A finales de 1994, un compañero de clase, Alfonso, y yo solíamos esperar el autobús. Alfonso era un chico moreno de cejas pobladas, siempre impecablemente vestido con camisa y zapatos. Por otro lado, yo iba casi siempre en camiseta y con el pelo muy corto, con un estilo más informal.
Siempre solíamos hablar de fútbol. Era un tema de conversación ineludible, y nosotros no éramos la excepción. Hacía apenas unos días, un chico de la cantera del Real Madrid había debutado con el primer equipo. Su nombre era Raúl González Blanco, y su aparición había generado expectativas y comentarios entre los aficionados merengues y la prensa deportiva nacional.
Justo una semana, ese chavalillo desgarbado que apenas superaba el 1,75, hacía su primer gol en primera división en una contra dirigida por el fantasista danés Michael Laudrup, mientras que Iván Zamorano dibujaba un desmarque que se llevaba al central y dejaba solo al canterano. Al primer toque la puso en la escuadra justo al entrar en el área grande. Poco antes había realizado un centro por la banda izquierda que el cazagoles chileno, don Iván Zamorano, remató al fondo de las mallas.
El lunes después de ese fin de semana, Alfonso y yo nos encontramos en la explanada como de costumbre. Era mediodía y el sol brillaba intensamente en el cielo azul, haciendo que la temperatura fuera bastante agradable. Nos sentamos en un banco, esperando el autobús, mientras compartíamos nuestras impresiones acerca del joven futbolista.
"¿Has visto al chaval de la cantera del Real Madrid?”, le pregunté a Alfonso.
"Sí, he oído hablar de él. Parece que tiene talento, pero solo el tiempo dirá si será un buen jugador", respondió Alfonso, mostrando cierto escepticismo.
A pesar de su juventud y falta de experiencia, vi algo especial en Raúl y no pude evitar emocionarme. "Yo creo que va a ser uno de los mejores de la historia del Real Madrid", le dije a Alfonso con convicción.
A pesar de su juventud y falta de experiencia, vi algo especial en Raúl y no pude evitar emocionarme. "Yo creo que va a ser uno de los mejores de la historia del Real Madrid"
Alfonso se echó a reír y me miró con incredulidad. “Estás chalao’, tío. Ha sido un buen debut, pero todavía tiene mucho que demostrar”, contestó.
Después de aquella conversación en 1994, Alfonso y yo seguimos siendo compañeros de clase, pero no llegamos a desarrollar una amistad muy profunda. Aun así, nuestras vidas continuaron y ambos seguimos nuestras propias trayectorias. Yo fui más amigo de su hermano, Nacho, más del rollo informal y más afín musicalmente…
Con el paso de los años, Raúl González Blanco se fue consolidando como un símbolo del Real Madrid y como uno de los jugadores más destacados de la historia del fútbol español.
Aunque nuestras vidas tomaron rumbos distintos, siempre recordaré aquel momento frente a la explanada donde se celebra en días como hoy la Feria de Sevilla. Por un instante, nuestros destinos se cruzaron brevemente en torno a una predicción sobre el futuro de un joven futbolista.
El tiempo pasó y, a pesar de no haber vuelto a hablar de aquel episodio, estoy seguro de que Alfonso también recordará aquella conversación. Tal vez, al ver el éxito de Raúl en el campo y su legado en el Real Madrid, Alfonso haya pensado alguna vez en aquel día y en mi predicción.
La vida está llena de momentos fugaces y encuentros que nos marcan de diferentes maneras. Aquella charla en la explanada fue uno de esos momentos, y aunque no fuimos grandes amigos, aquel recuerdo siempre será parte de nuestras historias individuales y de la pasión que compartimos por el fútbol.
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Yo estudiaba en Londres y, cada mes, recibía un paquete de casa con viandas, pipas, y un par de Marcas que incluía mi abuela madridista. En uno de esos Marcas me escribió que me fijara bien porque había marcado un gol un chavalito que iba para figura mundial. Con los años me di cuenta de que la jodía nunca se equivocaba.