera vuelta de la siguiente, la desastrosa 47-48, pero con Keeping, cesado Quincoces al principio de la segunda vuelta, recuperó la titularidad. Sus dos últimos goles con el Madrid, que hizo al Oviedo la última jornada, fueron decisivos para eludir el descenso a segunda. Acabó sus días de futbolista jugando en tercera división con el Plus Ultra, y volvió a incorporarse al Real Madrid, esta vez como médico del equipo de las cinco copas de Europa, tras retirarse en el 53. Marcó tres goles en la gran efeméride deportiva que esta generación dejó incorporada a la historia del Madrid. Ocurrió en el campo viejo de Chamartín el 13 de junio de 1943. Una fecha a la que deberíamos rendir tributo cada año, por su importancia simbólica para dos valores que deben ser esenciales al Madrid: la negativa a rendirse por desesperada que la situación se represente, y la comunión con los hinchas cuando vienen mal dadas, abandonado, este segundo, demasiadas veces.
el 13 de junio de 1943. Una fecha a la que deberíamos rendir tributo cada año, por su importancia simbólica para dos valores que deben ser esenciales al Madrid: la negativa a rendirse por desesperada que la situación se represente, y la comunión con los hinchas cuando vienen mal dadas, abandonado, este segundo, demasiadas veces
El Madrid del 42-43 había terminado 10º en Liga, justo en la frontera con la promoción de permanencia. En Copa, el Barça traía una ventaja de 3-0 del partido de ida. A pesar de los reveses de la temporada, los hinchas del Madrid no iban a dar la espalda al equipo. Al contrario, la ruptura en Barcelona de lo que, más o menos coactivamente, se tenía en aquél tiempo por estándares de la deportividad del público, propició que los hinchas del Madrid se sintieran convocados a crear un ambiente abiertamente hostil. Ese clima desconocido hasta la fecha —el que pita, grita o abuchea colectivamente, aún en un campo de fútbol, es un alborotador—, potenciado por la proximidad de las gradas a la banda de Chamartín, contribuyó decisivamente a una de las mayores victorias en la historia de nuestro equipo. El resultado es tan humillante para el rival que aún hoy circula por Barcelona una fantasía anónima, aunque digna de la firma de John Carlin, o de cualquiera otro de esos agentes de ventas del mito del Barça oprimido siempre prestos a confundir con Nelson Mandela a Juan Gich, el orondo gerente del Barça promovido a Delegado Nacional de Deportes de la Falange en 1970. El cuento lacrimógeno nos pinta en la caseta de Chamartín, amenazados por los mauser del ejército, a esos mismos pobrecitos jugadores que hacía menos de un año habían tenido que recoger la Copa del Generalísimo de las mismísimas manos de Franco. La realidad fue más parecida a que, vista la tensión ambiental, el jefe superior de policía se personó en ambos vestuarios para advertir que no iban a tolerar el más mínimo incidente. Y esa gente no era precisamente amable. El inolvidable marcador 11-1, no lo trajo al mundo el ejército franquista, sino la debacle de un equipo descompuesto por la sorpresiva presión de la afición madridista, un gol temprano, una sólida línea media Sauto, Ipiña y Moleiro, y la inspiración de una delantera de la que he mencionado el hattrick de Pruden, pero debo remarcar los 4 goles de Sabino Barinaga, el gran delantero de la década.
