Dicen que quien quiere hacer algo busca un motivo, y que quien quiere no hacerlo busca una excusa. A menudo, las frases del refranero popular son empleadas como comodín barato por parte del apurado articulista que busca cumplir con su obligación literaria mediante una faena de aliño; sin embargo, es posible que, por una vez y sin que sirva de precedente, el acudir a ellas esté verdaderamente justificado para la descripción de la situación actual.
Veamos: nuestro equipo se halla en un momento complicado de la temporada, en el que a los problemas futbolísticos ya intuidos antes del Mundial – hay varias piezas del engranaje que no están funcionando; acaso el propio esquema esté lejos de resultar una solución- hay que sumarle un estado físico deficiente. Esta realidad ha conllevado el encadenamiento de una sucesión de encuentros sacados adelante de manera muy sufrida, y ha culminado finalmente en un par de rapapolvos, incluyendo la entrega de un campeonato al máximo rival. Además, en el horizonte aparece una terrible próxima salida liguera a San Mamés, donde no debiera estar permitido dejarse más puntos, y justo antes y después de dicha cita crucial surge un molesto moscardón de atractivo a priori escaso: la Copa del Rey. Así las cosas, antes de encarar el fatigoso compromiso de Villarreal parece inevitable detenerse un momento a reflexionar sobre si lo que se desea encontrar es un motivo o una excusa.
Si uno intenta adoptar el punto de vista de la plantilla y el entrenador, se pueden entender las dudas acerca de la actitud con la que conviene tomarse este inoportuno desafío. El calendario es largo, las fuerzas exiguas, el adversario enérgico y el premio parvo. Por otro lado, desde el prisma del aficionado, aunque su naturaleza egoísta pueda hacer pensar lo contrario, la tentación de dejarse llevar se halla también presente. No en vano hay un sector de hinchas merengues, hiperestimulados y criados entre algodones, para los que solo existen las grandes citas y cualquier otro bocado supone poco menos que un aperitivo insulso, y hasta casi impertinente. Siguiendo este camino y estirando este argumento uno puede incluso permitirse una lectura poética que adorne el desdén y que convierta la anomalía en motivo de orgullo.
cada vez resulta menos remota la posibilidad de que el Madrid acabe atesorando en las vitrinas más Copas de Europa que Copas del Rey. Una declaración muda y contundente: mi reino no es de este mundo
Me explicaré mejor. Les invito a observar el palmarés de las últimas décadas, y podrán apreciar que cada vez resulta menos remota la posibilidad de que el Madrid acabe atesorando en las vitrinas más Copas de Europa que Copas del Rey. Léanlo despacio y piensen con calma en lo que significa. Reconocerán que semejante exceso, de darse finalmente, constituiría una demostración extraordinaria de la apabullante categoría de los blancos. Se trataría de una distinción no verbalizada, imponente en sí misma; una especia de altivez sutil, si se me permite el oxímoron. Una declaración muda y contundente: mi reino no es de este mundo. Tan lírica que un Sabina cualquiera querría ponerle melodía al estribillo. Diecinueve Copas y quinientas Champions. Ahí queda eso.
Llegados a este punto, habrá quien se haya convencido tanto que hasta vea con buenos ojos una nueva derrota en el estadio de la Cerámica. Después de todo, desde Madame de Staël para algunos sigue vigente aquello de “tout comprendre c’est tout pardonner” –“comprenderlo todo es perdonarlo todo”-. No obstante, confieso mi incapacidad para disculpar, siquiera mínimamente, un fracaso más o menos deliberado por medio de artificios retóricos. No hay ética sin estética, cierto, pero tampoco al revés. Mi forma de entender el madridismo convierte cada partido en una cuestión única, a vida o muerte, incluso aquellos más inoportunamente colocados en el perpetuo disparate del calendario. Afortunadamente para mí, y quizá por desgracia para los jugadores, me temo que coincide con la visión del club. Con la pasada y con la actual. Eso y no otra cosa es el Madrid: el peso de la historia combinado con el peso de la histeria. Puede parecer más exagerado que vitalizador, pero creo de veras que consiste en la actitud adecuada para este brete concreto, y en general para enfrentar la vida. Al fin y al cabo, nada garantiza que tirar voluntariamente una competición te asegure el éxito en las otras; y en demasiadas ocasiones, mientras uno traza meticulosos planes en los que trata de considerar la mejor elección, es la vida la que termina eligiendo por uno. No hace falta ser un metafísico o un neurocientífico para concluir que muchas personas creen ingenuamente poder elegir lo que nunca dependió de ellos. De modo que mejor apretar los dientes y afrontar con entereza el desagradable destino, y retrasar así todo lo posible el momento de explicarnos a nosotros mismos los motivos o las excusas.
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