Jornada 34.
Domingo, 3 de mayo de 2020. Bilbao. 20 horas. Estadio San Mamés.
Árbitro: Eduardo Iturralde González.
Athletic Club: Unai Simón, Yuri Berchiche, Íñigo Martínez, Yeray, Unai Núñez, Capa, Mikel Vesga, Dani García, Muniain, Raúl García, Iñaki Williams.
Entrenador: Gaizka Garitano.
Real Madrid: Gareth Bale, Vinícius, Benzema, Rodrygo, Isco, Kroos, Lucas Vázquez, Ramos, Isco, Marcelo y Fede Valverde.
Entrenador: Zinedine Zidane.
Se presentaba el Madrid en Bilbao sin saber si era líder o no. Le preguntaron a Zidane al respecto durante la rueda de prensa previa y sonrió. Un refunfuño generalizado se escuchó en la sala, como cuando éramos pequeños y el profesor, al final de la clase, anunciaba que al día siguiente había control. La sonrisa de Zidane produce la misma sensación en el salaprensero del Madrid que el control en esos colegiales de los ochenta. Hay algunos que parecen listos, empollones se decía antes, como Meana o Burgos (Burgos es el poeta muerto pelirrojo que se chiva de todo), pero que son los que más refunfuñan porque no sienten la poesía y no saben qué hacer, ni qué preguntar.
Esa sonrisa les desarma. Les desbarata y se quedan como mansos. Como en nada. Ensimismados mientras tratan de volver a su ser que no encuentran y entonces se palpan la ropa, como si ellos mismos se les hubiera quedado en los bolsillos, pero nada. Zidane no sabía si eran líderes, o sí, y no quería decírselo a nadie. Esa sospecha saca de quicio a algunos periodistas que siempre quieren saberlo todo, en vez de escribir o informar (con lo bonito que puede ser) sobre no saber nada.
Después de la clonación múltiple de la jornada anterior, Casemiro se había quedado sin fuerzas como los fantasmas de Ghost cuando se metían dentro del cuerpo de un vivo. Zidane había decidido darle la vuelta al equipo, espoleado por la baja insustituible del brasileño. Iba a hacer la revolución, cometer una audacia nunca vista. Para empezar, puso bajo a los palos a Gareth Bale. En el centro de la defensa a Benzema y a Rodrygo. De lateral derecho Vinícius e izquierdo Isco. En el medio campo, Lucas Quinto como organizador, Ramos de mediapunta y por los lados Kroos y Modric. En la delantera, Marcelo y Fede Valverde.
En San Mamés estaban expectantes por la visita del Madrid, como es habitual, pero tampoco muy sorprendidos con el planteamiento. A los vizcaínos les resbala mucho lo de los demás, en el buen sentido, como si todo acabase deslizándose de diferentes formas por esas techumbres, esos toboganes modernistas del Guggenheim. El imprevisto dadaísmo futbolístico del Madrid les dio igual a los bilbaínos. Ellos pueden jugar contra un equipo de velocirraptores y no fijarse hasta el punto de encarárseles sin cuidado, nariz contra orificios nasales, hasta llegar a pasarles el estupor, e incluso el terror, a los dinosaurios. Otra cosa hubiera sido el Barcelona, que hubiera impugnado el encuentro por cortocircuito debido a excesiva intrepidez.
Llegaban con la moral alta a su feudo los locales. La reciente gran victoria en el Nou Camp por dieciocho a cero les había vuelto más vascos que nunca. Sin embargo, pronto se iban a ver desbordados, como desprovistos igual que si nunca hubieran tenido, en realidad, ningún poder. Comenzó el Real Madrid a controlar el partido bajo la batuta serena de Lucas. Sus movimientos lentos, juiciosos, movían al equipo en un ritmo constante y severo. La velocidad inusitada de Kroos por la banda superaba constantemente a Muniain y a Berchiche.
En el otro lado, Modric hacía lo mismo con Capa y Mikel Vesga. Lucas ponía el ojo y adelantaba el balón veinte metros de una vez en diagonal justo donde aparecía el alemán y el croata; cuando no centraba en corto a Ramos, en modo quarterback, que llegaba a las inmediaciones del área con una frescura como de violetera. Marcelo necesitaba subir desde más atrás para rematar con gusto, por lo que Sergio, en la frontal, retrasaba el balón para que lo cogiera el brasileño en carrerilla, hiciera un caracol, luego un farol y finalmente una rebolera para centrar por alto, con tirabuzones, a Valverde, delantero centro, que las metía todas de tijereta (como McManaman pero con la violencia de Mariano) chupándose el dedo mientras chutaba.
