En mi trabajo mantenemos una reunión semanal de seguimiento en la que siempre hago la misma pregunta, para que cada miembro del equipo comparta alguna novedad aprendida en los últimos siete días. A veces es complicado concretar algo, pero tengo para mí que es antes por olvido que porque no haya sucedido. Me gusta creer que cualquier persona está permanentemente expuesta a situaciones que pueden enseñarle cosas de las que podrá extraer el fruto del aprendizaje. Una capacidad que, como todas, puede ser entrenada, aunque habrá quien la traiga exacerbada desde la cuna.
Todo esto me viene a la cabeza pensando en Vinicius, al que apellidamos Junior como a Neymar, aunque a diferencia de su compatriota, no tenemos constancia contable de las andanzas de su progenitor. Así que el delantero del Madrid es joven como para llamarse junior y aún tiene toda su carrera por escribir, pero ya es el futbolista a quien más he visto crecer en mi vida. De carne de meme a convertirse en el jugador menor de 21 años con más potencial de toda Europa. Un viaje alucinante.
El muchacho llegó marcado por su juventud, por su precio y por un equívoco transgeneracional. El Madrid es la cumbre del fútbol de clubes desde que existe tal cosa, pero a nivel mundial queda la distorsión de un rey que nunca cruzó el charco. La sombra de Pelé ha pesado densa sobre cualquier garoto que tuviera trazas mínimamente similares a él. Tanto es así que aún esperamos de los brasileños que sean Pelé, cuando también hemos tenido Mazinhos, Mauros Silvas, Cafús y de todo. Brazucas excelsos en cada demarcación, buenos, regulares y hasta malísimos, que forman parte intrínseca del ecosistema europeo. Y aun así, el hechizo de Pelé y la esperanza de ver nacer al delantero imparable del próximo siglo es perdurable y se renueva vorazmente en cada ventana del mercado de fichajes.
Pensemos que en el Madrid hemos tenido algunos brasileños apabullantes. Sin escarbar mucho, no se me ocurre que después de Roberto Carlos y Marcelo llenando la misma banda durante el último cuarto de siglo, quede en Brasil un lateral izquierdo cuyo sueño no sea heredar la del Bernabéu. Y también tenemos hoy entre nosotros a Casemiro, leyenda indiscutible del club, encabezando una larga lista a la que no paran de sumarse candidatos. Pero por muchos que vengan, al Madrid le faltó Pelé y viceversa, y desde que ambos construyeron sus respectivos tronos en la distancia ha existido el deseo de evitar que algo así volviera a ocurrir.
Vinícius llegó marcado por su juventud, por su precio y por un equívoco transgeneracional. El Madrid es la cumbre del fútbol de clubes desde que existe tal cosa, pero a nivel mundial queda la distorsión de un rey que nunca cruzó el charco. La sombra de Pelé ha pesado densa sobre cualquier garoto que tuviera trazas mínimamente similares a él
Cómo olvidar, por citar un ejemplo no muy lejano, a aquel Robinho gaditano, creador de una promesa insostenible. Tras ese espejismo de chirigota, Vinicius vino con la expectativa de conseguir ser, si no un Pelé, al menos a un Robinho bueno. Y pensemos que el que fuera 10 del Madrid tardogaláctico no fue del todo malo, como atestigua su papel protagonista en las dos ligas con Schuster en el banquillo, pero también resultó ser un símbolo de la otra cara de la moneda que se atribuye con frecuencia a los brasileños. Robinho no inauguró la crapulencia madridista en el siglo XXI, pero sí fue el primer jugador contemporáneo de pie fino que se engañó pensando que en otro club podría ser más grande que en el más grande. Otros muchos le siguieron con resultados idénticos en lo futbolístico, aunque no necesariamente en lo penal.
Con esos precedentes, Vinicius era sospechoso. Añádase a ello como agravante su pinta. Un tío al que no se le cae la sonrisa de la cara es un sabio o un necio, sin término medio, y hay algunos aficionados que conciben el fútbol como una batalla en la que los dientes sólo deben enseñarse por fiereza. Pero si un equipo necesita de la alquimia que amalgame a gente ruda y alegre en un todo indistinguible, siempre será más fácil encabronar a un hombre feliz que hacer sonreír a un avinagrado. Una sonrisa, cuando es franca, es algo extraordinario que no conviene despreciar ni mutilar.
