Ramón

Me fijé en el hombre del momento, hace ya más de seis años, porque escribía en Meritocracia Blanca unos artículos tan llenos de sentido común que no eran nada comunes. Escribía con sencillez, como lo hacen los yankees cuando escriben bien. ¿Qué quiero decir? ¿Esto? Pues voy a escribir exactamente eso. Para un barroco incorregible como yo, tan jodidamente europeo, esa simpleza demoledora resultaba admirable. Sus textos rezumaban tanta humildad, tanta voluntad interna de ponerse en duda a sí mismos, que aterrizaban con el peso granítico de las verdades. A los cuatro o cinco artículos, me di cuenta de que ese chico estaba tan abierto a poner en permanente cuestión sus creencias que acababa por tener razón siempre. Porque eso no me lo quitará nadie. Yo fui el primero en darse cuenta de que Ramón tenía la extraña cualidad de tener razón permanentemente. Da igual. De no haber sido yo, habría sido otro, y de no haberse puesto a escribir en La Galerna, para luego convertirse en mi socio, habría empezado a escribir en cualquier otra parte completándola, agraciándola. Habría escrito en cualquier otro lugar digno de su desarmante capacidad para expresar con comedimiento evidencias pétreas.

Decía Popper que todo conocimiento científico es provisional. Ramón es un científico y, por tanto, discutirá cien mil veces consigo mismo con tal de no aceptar como inamovible un trozo de conocimiento. Con esta premisa, que en el mejor de los casos sería para algunos agotadora (y en el peor para otros imposible), Ramón Álvarez de Mon tiró de cifras y, mientras iba a la farmacia a comprar paracetamol para los niños, comprendió que era imposible que el Barça inscribiera a Messi a pesar de que ni un solo periodista deportivo había reparado en el detalle. Este último punto no era raro si tenemos en cuenta que cien mil periodistas deportivos, a sueldo de los principales grupos editoriales del país, tuvieron treinta años para investigar a Ángel María Villar antes de que el caso Soule les estallara en la mismísima cara, qué escándalo, me he enterado de que Villar es un jeta y un sátrapa. Pero Ramón no se fija en lo que hacen otros sino que sigue su propio camino, el sinuoso sendero del trabajo silencioso. Trabajo y silencio son las armas altamente inusuales de Ramón, y atendiendo a esta receta, tan antigua como improbable, se ha coronado como el mejor periodista deportivo de este país quien no es periodista ni falta que le hace. El periodismo deportivo ya estaba muerto, pero Ramón le ha otorgado un sonriente tiro de gracia. Al propio tiempo, el periodismo deportivo está más vivo que nunca, y conoce cotas de dignidad casi desconocidas, gracias en gran parte a Ramón. El periodismo deportivo ha muerto, viva el periodismo deportivo.

Trabajo y silencio son las armas altamente inusuales de Ramón, y atendiendo a esta receta, tan antigua como improbable, se ha coronado como el mejor periodista deportivo de este país quien no es periodista ni falta que le hace

¿Exagero? No sé. La aparición de Ramón en El Chiringuito habría sido legendaria aunque no se hubieran confirmado punto por punto sus dictámenes, tan inaceptables para el culerío. Entró por Skype, presentado displicentemente por Pedrerol como "asesor fiscal que además tienes un canal de YouTube, ¿no?" (roza los 60.000 suscriptores), y con los números en una mano y la ley en la otra, asestó a aquellos amantes del pensamiento mágico el varapalo de realidad más devastador que hayan recibido y recibirán en sus trayectorias profesionales. Luego, además, y tras semanas de insultos y descalificaciones, se demostró que tenía razón. Yo ya sabía que la tenía, por supuesto. Ya ha sido dicho que la tiene siempre. Uno siempre querría tener cerca a alguien que jamás se equivoca, incluso aunque no fuera además el hombre más cabal y el amigo más fiel que imaginarse pueda.

El triunfo ha sido tan resonante que uno ya no sabe si Ramón ha sido el único en informar puntualmente de lo que iba a pasar (con la ayuda indesmayable de Tomás Rubio y el modesto apoyo de La Galerna) o si ha sido Ramón el que, poniendo al descubierto la situación, ha imposibilitado el que se hiciera un enjuague que impidiera un incumplimiento flagrante de la normativa. En definitiva, ya no se sabe si Ramón adelantó en exclusiva que Messi acabaría en el PSG o si ha sido Ramón el que, contándolo, ha enviado de hecho a Messi al PSG. Creo que bromeo, pero ya no estoy seguro, porque cuando se acaban las palabras para definir la grandeza solo quedan el humor, el regocijo, el abrazo y las cervezas que habrá que tomarse. Para el Real Madrid, la marcha de Messi no es necesariamente una buena noticia (permitirá al Barça rearmarse financieramente). Para los ramonianos, para los galernautas, para los amantes de la verdad en general, cunde el éxtasis. Es un punto de inflexión absoluto en el propio concepto de una profesión, un hito que clausura lustros y lustros de molicie y voluntarismo bufandero, de mediocridad e intereses cochambrosos. El soplo de aire fresco que Ramón ha traído no tiene marcha atrás.