Publicó el miércoles pasado Sergio Ramos una foto en su perfil de Instagram. En ella, mirada perdida al horizonte, había un pie que rezaba “Big challenges ahead. Let´s do this!” La foto ha causado algo de revuelo en el mundillo por un comentario de Isco. Hacía referencia el malagueño, con sarcasmo, a una supuesta antipatía entre él y Ramos, uno de esos cientos de rumores cotidianos que salen y entran de ese inmenso campo gravitatorio que arrastra el club en su avance por el espacio; de esa legión de mendicantes, rumorólogos y de heraldos del ruido que acompañan al Madrid como tras los ejércitos antiguos caminaban en las invasiones tenderos, venteros, prostitutas, hijos de las prostitutas, mercaderes, saltimbanquis y toda clase de buhoneros.
Pero eso no era lo más interesante de la foto. Lo goloso era el mensaje que transmitía, la idea implícita de lo que decía Ramos: la temporada empieza ahora, ahora que de un carrerón, en este mes, se van a definir los finalistas de la Copa del Rey hasta desembocar en la primera eliminatoria de la Copa de Europa.
sergio ramos transmite a sus seguidores que la temporada empieza ahora
Es decir, lo que subyace es que todo, más o menos, lo que ha pasado hasta ahora en la temporada, desde agosto, tiene una importancia secundaria. Es ahora cuando ha llegado la hora de la verdad, ese concepto tan taurino -Ramos es un gran aficionado- y tan filosóficamente español. Había legiones romanas que se amotinaban y durante días se negaban a ir al frente, se negaban a luchar, organizaban orgías desenfrenadas, saqueaban a sus propios conciudadanos, desvalijaban villas romanas, cometían toda clase de desmanes, desobedecían la autoridad, pero como por ensalmo, ante una palabra o un gesto del jefe, recuperaban la sobriedad y la fiereza; disciplinados abruptamente, eran otra vez la fuerza de combate mortífera contra los enemigos de Roma.
Ese regreso súbito de la abulia a la competitividad extrema es el mismo de este Madrid, esa ciclotimia, como perder ridículamente en casa contra el Leganés en Copa y la semana siguiente aplastar al PSG en el mismo sitio, a la misma hora.
Una de las cosas que no dejan de volver en los últimos tiempos, en la gran conversación pública del madridismo, es la crítica a los puntales del equipo por ese “dejarse ir” en Liga. O sea, centrarse, de manera enfermiza, en una sola competición, naturalmente en la Copa de Europa, despreciando por tanto el esfuerzo necesario para pelear hasta el final por todo lo demás. Es preciso aquí insertar el sintagma inevitable: tirar la Liga, lugar común en toda la segunda etapa del florentinato y particularmente en las dos últimas temporadas.
Los big challenges comienzan ahora que se adivina la primavera al final de febrero, cuando la Liga, otra vez, está a una distancia imposible, tanto que ya sólo merece la pena como mera instrucción física y mental para la Copa de Europa. Eso es, un poco, lo que se critica, ese jugar a la ruleta rusa convertido en estilo de vida.
Si personificásemos la Copa de Europa y le atribuyéramos cualidades humanas o materiales, podríamos definirla como un torneo corto, intenso, trágico, trascendente y trascendental, único, incomparable, hermoso, cruel, imprevisible, providencial y extático: importa tanto el talento como la suerte, un único error, incluso leve, puede aniquilar las esperanzas de los mejores equipos, lo emocional influye desproporcionadamente sobre el resultado final, la experiencia y la autoconfianza marcan la diferencia y, en una palabra, es la hora de la verdad condensada, o mejor dicho alargada, en siete partidos.
Siete partidos.
De todos esos rasgos de la “personalidad” atribuible a la Copa de Europa, siguiendo con el ejercicio de imaginación, ¿cuántos no comparte el vestuario del Real Madrid? Cuando el aficionado reprocha a sus jugadores, singularizando su frustración en sus capitanes -es natural, el poder y el estatus no sólo tienen prerrogativas- que sólo se sientan motivados en los grandes escenarios, en las noches gloriosas de Europa, olvida que esta es la esencia del segundo florentinato.
Hay un vídeo, muy épico, muy bien hecho, lanzado por el equipo de campaña de Florentino en aquel verano de 2009 en el que la moral del madridismo estaba por los suelos, Guardiola y Messi coronándose con el triplete, la herida del 2-6 en carne viva, el club en los juzgados, Calderón acusado de fraude electoral, en fin, la situación más lúgubre imaginable. El vídeo aún aparece en Youtube y está muy bien verlo porque plasma las líneas maestras del segundo advenimiento de Florentino Pérez. Se llama “Florentino Pérez 2009: una nueva ilusión” y dura 6 minutos 33 segundos. Resumiendo: es un relato visual extraordinariamente bien hilado, terapéutico, que acude a las imágenes totémicas del madridismo, Bernabéu, Juanito, Raúl, que saca dos veces el gol de Zidane en Glasgow, y cuyo eje retórico bascula entre los galácticos y, naturalmente, lo han adivinado, la Copa de Europa.
