Vuelve la Copa de Europa, vuelve febrero, vuelve el Madrid a jugar en París. El nombre de París evoca algo primitivo y luminoso en la imaginación de los madridistas. Para el mundo es la ciudad del amor, por eso fue en París donde el Madrid juró los votos eternos de sus esponsales con la Copa de Europa. En París se fundó y en París se ganó la copa de todas las copas, la copa que vino a disolver la importancia del resto; el torneo que hizo carne y sangre el deseo de los padres fundadores de pisar la cara oculta de la Luna para poner allí un banderín blanco. Si hubiera alguien que reescribiera las cartas a los apóstoles de San Pablo debería añadir una a los madridistas que empezara diciendo: Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo la Copa de Europa, no soy nada. En París el Real también se encargó de renovarlos una vez, hace ya más de veinte años. París casi siempre trae buenos recuerdos. El Madrid vuelve a la competición que todo lo redime, la que todo lo salva, la que todo lo eleva, y vuelve a enfrentarse al Paris Saint-Germain, como en 2018. La diferencia es que entonces el Madrid era el campeón de Europa y tenía a Cristiano Ronaldo; ahora, de azul qatarí, estará Lionel Messi.
Para el mundo es la ciudad del amor, por eso fue en París donde el Madrid juró los votos eternos de sus esponsales con la Copa de Europa
Messi, Neymar y Mbappé, los tres jinetes del Apocalipsis. Ya la última vez el duelo entre Madrid y PSG tuvo algo de Harmagedón, de desafío finisecular. El príncipe de Qatar se había comprado a dos de los cuatro mejores futbolistas del mundo a la vez y el destino le proporcionó la maravillosa oportunidad de probar su formidable nuevo caballo de carreras midiéndolo contra el mejor. Fracasó. Ahora, esa impresión melancólica de cambio de guardia, de época, podríamos decir, es más profunda. La acentúan el crepúsculo del Madrid, el último gran campeón, y la decadencia del fútbol español, que ha dominado el europeo en casi todo lo que llevamos de siglo XXI. Sobre todo, la monstruosa aparatosidad de los franceses impone un respeto especial, pero también excita de un modo especial. Lo más español, tradicionalmente español, que ha tenido siempre el Madrid en su núcleo mitocondrial es la capacidad inefable de crecerse ante el castigo, lo que en castizo es el venirse arriba. El Madrid se viene más arriba cuanto más grande es el toro que le ponen en frente y de ese material está hecho gran parte de lo imperecedero de su leyenda.
Escribió Dostoyevski una vez que nadie sabe qué efecto puede tener un rayo de sol oblicuo que entre por la ventana al final de la tarde en el alma de un hombre. Del mismo modo nadie sabe qué cosas puede lograr en el alma de un madridista una gran noche en la Copa de Europa. No se me ocurre una representación más verosímil de lo que es el amor, en donde sólo una sonrisa o una mirada de complicidad, a veces tan sólo una palabra, puede poner el mundo al revés y convertir en Superman al hombre más apocado. También ocurre naturalmente lo contrario y las catástrofes europeas inciden de un modo notable en el estado de ánimo del equipo, incluso inducen en ocasiones a malas rachas de tenebroso recuerdo. El Madrid va a París en octavos de final con un espíritu extraño, un poco outsider, y lo cierto es que casi siempre que se ha travestido de eso la caza ha sido gloriosa y abundante.
El Madrid se viene más arriba cuanto más grande es el toro que le ponen en frente y de ese material está hecho gran parte de lo imperecedero de su leyenda
No tiene por qué ser siempre así. Primero porque la vida es pura imprevisibilidad y segundo porque el PSG es un equipazo. Un equipazo absolutamente galáctico, lo más parecido a aquella cosa que montó Florentino en el verano de 2003 y cuyo vuelo, como el de Ícaro, fue tan hermoso como trágico. Cuando yo era chico el PSG no era el peseyé sino el Paris Saint-Germain, el equipo de Ginola, de Weah y de Lama: un club joven y con glamour pero sin historia al que la misma Francia le quedaba grande, sin apenas arraigo en París, capital mundial del tenis en donde aún resonaba el eco del antiguo Racing. El PSG cumple una década siendo el juguetito de uno de los sultanes más ricos de la historia de la humanidad y como pasa con algunos perros, ha terminado adoptando los rasgos estéticos del dueño. Como debía sonarle raro a un teócrata islámico que su agencia de marketing universal llevara el nombre de un santo en la camiseta, la identidad visual del equipo ha ido simplificándose con el tiempo en aras de esa globalidad amorfa , desarraigada, de la que es el máximo representante: destacaron en grande la palabra París, minimizaron el Saint-Germain de Saint-Germain-en-Laye, residencia ancestral de los reyes de Francia; por supuesto borraron la cuna de Luis XIV que estaba en el escudo original, y el azul, blanco y rojo, fusión de los colores nacionales con los de la capital, fue poco a poco tiñéndose de un azul negro, opaco, sucio, un azul petróleo qatarí que parece una bandera pirata.
