Por favor, absteneos de pujar por la camiseta de Paco Buyo. Comprendo que esta es una causa benéfica y que, cuanto más se recaude, mejor. Pero entended que no me puedo arriesgar a que ese tesoro acabe en manos de alguien que no lo merezca tanto como yo.
Mi admiración por Buyo es tan antigua como la vida misma. En casa, dando mis primeros pasos, jugando al fútbol con naranjas como pelota, me plantaba bajo palos imaginarios estirándome a mano cambiada emulando a mi héroe. Las roturas y dislocaciones de codo se sucedían a un ritmo formidable.
A los seis o siete años, en un viaje familiar por Asturias y Galicia, obligué a la expedición a hacer tres horas más de recorrido para poder parar en Betanzos. Había leído en la revista del Real Madrid que a Paco le apodaban el “Tigre de Betanzos”. Imaginaba estatuas de él en cada esquina y, quizá, una fuente pública con agua milagrosa capaz de incrementar reflejos y valor.
Una amiga de mis padres me ofreció la posibilidad de conocer, a través de un contacto, a Juan Carlos Fernández Argenta, jugador del Rayo en aquel entonces. “Te podrá firmar un balón”, me prometió. “Qué buena idea”, repuse. “Pero que ponga Paco Buyo”. El encuentro jamás llegó a producirse.
Mi padrino, el poeta Luis Duyos, hijo del también poeta y cura, Rafael Duyos, me consiguió una foto de Paco entrenando. “Para Gonzalo, con aprecio, de su amigo Buyo”. Yo tendría unos 10 años cuando me regaló la imagen enmarcada. Estaba empezando a jugar de portero de manera regular en distintos equipos de barrio. Colgué la foto en la pared de mi cuarto con la esperanza de que, cada noche, mientras dormía, su espíritu palomitero, schwarzeneggeriano¸ imprevisible y milagroso fuera adueñándose de mi forma de parar.
Durante los siguientes 25 años me he dedicado, amén de a otras muchas cosas, a revolcarme por el suelo de todos los campos de Madrid. Mi constitución física ha pasado de ser la de un mostrenco con sobrepeso a un alfeñique. He sido autodidacta. Siempre he detestado la predictibilidad de los guardametas alemanes. Frente a porteros más altos, técnicos y sobrios, mi buyismo ha sido algo casi natural. Soy intuitivo, espasmódico y, a diferencia de mi héroe, propenso a cantadas estratosféricas.
La gran constante en mi vida ha sido abrocharme un par de guantes cada mañana de domingo. Siempre que me he plantado en la línea de gol mi primer pensamiento ha sido para Buyo. Ha sido para los partidos que veía junto a mi padre en casa, cuando era niño, en los que soñaba con salvar a mis amigos cuando todo parecía perdido con una estirada sublime.
Este ha sido el primer año en que no he jugado en un equipo desde que tenía 10 años. Mi devenir profesional me llevó todo 2019 fuera de España. Estoy ansioso esperando el inicio de la próxima temporada. Ahí me veo. Plantado en la línea. Con mi camiseta firmada ganada en buena lid en esta puja a la que no acudiréis y de la que, en caso de participar, saldréis calentitos.
Mientras llega septiembre, me conformo con poder mover las piernas por la calle en una buena carrera. Con volver a ver al Madrid ganar. Con recuperar mi despacho en la Universidad y comprobar que, junto a una postal de Simon & Garfunkel que el Padre Suances me envió desde Australia, se erige la foto que mi héroe me dedicó hace 25 años. Lista para inspirarme antes de cada clase que imparta y de cada artículo que escriba.
Ni se os ocurra pujar, cabrones.
Puja por la camiseta de Paco Buyo
Mensaje de Paco Buyo
Porterazo y madridista.
Muy buena la foto con ese corte de cabello. Ya hace muchos años que me dije que este gallego se parecía mucho al famoso actor, empresario y ex-culturista austríaco.