Lo mejor de ganar la Decimotercera es que nunca más habrá que lidiar con esa dichosa cifra mufa. Decía Wilde que no hay como caer en las tentaciones para que dejen de serlo, y se ve que nada mejor para desactivar ciertas supersticiones que abismarse en ellas de hoz y coz. Las gorgonas y las serpientes traen mala suerte, así que cuanto antes se les sostenga la mirada y se les retuerza el pescuezo, mejor. Ni una hora había pasado desde que se pitara el final en Kiev y ya estaban Cristiano y Bale soltando la lengua y avinagrándonos el champán. Luego este verano ha sido una dura prueba para el madridismo, más dado por naturaleza al gozo olímpico que a la penitencia autoinfligida: la repentina orfandad de Zidane, la marcha anunciada y no asumida de Cristiano, la sensación bombeada día tras día por una prensa canina de que aquí no quería venir nadie, la no menos angustiosa derivada de la evidencia de que en realidad el club no quería traer a nadie, los cinco minutos de gloria de Rubiales cuando nos las prometíamos tan felices con la decapitación de Villar. Habíamos traspasado el umbral de las gestas históricas y no nos atrevíamos a salir del agua porque en la sombrilla de la playa acechaban los periódicos y el WhatsApp. Y todavía hay quien dice que la superstición es una tontería.
Era tal el contraste con el verano anterior, con sus palmaditas condescendientes al culerío abrumado por las resistencias del Guangzhou a venderles a Paulinho, ese crack, que a duras penas encontramos consuelo en que de momento no veremos a Ney de blanco. Pero aquí no estamos para más sufrimientos que los de la incertidumbre del resultado en el campo y la Trecena ya está en el zurrón, así que ya hemos matado al dragón y se acabó el sortilegio. Bienvenidos a la Edad Decimocuarta. Yo veo signos.
–¿Pero qué signos ves tú, Faerna? ¿Es que no te has enterado del baño de Nervión? ¿Te han trastornado las maracas de Machín? ¿No te han contado que el Atlético volvió a salir vivo de Chamartín?
–Nada de eso. ¿O acaso los augures no los leen en las cenizas, en los posos y aun en las ruinas? De Sevilla salimos magullados y escarnecidos, y el Atleti nos dejó con cierta murria, pero líderes. Al cabo, de allí hemos salido escaldados constantemente en los últimos años y de aquí no salimos victoriosos hace otros tantos. Si está de Dios que el motor petardee de cuando en cuando, mejor que sea en Sevilla que en Girona, donde el estropicio liguero siempre será mayor. Hasta en el fracaso de la Supercopa veo yo signos antisimétricos si uno cuenta que el año pasado arrasamos en esos prólogos para transformar la arrancada de purasangre en trote de jamelgo liguero.
Los signos más elocuentes tienen que ver con los resultados, claro, pero sobre todo con cómo se producen. Se habla de que la baja de Cristiano ha dado lugar a un Madrid coral, metáfora musical extraviada porque en los coros las voces individuales se funden y desaparecen en masas armónicas indiferenciadas, como en una orquesta sinfónica. Lo del Madrid post-Cristiano apunta más bien al modelo de la big bands, donde los músicos se asocian pero solo se funden a ratos. Operan en colectivo, pero no desaparecen como individuos, con su espacio para la improvisación y el solo arrebatado que no desdice del conjunto sino que lo refuerza. En los coros y en las sinfónicas mandan la afinación y los violines; en las big bands, el ímpetu, el poderío de los metales y las mentes que piensan y gozan juntas pero no siempre al unísono.
No es solo que el fútbol guarde en general más semejanzas con el jazz que con el repertorio clásico. Es que el Madrid ha pasado de una dinámica más parecida a la del grupo pequeño, donde los sidemen no renuncian a su propia personalidad pero actúan al servicio de un líder que se lleva la parte del león como solista e impone su personalidad a todo el grupo, a otra semejante a las bandas de más de quince, donde a nadie se le niega su minuto de gloria pero el desempeño es siempre colectivo. En las big bands el líder funge de ideólogo y catalizador, pero su instrumento no monta más que el del último en llegar a la alineación. El Madrid de los últimos años con Cristiano era los combos de Miles Davis en los sesenta o los de Thelonius Monk en los cincuenta, y el postreceno apunta más a las maneras de las bandas de Ellington o Basie, personalidades exuberantes y, sobre todo el primero, compositor de facunda genialidad bachiana, pero siempre mentes rectoras a los que los músicos interpretan, nunca acompañan.