En el Parque de los Príncipes de París se vuelven a enfrentar dos concepciones antagónicas no sólo del fútbol sino del propio futuro del fútbol y del juego como celebración global, como espectáculo universal. El PSG qatarí del testaferro Nasser y del sultán del Golfo es la degeneración monstruosa de lo que concibió en 2003 Florentino, de aquel mensaje evangélico que planeó en primera instancia con Beckham como símbolo de un salto adelante cualitativo. Lo primero que hicieron los qataríes al comprarse el PSG fue fichar a Beckham, que ya estaba en esa fase terminal de su carrera deportiva en la que se dedicó a pasearse entre Milán, París y Los Ángeles, afinando los resortes comerciales de la majestuosa marca en que se convirtió a sí mismo. En París se enfrentan la tradición y la audacia frente a la mediocridad del dinero ilimitado. Esa malversación de la visión florentinista ha reducido la idea original, que era crear un lenguaje que pudiera ser entendido por todos en todas partes, a una moda banal: niños y niñas vestidos igual, con el mismo chándal y la misma mochila, sin ni siquiera ser aficionados al fútbol y qué decir del Peseyé. La androginia estética ha convertido a los chavales en clones de sexo difuso, replicantes que van luciendo por el mundo los colores de una franquicia global que en realidad no pertenece a ninguna parte; una franquicia despersonalizada que se viste como un equipo de la NBA y que acumula bugattis y ferraris en el garaje del chalet hortera de la urbanización como decorado ideal de vídeos para TikTok. Pero el Madrid tiene todo lo que el sultán de Qatar no puede comprar: verdad, una verdad pura y sencilla que resplandece en el color de su camiseta. Ese blanco satinado tiene en las vidas de la gente el efecto de la nieve sobre la tierra herida de un campo de batalla: cicatriza, cura y ayuda a olvidar. A olvidar las mezquindades de la vida pequeña, a olvidar las frustraciones, a olvidar las impotencias y las limitaciones. Es un blanco sin mancha de ropa tendida al sol que lava el azul corporativo de la tapadera con la que el jeque está destruyendo el fútbol. Un blanco que pone el mundo a temblar cuando asoma la primavera y que nos convoca como a los estudiantes en el Día de la Primavera: a consagrar lo mejor de nosotros mismos en el empeño de soñar, que es otra cosa que tampoco podrá comprarse nunca el jeque.
Getty Images.
Hoy juega y este si que si, el mejor equipo de la historia, la institución deportiva más importante del mundo la que más seguidores tiene incluido los de las redes sociales, el equipo por el que España es conocida en todo el mundo, el que más dinero mueve para Él y para los demás, el que por supuesto tiene más títulos nacionales e internacionales, el equipo que cuenta con las instalaciones más grandes e importantes del mundo incluido el Santiago Bernabéu en fin asi podría estar toda la mañana y no acabaría, pues bien, en nuestro país nada de esto se valora y respeta más bien al contrario...se nos ataca, roba, calumnian, intentan desprestigiarnos con argumentos falsos de toda falsedad, ...y yo me pregunto¿ hasta cuando lo vamos a permitir? OO de Vini la pasada semana lo de valverde la anterior etc..las ligas robadas la pasada la anterior así 20 años...¿cuando el club a nivel institucional nos va a defender? Cuando el buitre a a empezar a llamar las cosas por su nombre? ¿Cuando vamos a ir al juzgado de guardia a poner denuncias ? Cuando vamos a desenmascarar a éstos miserables corruptos y sinvergüenzas comprados por la mafia proVarza proculé, véanse los maldinis, los lamas carreños castaños,segurolas, martínez ...etc y denunciar a los directores del marza, asport, culevision española, etc.etc..¿.cuando Dios mio? Nos sentimos desamparados por esta gentuza y lo que es peor indefensos de quien nos tienen proteger como INSTITUCIÓN MÁS Y GRANDE DEL MUNDO...por favor hombre ya..HALA MADRID
A mi fíjate, más que la Institución salga al paso de lo que con tanta razón dices, cosa que no va a hacer.
Me gustaría saber los motivos por los que no lo hace.
Claro esto último es una quimera , un sueño. Pero esos motivos existen, pues claro que existen
Amén, Incredulo
Tal y como comenta Antonio Valderrama maravillosamente en esta entrada, han convertido al París Saint Germain de nuestra infancia en un nuevo rico y, como algo inserto en el ADN de este tipo de fortunas, falto de buen gusto y lleno de falso orgullo. Orgullo de tener dinero, qué vaya usted a saber cómo es eso. Al menos para mí, que soy de un barrio y hago vida en él, es una tónica bastante habitual.
Veo por la calle a algunos chavales vestidos no con la camiseta del new PSG, que en mi infancia era símbolo no solo de aficionado, sino de interés por un club, es que van vestidos con un chándal del new PSG. Más allá de los contrastes en el color y el diseño, a mí me llama poderosamente la atención la inmensa publicidad en la espalda de Visit Rwanda.
Ruanda, que a mí se me quedó grabado en mi tierna infancia con el genocidio del 94.
Ruanda, todo un desconocido para la generalidad, resulta que ahora mismo es el país más seguro de África aunque con unas tasas de salud muy deficientes con el VIH/SIDA en un porcentaje elevado.
Me parece una horterada propia de eso, de los TikTokers y de la idiotez de quien pudiendo elegir prefiere el desierto de Abu Dabi con los coches de lujo a trascender en la historia del fútbol.
Eso es lo que pasa con el Real Madrid, que trasciende. Podremos tener mejores momentos y tendremos horas bajas, pero trascendemos. Este partido, de hecho, es importante porque lo juega el Real Madrid y no porque lo juegue el new PSG así tenga a Neymar, Messi y Mbappé. De hecho, la noticia sería que el Madrid es eliminado por el new PSG, que el Madrid pase de eliminatoria es lo normal, es el trabajo del Madrid, es la Historia. No hay más.
Vencimos y venceremos, campeonamos y campeonaremos, porque lo hacemos en condiciones normales... y en las anormales también lo hacemos.
¿Harmagedón?
Yo iba a comentar lo mismo.
Madridismo y ortografía, por favor.