Aunque a veces jugaba de 9, no sé si de Barinaga debe hablarse como delantero o como centrocampista. Con 93 goles batió el récord de máximo goleador histórico del Madrid, que hasta él ostentó Luis Regueiro, otro que con arreglo a nuestro actual criterio sería centrocampista, aunque en aquéllos tiempos, y también en los de la WM a la que apuntaba el tercer defensa, llamábamos delanteros a los interiores. Sabino Barinaga, el inglés de Durango, tendría 14 o 15 años en el 37, cuando embarcó con sus hermanos más pequeños en el vapor Habana, en el puerto de Santurce, evacuado a Southampton. Allí empezó a jugar al fútbol. No sé de dónde sacamos el dinero para evitar que lo fichara el Athletic cuando terminó la guerra y regresó a su tierra, o sería que prefería el aire de la meseta. El caso es que debutó en el Madrid en abril de 1940, en la última jornada de la Liga, y quizá no por casualidad, lo hizo en Bilbao y contra el Athletic. Y con árbitro vasco, lo que hoy puede parecernos raro, porque no sólo la cultura influye en las normas, sino lo recíproco. Aunque fue cedido al Valladolid un par de temporadas, Barinaga jugó con el Madrid hasta el año 50. El día 14 de diciembre de 1947, unos años antes de superar el récord de Luis Regueiro, 40.000 personas le vieron superar a Serio, el portero de Os Belenenses, al rematar de cabeza al fondo de la red el primer gol que vería el nuevo Estadio de Chamartín. Chus Alonso, el delantero nacido en Cuba, que también jugó toda la década en el Madrid, y que casualmente había sido el autor del único gol del Madrid en el partido del debut de Barinaga, hizo los otros dos goles del Madrid en este partido inaugural del Estadio que, después de su primera ampliación hasta 125.000 espectadores, ya en la década siguiente, recibiría el nombre de Santiago Bernabéu.
El fundamental ascenso a la presidencia de Santiago Bernabéu fue una derivada no prevista del partido del 13 de junio de 1943. La Superioridad no quedó precisamente contenta con el comportamiento del público madridista. No le costó identificarlo con aquello que sobre «la orgía roja» del fútbol en la República había escrito Jacinto Miquelarena, en el primer número de Marca, el 21 de diciembre de 1938: «Casi todo el mundo era separatista –y grosero– frente a un match para el Campeonato de España. El bizcaitarrismo se daba tanto en los graderíos de San Mamés como en la tribuna de Chamartín. En la mayor parte de los casos, el madridista era un bizcaitarra de Madrid; es decir, un localista, un retrasado mental frente a los límites nacionales».
Así que el atlético Javier Barroso, presidente de la Federación, impuso una multa de 2.500 pesetas al Madrid «por el comportamiento severamente incorrecto de sus partidarios durante el encuentro» y otra de 25.000 pesetas a cada equipo, para comprar entradas para llenar la Final de la Copa del Generalísimo con los muchachos del Frente de Juventudes «quienes han de constituir la afición del mañana, que ha de ser todo lo correcta y disciplinada que el deporte exige». Parece que en Barcelona la multa, que era manifiestamente injusta, pues ya le habían impuesto otra de 5.000 pesetas «por la intensa coacción y hostilidad contra el árbitro y el equipo visitante» en el partido de Les Corts, sentó casi peor que la goleada. El marqués de la Mesa de Asta terminó dimitiendo de la presidencia del club, y Barroso decidió que también debía hacerlo el presidente del Madrid, Antonio Santos Peralba, designando para sucederle a su amigo Santiago Bernabéu, que no carecía de méritos, sino todo lo contrario. Por ironías del destino, dos atléticos, Barroso y Cotorruelo, que —como toca al equipo del Régimen— mandaban en las Federaciones Española y Castellana, a las órdenes del también atlético teniente general Moscardó, Delegado Nacional de Deportes, provocaron y condujeron el movimiento quizá más decisivo de la historia del Madrid.
