El fútbol y la vida siguen. Esa es la grandeza y la miseria de la vida humana en este mundo: todo pasa, incluso lo peor. Aunque mañana regresa la Copa de Europa y nada menos que un Real Madrid-Milan, o sea, veintidós orejonas puestas en fila una al lado de la otra encima de la mesa, se hace difícil pensar, hablar o escribir de fútbol en estos días. El área metropolitana de la tercera ciudad de España ha quedado arrasada por las riadas y una semana después hay cientos de valencianos que yacen muertos todavía dentro de garajes subterráneos, en sus coches, y otros miles que carece de lo más elemental para vivir, aislados en pueblos destruidos. En realidad no se sabe ni cuántos desaparecidos hay ni cuál es la cifra real de muertos a día de hoy. La situación es de colapso administrativo a todos los niveles y la sospecha de que el poder ha dejado morir a cientos de compatriotas por cálculo político, resulta aterradora y es cada día que pasa más complicado no creerlo, a la vista de lo que claman al cielo desde el terreno los propios afectados.
Así las cosas, el fútbol, parece claro, habría tenido que parar por completo al menos este fin de semana. No tiene ningún sentido que se juegue un campeonato nacional de liga cuando una zona tan importante de la nación está sumida en la desesperación y en el caos, con tantísimos compatriotas sufriendo. Pero algo así, ¡que se lo vayan a explicar a Tebas! El fútbol, que es tan del pueblo, aunque ahora al pueblo lo echen de los estadios con esos precios desorbitados y se esté convirtiendo en un artículo de lujo, debía mostrar un poco de sensibilidad con estas cosas. Aunque esto no es nuevo ni se lo inventó Tebas. En España, al Madrid le tocó jugar un par de días después de los atentados de Atocha, el 11 de marzo de 2004, encima en Madrid. Por no hablar del partido que disputó en Roma, para abrir la edición 2001-2002 de la Champions League, la tarde del 11S.
El fútbol y la vida siguen. Esa es la grandeza y la miseria de la vida humana en este mundo: todo pasa, incluso lo peor
Show must go on. Después de esta tragedia, provocada por una catástrofe natural de magnitud bíblica y multiplicada por la negligencia, incompetencia y omisión de las autoridades locales, autonómicas y nacionales, es decir de todo el Estado en su conjunto, que ha desamparado por completo al contribuyente que lo sufraga (a precio de oro, si se consideran las cifras récords de recaudación de Hacienda: como leí en Twitter el otro día, el español paga impuestos para tener unos servicios públicos de Suecia y recibe los de Somalia), hay incluso futbolistas que se pronuncian. Esto es nuevo y de agradecer. La verdad es que ser español y no sentir dolor, frustración y cólera ante lo que lleva pasando una semana es no tener sangre en las venas. Marcos Llorente o Carvajal, por ejemplo, se han hecho en público muchas de las preguntas que a todo el mundo le ronda por la cabeza. Esto es importante porque así llega a mucha más gente, sobre todo a la adormecida por la narrativa corrupta de los medios convencionales, casi todos esclavos de la publicidad institucional.
El propio Ancelotti, en la rueda de prensa del lunes al mediodía previa al partido de Champions, ha dejado claro que hay que jugar porque hay que jugar. Nobleza, UEFA y don Dinero, obligan. Pero ganas hay pocas, naturalmente, pues es imposible sustraerse a un paisaje apocalíptico que ha arrebatado tantas vidas y ha causado tanto destrozo.
He recordado, en estos días, algo que leí en el maravilloso libro, manual de cabecera de Historia del Madrid y de España, El Real Madrid en la historia de España, del profesor Ángel Bahamonde. En los durísimos días de la postguerra, con Madrid y España hecha unos zorros, la asistencia a los partidos de fútbol se multiplicó exponencialmente. Al contrario de lo que se podría intuir, en los momentos críticos, de dolor social insoportable y de duelo colectivo, el fútbol puede ser una buena válvula de escape para mucha gente. Igual que fue, en su origen, un modo de canalizar la violencia tribal, y en gran medida sigue siéndolo, en las crisis puede ser también una vía para diluir esa sensación de desamparo y de soledad terribles que por momentos apabulla al ciudadano consciente. Y ya que no hay más remedio que jugar, el Madrid, creo, debe jugar como en los momentos más altos de su historia: por todos los españoles.
Ya que no hay más remedio que jugar, el Madrid, creo, debe jugar como en los momentos más altos de su historia: por todos los españoles
El Madrid, que no lo olvidemos ha estado desde el primer día aportando y ayudando a recolectar dinero para los valencianos, tiene una misión histórica, que es proyectar lo mejor de España hacia el universo. Cuando las primeras Copas de Europa, jugaba en Alemania, Francia, Bélgica y Suiza y era la verdadera representación de la nación, pues a sus partidos acudían exiliados políticos y emigrantes a encontrarse con un trozo de la patria y celebrar juntos, como hermanos, las únicas victorias a las que podía aspirar un compatriota entonces. El Madrid juega por todos y gana “por nosotros, que tanto perdimos”. Es “la única victoria posible del proletariado”, tal y como sentencia el verso del hermosísimo poema de Manuel Vilas. Ya que no hay más cojones que jugar, incluso con la provincia de Valencia a oscuras, sumergida en fango y materia en descomposición, objeto del escarnio criminal de políticos abyectos, juéguese y gánese. Hágase algo bonito por todas aquellas criaturas, por los niños que hoy peloteaban con una alegría e inocencia santa en calles llenas de barro. Gánese también por los que no son del Madrid. Gánese por todos los que puedan olvidar por un rato la broma infinita de la vida y tengan una tele donde ponerse a mirar o una radio en la que ponerse a escuchar.
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