¿Qué hacer, Real Madrid?

En 1902, meses antes de que se formalizara la existencia del Madrid en la trastienda de la mercería de los hermanos Padrós en la calle Alcalá, Lenin publicó uno de sus tratados más famosos, «¿Qué hacer?». Copiaba el título de la novela más importante de la literatura revolucionaria rusa, escrita por el filósofo, periodista y novelista Nikolai Chernichevsky, todo un ídolo para aquella generación de iluminados y exaltados que volaron por los aires la Rusia de los zares. Con la escueta pregunta, ¿qué hacer?, se sintetizaba toda la frustración y toda la impotencia que sentían aquellos individuos llenos de ideas y de utopías ante el bloqueo de una situación encanallada, sin salida. Esa es también la pregunta que cabe hacerse a una semana del final de esta liga. ¿Qué hacer después? ¿Qué hacer, Real Madrid?

Esa es también la pregunta que cabe hacerse a una semana del final de esta liga. ¿Qué hacer después? ¿Qué hacer, Real Madrid?

La pregunta es pertinente y lleva flotando entre los aficionados toda esta temporada, especialmente en el atroz final de la misma. En Bilbao, en San Mamés, el Madrid volvió a ser estafado, con 0-0 en el marcador, con el timo de las manitas. Lo de las manos, la confusión deliberada en torno a la norma y la arbitraria aplicación de esta, siempre según perjudique al Madrid, ha decantado el título en la cara de todo el mundo. O sea, la impunidad es total, tanto que lo han vuelto a hacer una semana después del insultante espectáculo del partido con el Sevilla. Y si la certeza de que se le puede tomar el pelo a la gente con desfachatez no provoca un mínimo de pudor en los estamentos dirigentes del fútbol español, una vergüenza torera, parece claro a estas alturas que sólo puede ser porque se nos considera, como espectadores y como aficionados al fútbol, pura y simplemente tontos. Tontos del haba, con balcones a la calle. Niños ante los que huelga cualquier explicación. Imbéciles.

En todo caso, para explicarnos algo sueltan a Isaac Fouto, el varólogo de cabecera del siniestro periodismo deportivo nacional, a quien Manuel Matamoros llama, con razón, el portavoz oficioso de los árbitros. Es decir, el quitavergüenzas, oficio que sólo se puede ejercer, como el de verdugo o el de delator, por miedo, por una generosa remuneración o por la promesa de esta. Fouto, como el ministro de propaganda de Saddam en la última guerra de Irak, sale cada fin de semana al ruedo de Twitter a contarnos lo bueno, lo bello y lo justo de las decisiones arbitrales, del Comité Técnico de Árbitros y de la aplicación del videoarbitraje en España, aunque para ello tenga que sostener derecha la realidad de los hechos que se nos presentan nítidamente retorcidos ante nuestros ojos, partido tras partido. El VAR español sólo puede ser defendido por gente con espíritu de fiscal de Stalin en la Gran Purga. El resultado es lisérgico, disparatado, la justificación intolerable de un fraude.

La impunidad es total. Se nos considera, como espectadores y como aficionados al fútbol, pura y simplemente tontos. Tontos del haba, con balcones a la calle

Sin embargo, este final de campeonato, el modo en que está sucediendo, pone al Madrid, de verdad, en una posición de privilegio para «liderar el cambio que el fútbol necesita». Esa fue la principal razón esgrimida por Florentino hace un mes para batirse el cobre en solitario, y contra todo el mundo, por la Superliga. Pero, después del verano, ¿qué? ¿otra Liga de Tebas? Y de Rubiales, no nos olvidemos de Rubiales, de quien depende directamente el Comité Técnico de Árbitros. ¿Más de lo mismo? ¿Más injusticia flagrante y más doble rasero legitimado por una tecnología falseada, ensañamiento en todo lo que tiene que ver con el «exo-fútbol» (horarios, desplazamientos, descansos, ¡recuérdese el papelón del Madrid en Pamplona, con Filomena!, en fin, todo lo que se atrevió a señalar por primera vez Mourinho)?

