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Qué tristeza sin tu alegría, Michael

Qué tristeza sin tu alegría, Michael

Escrito por: Pepe Kollins28 abril, 2020
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A veces, nos invade una profunda pena por la muerte de alguien por quien no hubieras imaginado sentirte tan unido. Es una tristeza de impotencia, de aquellas que se agarran con amargura al recuerdo de quien se acaba de ir, como cuando intentas aprehender inútilmente un sueño nada más despertarte. Desde que he sabido, esta mañana, del fallecimiento de Michael Robinson no hago más que resonar su voz en mi cabeza, como un soniquete al que aferrarme para que no deje de estar ahí. Y, sin embargo, ya no está.

Los sonidos estimulan nuestras emociones de una manera impactante. La primera percepción que tenemos en vida, antes incluso de nacer, es el latido de nuestras madres. Luego reconocemos las voces y posteriormente todo un paisaje acústico que conforma nuestro hogar disimulado, un escenario que también nos acoge sin que seamos conscientes, hasta que instintivamente recurrimos o caemos en las redes de esa canción para sumergirnos en la nostalgia o en la euforia o en la paz de espíritu.

Para aquellos que vivimos cotidianamente el fútbol la voz de Michael era parte de nuestro atrezo sonoro desde finales de los años ochenta. Su colaboración en Canal + y en el Larguero de la Cadena Ser, lo auparon como un referente mediático que triunfaba por una mezcla de simpatía e ingenio, pero, sobre todo, por una peculiar forma de chapurrear español que ahora podrá perfeccionar allá arriba con su amigo Johan, que le explicará, de nuevo, aquellas locuras tácticas sobre la barra de un pub celestial, moviendo las chapas de las botellas de las que el propio Michael haya dado cuenta.

Quizás se trate del británico que mejor haya caído en territorio español de no ser porque renegó, sin acritud, de sus orígenes, asegurando que tenía que ser por fuerza descendiente lejano de algún naufrago de la Armada Invencible. No había otra explicación a su forma de ser. Esa sonrisa perenne, ese humor tan anglosajón, de acuerdo, pero aderezado con un gracejo y una querencia a la alegría y a la fiesta tan nuestras, como si se tratase de la reencarnación de Ernest Hemingway, otro naufrago llegado a las costas de Pamplona, antes que él.

“Volverá el tiempo del fútbol y cuando eso suceda, festejaremos juntos el haber superado esta tragedia, pero ya nada será igual”. Lo dijo Gianni Infantino hace unas semanas. Unas palabras que hoy cobran sentido, porque cuando lleguen esos días, ya no estará junto a nosotros, ya no resonará de fondo, la voz de ese gaditano con acento irlandés.

Hasta siempre, Michael.

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Yo soy Pepe Kollins, ganador del Pecherio del foro ACB, padre del ciclo kármico, participe del nacimiento panenkista en Ecos, guardián de los primeros tiempos de La Galerna, censor implacable, acompañante de Mon, creador de listas y coletillas, conocedor de sison, padre fundador del concepto Kollins en YouTube, integrante de la orden oficialista de Los Pepes y garante de la esencia del madridismo.

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