El director de una big band es un líder al modo en que lo es un buen entrenador, no a la manera de una estrella. A Zidane le cuadraría el perfil mítico de un Ellington, nimbado por un aura más luminosa que la de cualquiera de sus músicos, pero Lopetegui haría un estupendo Woody Herman, orgullosa y modestamente parapetado tras los saxos dionisiacos de sus four brothers, que estimaba en mucho más que sus limitados talentos al clarinete, pura madera segundona. Pocas bandas sonaron nunca a pura explosión de vida arrolladora y sincopada como los rebaños –así los llamaba– de Woody a lo largo de más de tres décadas.
Yo no sabría decir si al fin el club ha hecho bien o mal dejando ir a Cristiano y absteniéndose de pescar en un mercado infestado de pirañas (para eso están los augures del pasado, esos que sentencian el acierto si las cosas acaban en triunfo y espurrean jeremiacos yo ya dije a nada que se pierda así sea en tanda de penaltis), pero me excita la perspectiva de contemplar el paso del animal prometeico de Madeira al monstruo colectivo de seis o siete o diez cabezas. Ese donde Casemiro o Carvajal nunca harán solos, como no los hacían Jimmy Blanton o Freddy Green, aunque ni el Duque ni el Conde se hubieran atrevido ni a asomarse al escenario sin atisbar su presencia en el atril del contrabajo y la guitarra; ese donde Paul Gonçalves, como Gareth Bale, quizá no gane el Balón de Oro virtual que adornaba a Coleman Hawkins o Charlie Parker, pero diez minutos de solo legendario en el Newport del 59 o en el Metropolitano del 18 le bastarán para mirarles a los ojos sin desviar la mirada el resto de la eternidad. Si se trata de competir, nada como la vieja tradición de las batallas de big bands, resucitada por las del Duque (canal derecho) y el Conde (canal izquierdo) un día de julio de 1961 en un estudio de la Columbia transfigurado en estadio. Yo no sé a los demás, pero a mí se me abren los poros y los sentidos ante una Liga con un Barça en decadencia, un Atlético indeciso y un Madrid en transformación. Veremos quién hace bailar a quién en esta pelea en el barro. Yo no sé los demás, pero en Kiev retorcimos el cuello del dragón y yo tengo el favorito claro, aunque desafine. Bienvenidos a la era del swing.
Número Uno
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Desde mi punto de vista, el Madrid alcanzó el cenit con la consecución de la 13 y ahora toca tiempo de reconstrucción, máxime tras la marcha de Cristiano.
El equipo actual es un buen equipo para andar por casa con un técnico de andar por casa. Dudo mucho que consigamos nada grande en Europa en el próximo lustro y eso acertando en las incorporaciones futuras.
En cambio creo que en las competiciones locales tendremos más chance. El Barça temo que nos haya copiado nuestra formula infalible de los últimos años, para ganar La Champions. Estar de pretemporada hasta Marzo. Al Atlético no creo que le alcance para las tres competiciones.
Haremos de la necesidad virtud e iremos a celebrar de nuevo ligas a Cibeles, porque en unos años no nos dará para más.
Hombre, está tocando una Big Band en el escenario y usted se acoda en la barra enfurruñado. ¡Salga a bailar y verá cómo se anima!
Estupendo artículo, aunque el partido de hoy convierta lo de la big band en wishful thinking. Esperemos que regrese la orquesta, lo de hoy ha sido una mezcla de rock progresivo y shoegaze.
Me parece perfecto que el Madrid sea una big band jazzística pero, por favor, que deje de interpretar blues, que es lo último a lo que se está dedicando.
Ya me gustaría que en el futuro se recordara a Lope y sus muchachos, como recuerdo a "Count Basie & the Kansas City Seven".
La orquesta todavía necesita ensayar, y no sé el auditorio tendrá la paciencia necesaria como para esperar a que la orquesta esté afinada del todo.
Tiene toda la razón en el comentario final del artículo. este año tenemos la posibilidad de pelear la liga, porque el Farça muestra signos de decadencia, y los intensos se debaten entre la intensidad y el control, por lo que a veces parece que no son ni una cosa ni otra. El Madrid necesita acelerar su transformación, porque de otra manera nos afectará la histeria circundante.
Saludos.