Por ironías del destino, dos atléticos, Barroso y Cotorruelo, que —como toca al equipo del Régimen— mandaban en las Federaciones Española y Castellana, a las órdenes del también atlético teniente general Moscardó, Delegado Nacional de Deportes, provocaron y condujeron el movimiento quizá más decisivo de la historia del Madrid
El propósito de «reforzar la autoridad del entrenador, para que cumpla su cometido con total libertad de acuerdo con su leal saber y entender», que Bernabéu manifestó en sus primeras declaraciones a la prensa, seguramente responda a un juicio crítico de la gestión de la directiva anterior, pero también a la voluntad de concentrarse en el arriesgado y complejo proyecto de construir un fastuoso Estadio a la altura de su visión del desarrollo futuro del fútbol. Antes de cumplirse un año de su nombramiento, en junio del 44, ya se habían escriturado los terrenos adquiridos junto al campo viejo de Chamartín, que costaron tres millones de pesetas. Para financiar las obras, en noviembre lanzó la primera emisión de obligaciones con garantía hipotecaria, por 10 millones de pesetas, que fueron cubiertas en una mañana por los socios del Madrid. Hubo dos emisiones más hasta octubre de 1947, dos meses antes de la inauguración, por otros 20 millones más. Las obras, presupuestadas en 16 millones, costaron 37 debido al alza de los precios, superior al 25%, y la necesidad de mayor cimentación que la proyectada. Duraron 30 meses. La planificación de las obras permitió que sólo se jugara fuera de Chamartín una temporada, pero cuando las obras alcanzaron la zona que ocupaba el campo antiguo, que estaba más o menos en paralelo a lo que hoy es Padre Damián, el Madrid pasó a jugar como local en el Metropolitano la temporada 46-47. La visión y la determinación de Bernabéu, junto al compromiso y eficacia de colaboradores tan decisivos como Cárcer y Corrales, dieron al Madrid una ventaja estratégica que se seguiría aprovechando muchos años después y constituye el fundamento económico de su edad de oro deportiva en la segunda mitad de los 50, pero de momento, el equipo estaba al borde de segunda.
Para afrontar la imprescindible renovación de la plantilla, en el 48 Bernabéu fichó al Celta de Vigo a Muñoz, medio defensivo, y Pahiño un ariete que ya había sido pichichi con el Celta, nada menos. En algún sitio leí que costaron un millón doscientas mil pesetas. Estamos ya en la generación que conecta con el Madrid de Di Stéfano. Antes, en el 46 había fichado al interior Luis Molowny, cortando el aire al Barcelona, en un ensayo de la que le vendría con Di Stéfano, al dejarle compuesto y sin novia, por largar a la prensa. Ocurrió que yendo a Barcelona o viniendo de allí, Bernabéu bajó del tren en Reus, donde compró La Vanguardia y leyó que un emisario catalán había partido en barco hacia Canarias para fichar al interior. Inmediatamente mandó en avión a Quincoces, que era entonces secretario técnico, al que le sobró tiempo hasta para ver actuar a Molowny en un partido amistoso, del que sacó una mala impresión. Bernabéu resolvió todas las dudas a su estilo: «Tú fíchale y déjate de hostias, ya hablaremos».
Molowny llego a jugar en la primera eliminatoria de la copa de Europa, frente al Servette, antes de retirarse en Las Palmas. Como hombre de club estaría vinculado al Madrid muchos años, y quizá sea más recordado hoy que como futbolista por sus varios desempeños como entrenador, la mayoría esporádicos y por cortos periodos de tiempo, en situaciones de crisis deportiva y como sustituto transitorio de algún entrenador cesado, en los que sin embargo ganó numerosos títulos. Aunque esto sea otra historia, recuerdo especialmente, por ser la primera gran crisis deportiva del Madrid que me tocó vivir, que fue el entrenador que sustituyó a Miguel Muñoz en 1974.
Miguel Muñoz Mozún, como capitán del equipo, alzó en el Parque de los Príncipes de París la primera Copa de Europa. El hecho de que a mitad de los 50 ya fuera capitán da idea del intenso proceso de renovación de la plantilla que se produce a partir de finales de la década de los 40. Durante sus primeras cinco temporadas en el Madrid, no ganó ningún título, porque desde la copa del 47 en la que no había participado, el Madrid del que hablamos no volvió a ganar un título hasta la Liga del 53-54, ya con Di Stéfano en el equipo. Así que las tres copas de Europa y cuatro ligas que ganó como jugador y las dos copas de Europa y nueve ligas que ganó como entrenador pertenecen a otros episodios de esta serie.
