A David Alaba lo quisimos desde que se presentó en Madrid con esa sonrisa anchurosa y limpia de galán de cine y con un impecable terno Príncipe de Gales, que le caía como si quien hubiera aterrizado en Barajas fuera el mismísimo duque de Windsor redivivo. Alaba llegó y fue nuestro al instante, porque vestía madridismo clásico y auténtico. Hay sonrisas que no podrían ocultar su madridismo ni aun queriendo, y hay madridismos, como el de David, que rebosan jubilosos por cada poro de la piel, que despuntan en un brillo inconfundible de la mirada, y que finalmente se materializan —milagro de la transustanciación que el Madrid convierte en cotidiano— en un gesto inocuo, aparentemente casual e incluso descabellado, qué se yo, como convertir una silla levantada en lo alto en un ritual chamánico, en una purificadora ceremonia de celebración de la dicha más absoluta, en la sacudida orgiástica del madridismo más intenso con el que acaso hayamos vibrado nunca.
Alaba pertenece a la rara estirpe, a ese oxímoron improbable, de los centrales con clase, no sólo futbolística. Y es que Alaba es todo él un bendito oxímoron, una gloriosa contradictio in terminis que desafía los prejuicios de la razón. Austríaco de nacimiento y pasaporte, e hijo de un príncipe yoruba; amamantado en las ubres del Bayern de Munich, y madridista a marchamartillo; estatura relativamente modesta, y central de presencia imponente. Alaba es la excepción que confirma la regla, uno se atrevería a decir la excepción que confirma casi todas las reglas, y acaso ahí radique el meollo de su naturaleza madridista, porque qué es el Madrid sino una refulgente excepción a la regla de la mediocridad que tiene al mundo del fútbol sumido en la noche más larga. Alaba, negrura africana, es un baño de luz que reconforta el alma atribulada, una razón para creer pese a todo en la bondad del mundo, un poco esa galdosiana lengua viva que siempre habrá entre los muertos para decir que Zaragoza, es decir la esperanza, o sea el Madrid, no se rinde.
A David Alaba lo quisimos desde que se presentó en Madrid. Alaba llegó y fue nuestro al instante, porque vestía madridismo clásico y auténtico
Ayer se nos rompió Alaba y con él también un poco el alma. Ese primer plano de David en el suelo, agarrándose la rodilla con ambas manos y urgiendo la llegada de la asistencia médica, es una escena funesta que nos estremeció hondamente, con la fuerza de la impotencia cruel ante el sufrimiento de un ser querido. Pero también —de nuevo el oxímoron— nos emocionó con la grandeza que asomaba por los ojos de David —de nuevo el madridismo— en esa hora aciaga. Porque en su mirada había conciencia absoluta de la gravedad de la lesión, y había espanto, pero sobre todo había contención. No era la expresión comprensiblemente desencajada de quien acaba de sufrir una terrible desgracia de forma inopinada, sino el ademán de mesura y templanza propio de quien sabe arrostrar el infortunio con firmeza y determinación.
Si faltaba alguna prueba del madridismo quintaesenciado, decantado, de David Alaba, ayer nos ofreció la que quizás constituya la lección más acabada de madridismo que hayan visto nuestros cansados ojos: el instintivo miedo ante la fatalidad, tan humano, domeñado y superado por la voluntad innegociable de sobreponerse a cualquier adversidad, por la fe inquebrantable incluso en la hora más aciaga, por el valor callado pero rocoso que se manifiesta en la expresión sobria, sin aspavientos, como la del soldado que se ofrece para la misión más arriesgada no por heroísmo, sino por cumplimiento del deber.
A Alaba le querremos siempre. De ejemplos como el suyo está hecho nuestro corazón madridista
Con esto me quedo, pues, de la infausta noche. Con el ejemplo precioso de un jugador de fútbol de quien, parafraseando al Sarastro de La flauta mágica, podemos decir que es más que un futbolista: es un hombre. Y eso es también el madridismo, hombría en su mejor sentido, en su sentido más noble. Por ello queremos tanto a Alaba, por eso esperaremos impaciente a que vuelva —¿quién puede dudar de que va a volver, pese a ligamentos cruzados, pese a sus 31 años y pese a quien pese? —, y por eso le querremos siempre. De ejemplos como el suyo está hecho nuestro corazón madridista.
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Me temo que el bueno de Alaba ya sí que no volverá a ser el que fue. Este año ya estaba dando síntomas preocupantes y esta lesión no hace sino clavar otro clavo en su ataud deportivo. De todas formas solo con su primera (excelsa) temporada es un jugador más que amortizado. Toda la suerte del mundo en su recuperación y que siga aportando su saber hacer, pero me da que el Alaba de la silla no volverá. Espero equivocarme.
"...porque qué es el Madrid sino una refulgente excepción a la regla de la mediocridad que tiene al mundo del fútbol sumido en la noche más larga. Alaba, negrura africana, es un baño de luz que reconforta el alma atribulada, una razón para creer pese a todo en la bondad del mundo, un poco esa galdosiana lengua viva que siempre habrá entre los muertos para decir que Zaragoza, es decir la esperanza, o sea el Madrid, no se rinde..." Una maravilla de texto. Mi reconocimiento y agradecimiento.