Así que el chaval llega a Madrid y le mandan desde el estrellato en Brasil a foguearse al segundo equipo, a la tercera división, al quinto coño, y él sigue sonriendo. Le muerden, le cocean, le escupen y él sigue sonriendo. Se deja los pulmones en cada campo, suda como una bestia y sigue sonriendo. Falla ocasiones cantadas, se tropieza con el balón y con sus propios regates, rueda como una croqueta, hace el ridículo... y él sigue a lo suyo, pues parece que quiere seguir sonriendo tanto como quienes se mofan. Y todo sucede porque ese chico irredento de hace dos o tres años sabe algo que los otros ignoran: algún día todo el que sonría lo hará por el mismo motivo y él va a tener toda la culpa.
Pasan un par de temporadas y Vinicius se consolida entre los mayores de milagro, porque el techo retráctil no se paga sólo y no estamos para grandes gastos adicionales, mientras transita por una evolución elocuente. Primero empieza a hacer que los rivales se metan goles ellos mismos. Luego consigue goles feos, de rebote. Y por fin arranca el año en el que al patito feo se le empieza a ver plumaje de cisne, bajo el ala protectora de Ancelotti. Los goles van entrando, las asistencias van encontrando destinatario y los rivales dan por bueno hacerle penalti a falta de más recursos para frenarlo. A pesar de las evidencias, los escépticos aún se apoyan en sus fallos clamorosos, como si no estuviera ya claro hacia dónde vamos exactamente. A base de equivocarse, va a haber un día en el que al chaval le entren todas. Sólo queda esperar a que llegue la fecha. Y llega, vaya si llega.
Falla ocasiones cantadas, se tropieza, hace el ridículo... y él sigue a lo suyo, pues parece que quiere seguir sonriendo tanto como quienes se mofaban. Y todo sucede porque ese chico irredento de hace dos o tres años sabe algo que los otros ignoran: algún día todo el que sonría lo hará por el mismo motivo y él va a tener toda la culpa
Semifinales de la Copa de Europa, descanso del partido de vuelta. El marcador indica al Real Madrid la puerta de salida, pero aún está vivo, sobre todo porque Vinicius se marcó en la ida una jugada-de-delantero-brasileño canónica. En todo caso, el partido es otro y está crudísimo. Todo el mundo es consciente de que, o bien el equipo hace algo distinto o se ha acabado la temporada de los milagros en Chamartín. El rival está concentrado y cerrado como un cubito de sopa, por lo que hasta el momento no se ha visto ningún peligro en su área. Pero en el vestuario del Madrid se han debido compartir instrucciones y guiños, porque lo que sucede en la reanudación es asombroso. En un par de movimientos, el Madrid desenvuelve y diluye el sopicaldo del Manchester City, reduciendo a la nada la insustancial montaña de teoremas y ayudantes técnicos de Pep Guardiola (escuché a Toni Nadal decir en una conferencia que eran nada menos que 51 personas).
La jugada es un rayo que traviesa el campo en dirección al gol. El balón cruza vertiginoso desde la derecha por delante de Benzema y de todos los defensas del mundo, y le cae a la pierna izquierda de Vinicius, que consigue conectarlo en perpendicular a la línea de gol. Es el golpeo más natural para ese perfil y el chut es bueno, pero sale fuera. Pegado a la portería, pero fuera. Es un fallo antológico. Cardeñósico, salinesco, higuaínico... póngale ustedes el adjetivo que quieran. Pero a esas alturas el Bernabéu lleva viendo al chico lo suficiente como para saber a qué atenerse, y nadie se desanima. El delantero que electriza el ataque del Madrid es Vinicius y no cualquier otro, y el precio de la entrada incluye que no va a dejar de intentarlo jamás.
El partido termina con final feliz. El héroe del día es otro brasileño crecedero que sufre los mismos condicionantes que su compañero, además de la comparación constante contra los méritos del otro. Rodrygo es el menos fosforito de la pareja, pero sin ser titular y a la chita callando, ya atesora una buena colección de hechos portentosos que a cualquier brasileño un poco más expansivo le habrían valido ser un jugador de moda. No obstante, ninguno de los dos tiene aspecto de convertirse en eso, sino más bien lucen los síntomas visibles de dos carreras sólidas y duraderas que, si todo va como debe, vivirán juntos y de blanco.
Así que el uno puso al Madrid en la final saliendo del banquillo y el otro se encontró en el momento preciso para inscribir su nombre en la gloria. En el día señalado, Vinicius derramaba su sudor, pero no brillaba, sin que eso significara demasiado, pues nada le abate. Porque hemos visto hundirse a jugadores por encadenar errores, sí. Escabullirse en la intrascendencia del pase facilón, del paso conservador. Hemos visto el miedo, en definitiva. Y luego hemos visto a Vinicius.