De su compañero en el Celta de Vigo Manuel Fernández Fernández, Pahiño de nombre de guerra, en homenaje a su pueblo, San Paio de Navia, Alfredo Di Stéfano dijo: «siempre me quedó pena de no poder compartir equipo con él. Se marchó justo cuando yo llegué al Madrid. Le había visto la temporada anterior en varios partidos, mientras yo esperaba que se arreglase mi pase al equipo blanco. Era un delantero fabuloso, capaz de rematar cualquier cosa. Armaba rápido el disparo y no perdonaba una ocasión. Cuando llegué a España no sabía lo que era un ariete. En Suramérica no se utilizaba. Lo entendí cuando vi a gente como Pahíño»
Efectivamente, Pahiño fue el gran delantero que conectó la larga década de la posguerra, que hemos glosado aquí, con el Madrid de Di Stéfano. Un jugador distinto, de más de veinte goles por campeonato, que había sido pichichi de la Liga 51-52, con 28 goles, pero que cumplió treinta años en enero del 53. Bernabéu, fiel a su política, sólo le ofrecía una renovación por un año. Él insistía en tres. Con un temperamento poco dado a doblegarse —«También me acuerdo, dirá Di Stéfano, de lo mucho que peleaba contra defensas serios, que intimidaban, como Aparicio, del Atlético de Madrid, o Curta, del Barcelona. Jamás se arrugaba.»—, dijo no a las 275.000 pesetas de ficha que Bernabéu le ofrecía y regresó a su Galicia natal, para seguir jugando en el Deportivo. Sin malos rollos, pues atendió la petición del Presidente de que no fichara por el Atlético, con los que había jugado cedido la Copa Latina, mientras la Selección con la que no le dejaron ir estaba en Brasil.
Con 108 goles en 124 partidos, desbordó el récord de Sabino Barinaga, y aunque pocos años después sería superado por Alfredo Di Stéfano, su promedio de goles, 0,84 por partido, sólo ha cedido medio siglo después ante Cristiano Ronaldo. Su extraordinario desempeño no le sirvió para ganar nunca un título colectivo, lo que acentúa el rasgo trágico de su figura. Igual que le ocurriría a Bañón, el portero madridista de esta década, al sorprenderle el general Zamalloa conversando amistosamente con exiliados españoles que, en Paris, presenciaban un partido de la Selección, de la que era portero suplente, Pahiño fue apartado de la Selección española —a pesar de sus tres goles en tres apariciones, que no completan tres partidos—, privándole de estar en el Mundial de Brasil, por haber sonreído irónicamente a la arenga del general Zamalloa, reclamando «cojones y españolía» en el descanso de su partido de debut, frente a Suiza, en el que había marcado en el minuto 7. Arriba, el diario de la Falange, dictó la sentencia: «¡Qué se puede esperar de un futbolista que lee a Tolstoi y a Dostoievski!» No lo sé. Quizá que, además de hacer casi un gol por partido, hubiera escrito en La Galerna.
*El Madrid de la rebeldía y el renacimiento (título original del autor)
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Excelente artículo. Enhorabuena.
Sólo añadir que me gusta la Sidra el Gaitero, famosa en el mundo entero, casi tanto como el 11-1.
Saludos.
Una maravilla de artículo. Desde el inicio hasta, especialmente, el último párrafo.
Maravilloso! Eso sí, mencionar que el Real Madrid si gana tres títulos menores entre la Copa del 47 y la Liga del 54: la Copa Eva Duarte en 1948, la Copa Castilla (último torneo regional del que tengo constancia que disputamos) 1947-1948 y la Pequeña Copa del Mundo de Clubes de 1952.
Además, ganaría la Copa Federación Centro (Copa de formato regiónal jugada esporádicamente, muy similar a la Copa Catalunya actual en cuanto a variedad de formatos) en 1943.
podrías poner aquí todos lo trofeos regionales que tengamos en formato copa?
en la wikipedia faltan
Magnífico artículo, muchas gracias por su publicación.