Amancio siempre fue muy querido en la familia. Su carácter discreto, de afectos silenciosos, casaban con la moderación cántabra del clan de los Gento. Quiso el destino, además, que en su Deportivo de La Coruña coincidiese con el segundo de la estirpe, Julio, Gento II.
Cuando niño, en casa siempre escuché que Amancio era un fenómeno. Lo decía Paco y lo repetía Julio, ambos compañeros que destacaban su finura, su elegancia resbaladiza para el contrario. Gran compañero, el genial gallego llegó al Real Madrid mirando como a dioses a tres de los más grandes futbolistas de la historia: Pancho Puskas, Alfredo Di Stéfano y Paco Gento.
Quizás esta veneración incondicional le obligó a sostener con fuerza el relevo de un equipo que se desgastaba. El Madrid de los 50 se consumía latido a latido mientras emergían los yeyés, plenos de joven vitalidad, de talentos bien repartidos. Junto a Paco, a Amancio le cupo la responsabilidad y el orgullo de completar una tarea en la que la mayoría fracasan: que el vacío de la gloria no se apodere del presente.
Fue un futbolista privilegiado, dotado con los dones del embrujo tan propio de las tierras gallegas. Regateador excelso, con olfato para el gol, Amancio marcó uno de los goles más bellos de la historia del club y de la Copa de Europa en la final de 1966. Un encaje de bolillos, una cerámica ateniense, cuyo valor hay que calcularlo con la perspectiva de aquellos céspedes irregulares, de aquellos balones imperfectos, de aquellas botas tan duras que tenían que pasar semanas por pies ajenos antes de que las calzara el artista de pies delicados y valiosos.
Junto a Paco Gento, a Amancio le cupo la responsabilidad y el orgullo de completar una tarea en la que la mayoría fracasan: que el vacío de la gloria no se apodere del presente
No debe caer en el olvido que Amancio fue convocado por la FIFA para ser parte de una selección mundial, tal era el nivel de su juego, el encanto de su fútbol. Para mí fue un ídolo, primero. Una persona amable, respetuosa, después. Cruzamos palabras en numerosas ocasiones en las que le mostraba mi consideración y él me repartía cantidades de un afecto análogo al que profesaba a Paco. Cariñoso y afable, siempre me preguntó por el tío del que siempre me habló con admiración e idolatría.
Fue un futbolista formidable, una persona cabal, enamorada del fútbol y del Real Madrid. Mi consideración hacia su figura y su forma de actuar en la vida se acrecentó con el paso de los años y la frecuencia de los contactos. Y así seguirá en mi corazón. Amancio siempre fue muy querido en la familia. Y siempre lo será.
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Descanse en paz el Brujo.
Por tantos años disfrutando de aquel fútbol que atesoraba tus botas. Eternamente agradecido
DEP