Estaba tan afuera, que la mejor jugada del partido no iba con él. Sucedió todo por el lado contrario al suyo y sólo se encontró con la pelota merced a su propia fe y al ímpetu desbocado de Valverde, que avanzó como una manada de ñus y tiró con una confianza que merecía lo que vino a continuación. La escena de las semifinales se repite, de nuevo desde la derecha. El balón vuelve a cruzar ante la portería con vigor, abriéndola de par en par, y nuestro chico corre hacia el lugar preciso donde debe estar un delantero. Y justo ahí se produce la epifanía, ante los ojos de todo el que sepa admirarla.
Porque hemos visto hundirse a jugadores por encadenar errores, sí. Escabullirse en la intrascendencia del pase facilón, del paso conservador. Hemos visto el miedo, en definitiva. Y luego hemos visto a Vinicius
En lugar de usar la pierna izquierda, que es el paso más natural, Vinicius dibuja un extraño escorzo para golpear con la derecha mientras cae. Es como si no quisiera que el balón avanzase un palmo más sin mandarlo para adentro, y su acción tiene ese efecto, además de enviarlo a él al suelo. Se levanta como una exhalación a besarse el escudo, rumbo ya de los posters y los almanaques, pero su caída imprime una falsa sensación accidental a todo lo que acabamos de ver. Un corte de vídeo que resumiera toda la carrera profesional de Vinicius en ese instante nos diría que el Madrid marcó en la final del año 22 un poco de chiripa —como siempre, dirán algunos— y dejará fuera de plano todo lo que ha precedido al gol.
Para empezar, hemos visto al equipo más presionante del mundo desarbolado por la inteligencia espacial y kinésica de Luka Modric, tal como les había pasado ya a un buen puñado de favoritos al título. Un plumazo del genio borra las pizarras, sucede varias veces seguidas y todavía hay quien le llama suerte. Pero, sobre todo, hemos visto que el delantero no falla en la única ocasión clara de la que dispone en toda la noche. Habrá quien diga que también tuvo otras que pudieron ser la antesala del gol, en las que el defensa se le adelantó por milímetros al regate final o en las que no acertó con el pase decisivo. Y quien así hable tendrá razón, pero a poco que no se ciegue por las simplezas sabrá entender que ha asistido a un jalón más del mayor ejercicio de perseverancia que puede presenciarse hoy en la élite del fútbol. Cada nuevo intento anticipa el acierto mayúsculo y definitivo. Fallo a fallo, un jugador indomable está calibrándose para llegar a reinar y nosotros somos testigos.
Vinicius Junior es tan inteligente sobre el campo que sigue aprendiendo cosas nuevas cada semana. Y no es porque le queden tantas por saber, pues ya es magistral en muchas, sino porque cada día intenta hacerlas de una forma distinta. Es el delantero más generoso en el esfuerzo y a la vez el más impúdico en su propia exposición al riesgo. Es imaginativo, valiente y tan alegre que con sólo pensar en volver a verle jugar al fútbol ya encuentro motivos para sonreír.
Debe de ser porque, a fuerza de verlo tanto, los demás también estamos aprendiendo algunas cosas.
Getty Images.
Disfruto, en general, con los artículos de la Galerna. Y las fotos que ilustran los mismos también suelen estar muy logradas. La primera de este espacio digital es simplemente maravillosa. Por su estética y por su repercusión.
He visto jugar a Pelé y diré que desde hace un año Don Vinicius me lo recordado varias veces. Usted tiene razón Ignacio su capacidad de mejora y alegría son insuperables y yo le agregaría su gran humildad que lo engrandece aún más. Ojalá que podamos ver a estos dos brazuquitas ganando muchas copas para el Madrid la próxima década. Saludos desde Montevideo y ¡Hala Madrid!
Gracias por su comentario. Le mando un abrazo enorme, transoceánico.
De acuerdo , tanto con el autor como con los contertulios. Y permítaseme añadir la necesidad de fichar a Vicky López, futbolista que le iría muy bien al femenino.
Joder, perdón, Ignacio. Qué pedazo de artículo. Una gozada su lectura.
Además, totalmente de acuerdo con lo que dices.
Con este artículo, para mí siempre serás Don Ignacio. Muchas gracias.
Ese "don" va en minúscula . A no ser que sea a inicio de frase.
De nada. Para eso estamos.
Gracias, don José Luis. Muy agradecido por sus palabras. Es emocionante saber que hay gente a quien le gusta lo que escribo. Seguiré haciéndolo.