—¡Hombre, padre Carmichael, usted por aquí!
—Buenos días, querido Lou. Ya he terminado por hoy. Siempre que acabo de dar misa y de repartir las hostias correspondientes, quedo en paz y me gusta disfrutar de un aperitivo.
—Hace usted bien. Un vino, ¿verdad?
—Por supuesto. Sírveme un Azpilicueta, que tengo hoy cuerpo de Rioja. En vaso chato, no quiero copa. Y ponme unas gildas de esas de ahí, que tienen una pinta estupenda.
—Son exquisitas, padre, ya verá. Hablando de Azpilicueta, ¿vio el partido contra Osasuna?
—Que si lo vi, ¡menuda gozada! Este Madrid tiene la robustez de un Seat 1500. Parece que ha vuelto esa sensación de que en Liga manda. Y hace mucho que no pasaba. Del año 60 al 90 se ganaron 19 ligas de 30. A partir de entonces, en los siguientes 30 años, se han ganado casi las mismas Champions que torneos domésticos. Nos hemos especializado en el lujo. Bueno, todo esto si no me equivoco, que a mi edad y con lo que me gusta el vino, vete tú a saber si he echado bien las cuentas.
—Pues si no es así, por ahí le debe de andar, padre. Este Madrid parece que estudia a diario, por eso va bien en la Liga, no solo se da la paliza en el examen final para ganar la Champions. Yo creo que Zidane piensa que, si se llevan los deberes hechos, será más fácil lograr los objetivos.
—Eso indica la lógica y las buenas costumbres, Lou, pero el Madrid se constituye en virtud de su dignidad, de su excelencia ontológica. Eso a veces le confiere el talento de obrar milagros, porque está en su naturaleza, y le dota de esa aptitud de resurrección y de absorción de conocimientos y capacidades de forma súbita a última hora que le ha llevado a ganar títulos importantes casi ya con un pie en los vestuarios.
—Y a provocar el éxtasis en todos nosotros.
—De éxtasis sabes tú bien, Lou, que sirves muchos cubalibres de ron Santa Teresa.
—Pero padre, ya no se dice cubalibre, no me sea antiguo.
—Y yo qué sé, Lou. Trae para acá la botella de Rioja. Y ponme unos torreznos.
—Por cierto, ¿sabe algo de Trevor?
—Qué voy a saber, si ese libertino tiene menos fe que Pinocho con anemia. Solo va a misa cuando se le acaba el vino.
—La última vez que estuvo aquí en el bar, padre, fue hace una semana, uno de esos días que hizo sol. Estaba de copas con Charlotte y terminó diciéndole: “Tú eres lo más lindo de mi vida, aunque yo no te lo diga”. Después pagaron, se fueron y me dijo que iba a estar ausente unos días, que tenía un trabajillo, pero que no me preocupara que era un asunto honesto.
—Más motivos para preocuparse. Y encima pagó. Daré aviso al club de beatas, a ver si nos pueden informar de algo. Desde hace generaciones, saben de cualquier persona de la ciudad si los tornillos que anclan las bisagras de la puerta de su cocina son de cabeza plana o de estrella. Dicen que la CIA y el Mossad hicieron estudios de campo aquí para copiar sus técnicas y sus tácticas de grupo, pero yo creo que no es cierto, solo vi a la CIA.
—Dicen que el Mossad son tan buenos que ni siquiera se les ve, padre.
—La verdad es que no sé, hijo. ¡Qué torreznos!
—Es igual, ya me contará, que me tiene preocupado el crápula de Trevor.
—Lou, muy buenas las piparras de las gildas, por cierto. Y el vino.
—Me alegro, padre Carmichael. A ver si el domingo sigue la racha con el Celta y la energía de Aspas no nos lía ningún jaleo eólico.
—Eso es, querido Lou. Marcho a casa alegre, como el Madrid, que tengo el corazón con Trento, el corazón con Trento y libre de herejía.
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