Así llegaron los tres primeros (y tempranos y únicos) goles del Madrid, que encarrilaba el partido desde el principio con tal sensación de fantasía que a los leones les parecía haberse colado por el hueco del árbol de Alicia. Todo estaba lleno de conejos blancos, aunque también dicen, como contó Iñaki Williams después en zona mixta, que también vieron al gato de Cheshire, al sombrerero y, aun sin poderlo asegurar, también a la oruga azul. El género del nonsense estaba dando mejores resultados que el mejor de los 4-4-3 o de los 3-5-3.
Cuando los centrocampistas del Athletic atacaban, se ponían tan contentos de dejar atrás con tanta facilidad a Valverde o a Marcelo, y a Ramos, Modric o Kroos, que cuando llegaban al área de Bale y veían enfrente a un defensa central como Benzema o a un lateral como Vinícius, les entraba una risa floja que los debilitaba y hacía parecer al francés y al joven brasileño los mismísimos Hierro y Baresi en sus mejores tiempos, respectivamente.
Sólo en una ocasión llegaron los rojiblancos a la meta madridista durante la primera parte para inquietar al portero galés, que respondió con una seguridad pasmosa, muy golfística, pues, tocado con una gorra zamorana, tras la parada, se destocó para saludar al público igual que si hubiera concluido un juego en el 18 con un largo y acertado putt.
La segunda parte transcurrió por derroteros distintos, cambiantes. El Athletic lo intentaba y el Madrid había desistido de seguir marcando, más preocupado de contemplar ese maravilloso mundo al que les había llevado Zidane (y de mantener la ventaja) que de meter el balón dentro de la portería de Unai Simón. De este modo, se pudo ver a Muniain tratando de mantenerse a flote en un mar de lágrimas mientras charlaba con un ratón. En el minuto sesenta y dos, aprovechando un parón por una falta en ataque cometida por Raúl García sobre Isco, Luka Modric se acercó a la banda para beber agua de una botella y comenzó a aumentar de tamaño de tal modo que se hizo gigante y quedó atorado en el nuevo San Mamés, hasta que el público empezó a lanzarle panecillos mágicos que, al comerlos, le devolvieron su tamaño normal.
Por momentos el balón se convertía en un erizo, indistintamente, y el colegiado, Iturralde González, detenía el juego y cuando cogía el balón era otra vez un balón, y luego en los pies de Dani García volvía a ser un erizo que le pinchaba en las espinillas. Este es el día en el que Iturralde colgó el pito, no sólo por no entender nada, sino también porque en esas condiciones ya no le resultaba posible fastidiar al Madrid.
Los minutos restantes corrieron rápidamente, y, entre otros sucesos difíciles de explicar, Raúl García se transformó en cerdo. Lucas Vázquez se encontró con una puerta en medio del campo, la abrió y dentro se encontró con que ya no era un centrocampista organizador sino el delantero de siempre, así que se volvió a San Mamés y cuando abrió la puerta de nuevo para entrar le dio con ella en las narices a Íñigo Martínez, lo que aprovechó Iturralde para sacarle la roja directa, que sin embargo le robó, cogiéndola con el pico como si fuera el mazo de naipes, un flamenco rosa (que en realidad era Coentrao), por lo que el Madrid pudo acabar el partido con once, a pesar de los esfuerzos de Iturralde (que desapareció entonces como el gato de Cheshire) y ganar el partido siguiendo sin saber si era líder o no.
La Liga continúa:
La Liga continúa:
Jornada 28: Mallorca 1 - F.C Barcelona 2
Jornada 28: Real Madrid 16 (más o menos) - Eibar 1
Jornada 29: F.C Barcelona 1 - Leganés 1
Jornada 29: Real Madrid 2 - Valencia 2
Jornada 30: Sevilla 2 - F.C Barcelona 0
Jornada 30: Real Sociedad 16 - Real Madrid 16
Jornada 31: F.C Barcelona 0 - Athletic de Bilbao 18
Jornada 31: Real Madrid 4 - Real Mallorca 3
Jornada 32: RCD Espanyol 1 - Real Madrid 1
Jornada 32: Celta de Vigo 0 - Barcelona 5
Jornada 33: Real Madrid 6 - Getafe 4
Jornada 33: FC Barcelona 0 - Atlético de Madrid 0
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