Si según la Biblia Dios creó el hombre a su imagen y semejanza, Florentino Pérez ha esculpido su segundo Madrid a imagen y semejanza de la necesidad, prácticamente hebraica, generacional, del madridismo de ganar una Copa de Europa. La consecuencia salta a la vista: llenó el equipo de talento y con los años, superando las adversidades, modulando registros personales con cada ensayo y error, ese equipo ha tiranizado la mejor competición del mundo de una forma nunca vista desde 1960.
¿Y quiere el madridismo que ahora este mismo equipo gane Ligas, y más con Messi y el VAR de las jugadas grises, como acuñó Hughes en ABC el otro día, en frente? Es complicado. Se produce entonces una adaptación, una mutación aleatoria en la secuencia genética del madridismo: una necesidad perentoria (Europa) y un entorno doméstico despiadado, turbio y percibido genéricamente como injusto, de poca ganancia y de un desgaste desmesdurado, desarrollan un cuerpo nuevo, modificado ambientalmente, perfectamente preparado para sobrevivir en los pastos más inaccesibles (a priori) despreciando lo cercano y en apariencia fácil (la Liga, la Copa). Entre el darwinismo y el excepcionalismo de pueblo elegido, el Madrid de Ramos, Marcelo, Modric y Cristiano Ronaldo fue parido entre terribles dolores, resultando ser una criatura inimitable, inclasificable. Señores de lo sublime y vasallos de lo ordinario.
Los griegos no conocían la noción del pecado, cristiana, pero tenían otra cosa para la culpa, que era la hybris, la ruptura, literal, del mezzo termine, del sentido proporcionado de la vida de los hombres. Quien incurría en esa desmesura era castigado por los dioses, indefectiblemente. Nadie podía sobrevivir a ese atrevimiento. El Madrid, el año pasado, en su andadura por Europa hasta Kiev, pareció invulnerable al castigo de la deidad, se le pusieron por delante los mejores equipos del mundo, los mejores jugadores, las situaciones más inverosímiles y complicadas, pero cuando superó la remontada fallida de la Juventus en el Bernabéu verdaderamente parecía que el equipo de Zidane estaba rompiendo también ese concepto antiguo. ¡Vengando a Prometeo, desencadenándolo!
Supongo que cuando ganas cuatro veces, tres de ellas seguidas, la cosa con la que ves que a todo el mundo le brilla los ojos, la cosa que ves impresa en todas las paredes del lugar donde trabajas, la cosa de la que todo el mundo habla, todo el tiempo, todos los años; cuando ganas con pereza y hasta con desidia, casi por compromiso, en estadios y ciudades que a la gente de 50 años causaba pavor sólo mentarlas, acabas volviéndote adicto a lo glorioso porque se convierte en una droga. Es natural. El concepto “competir” se vuelve por lo mismo difuso, vago, laxo. La “exigencia”, algo postergable, que puede ir dilatándose, justificándose toda prueba de mala planificación estructural y de mala voluntad profesional, tanto de club como de jugador, por el premio final, que es el más grande, que tutta la vita onora, como el bel morir del canto.
La exaltación constante de la primavera y del amor por la posteridad es una corriente que atraviesa el club desde la masa social, desde el último rincón del mundo hasta el utillero. Es algo que gotea, que se inocula, que se incrusta en la entraña de todo el mundo, que anida en el subconsciente. Sin Cristiano Ronaldo la situación no ha cambiado. Incluso es posible pensar que la nueva generación que el club se está aplicando en fichar para el relevo generacional está mamando este ritual litúrgico, aprendiendo estas maneras singulares. No obstante que puedan emularlo en el futuro cercano, cuando ya no estén tampoco ni Ramos, ni Marcelo, ni Modric, o estén en las últimas, dependerá de otros factores, empezando por el talento, individual y colectivo. En lo que es esta temporada en curso, el Madrid mantiene la inercia del último año con Zidane: parece ese motorista embalado que apura a 300 una carretera llena de baches, de curvas, de coches, de objetos. Los va esquivando uno tras otro, a veces se roza con algo, parece que pierde definitivamente el control y cae, pero sigue, endereza, y el público que lo observa se pregunta cuándo se comerá, de una vez, la pared. La última pared.
Robarle el fuego sagrado a los dioses y dárselo a los hombres siempre ha sido un pecado capital, nunca nadie ha podido escapar a la osadía máxima, la literatura está llena de ejemplos. Más que nunca, con la peor plantilla del último lustro, sin los referentes morales y simbólicos de Zidane y de Ronaldo, este equipo parece abocado a pagar por fin el precio. ¿Pero quién lo puede asegurar, quién se jugaría su propio dinero, tras ver la segunda parte del otro día contra el Sevilla? ¿Dónde está de verdad la última parada del tren de este Madrid?
El que dijo que Ramos e Isco no se hablaban. A que hora lo dijo, porque conociéndole es muy importante
Mola mucho la imagen de los hijos de prostituta intentando entorpecer con su ruido el paso imparable de las legiones madridistas
"El público que lo observa se pregunta cuándo se comerá, de una vez, la pared. La última pared." Hace un año pensé que la sonrisa que se me dibujó en la cara tras la enorme victoria en Kiev contra el Liverpool sería la más grande de toda mi vida. Me pude hartar de mandar mensajes a todos aquellos que nos anticipaban ese hostión contra la pared durante toda la temporada mientras no cabía en mí de satisfacción. Este año, si se lograra la cuarta consecutiva, improbable después de la temporada que llevamos, se me va a desencajar directamente la mandíbula.