El ciclismo dejó de tener interés cuando los campeones del Tour empezaron a caer, uno tras otro, bajo la implacable justicia antidoping. Ahora sobrevive como un divertimento para los muy cafeteros. Era un espectáculo trucado, una competición adulterada. Las reacciones mayoritarias entre los aficionados de otros equipos a los últimos atropellos arbitrales contra el Madrid, tan obscenos, oscilan entre la sádica alegría, la risilla rencorosa y la burlona indiferencia. Lo que estaría muy bien si estos hechos no estuvieran, en el fondo, pervirtiendo la naturaleza de un juego cuyo interés fundamental se sustenta en la ilusión de imparcialidad del regulador, que se supone obligado a aplicar un código de normas aceptado por todos los que participan en ello. Si ese pacto esencial se quiebra, no se le está robando una liga al Madrid, sino que se está acabando fulminantemente con el fútbol. Eso es lo que el resto de liliputienses de este deporte en España achacaban neciamente a Florentino con lo de la Superliga, comprándoles el «relato» entero y sin cortar a los tejedores de la verdad oficial de la Liga de Tebas. Y de Rubiales, de quien vuelvo a recordar depende el Comité Técnico de Árbitros. Se suponía que Rubiales era «uno de los nuestros» o eso se nos vendió desde los periodistas de cámara de Florentino tras el «affaire Lopetegui». Llegaba, decían, una nueva era.

El fútbol es un juego cuyo interés se sustenta en la ilusión de imparcialidad del regulador. Si ese pacto esencial se quiebra, no se le está robando una liga al Madrid, sino que se está acabando fulminantemente con el fútbol

El peligro, muy real, no es que los chavales dejen de ver fútbol porque prefieran la play y a Ibai en Twitch, sino la desafección general del «aficionado tradicional». Aunque la exhibición semanal de arbitrariedad guste al antimadridista por sufrirla sólo el Madrid, cuando una organización humana deja de arreglarse conforme a una elemental noción de derecho e igualdad, todos sus miembros están de inmediato en riesgo, pues la única garantía no es ya el respeto a una ley sino la lealtad a un patrón. Y eso es una mafia. Las organizaciones mafiosas y moralmente corrompidas tienen muy poca salida comercial por ahí fuera, en el mundo, en ese mundo en el que Tebas quiere colocar a precio de oro, compitiendo con la Premier, un producto devaluado sistemáticamente cada vez que uno de sus aquelarres, como el del Madrid en Bilbao, es retransmitido a millones de personas en todo el mundo.

El Madrid, como víctima predilecta de una caza en la que se concentran razones de peso histórico (la revancha que han vivido toda la vida en los márgenes de su gloria) y razones de peso económico y de estatus (la Superliga y sus consecuencias), tiene una magnífica oportunidad para abanderar una causa genuinamente subversiva: la de la limpieza a fondo del fútbol español. Todo lo expuesto de manera extemporánea y cutre en El Chiringuito (no se presenta el Gran Salto Adelante del fútbol mundial en El Chiringuito) para defender el proyecto de la Superliga debería servir para cargarse de razones ahora. Pues en juego hay algo más grande aún que el statu quo financiero del fútbol actual: el interés por el fútbol mismo. De hecho, que el cordero inmolado en el altar de la Superliga fuese la Copa de Europa y no las ligas nacionales (o no al menos de forma directa e inmediata) no hizo más que redundar en perjuicio del Madrid, pues hasta los más recalcitrantes defensores de la idea, dentro del madridismo, admiten que hay una gran diferencia entre los éxitos del equipo en Europa, recientemente, y en España; una diferencia que sólo puede explicar la injusticia arbitral, la persecución, quinteaesenciada en este tramo final de liga. Entonces, ¿por qué destruir una competición cuyo funcionamiento es manifiestamente equitativo y justo, en lo que tiene que ver con los árbitros y el reglamento, y asistir impávido al burlesco latrocinio al que se somete al equipo en los campos de España? Cuando uno se pregunta qué puede hacer el Madrid, no se piensa tanto en la intriga en los despachos sino en poner el peso del escudo delante de la cámara: una queja del Madrid en sus canales oficiales, en esta era de la comunicación inmediata, puede suponer un meneo considerable del árbol, un meneo del que siempre se recogen nueces. ¿Por qué la foto de la pierna rajada de Marvin, miserablemente impune, la tuvo que volver a difundir El Chiringuito?

Fotografías Imago.