La visita a El Sadar o al Reyno de Navarra ha sido tradicionalmente una de las visitas calientes en el calendario del Real Madrid. Por algunas razones que trato de desentrañar, el Real Madrid ha sido siempre muy mal recibido en el campo de Pamplona. No se trata de una rivalidad deportiva o debida a algún fichaje mal aceptado por la afición, como en los casos del Valencia o el Sevilla, ya tratados en esta especie de Trilogía del Odio, sino que los orígenes de esta rabia (que se da solo con el Real Madrid) son estrictamente políticas.
Como decía Paco Pavón, el famoso central de la segunda parte de los Zidanes y Pavones: “Las visitas a Pamplona eran maravillosas... hasta que entrabas en el campo. En la ciudad recibíamos el cariño de muchos madridistas y el respeto de quien no lo era, pero luego...”. Esos puntos suspensivos significaron durante los ochenta y buena parte de los noventa mucha agresividad verbal, bengalas, abucheos y pitadas ensordecedoras, protestas masivas de jugadores y público, pero también violencia: lanzamiento de objetos, petardos, consignas proterroristas… y cochinillos.
Por supuesto que no todo el público se comportaba de ese modo, pero sí los más visibles, los que, como siempre en esta vida, hacen más ruido. Por desgracia se escucha más al tonto del pueblo que al intelectual, al vocero mediático que al analista riguroso. Los responsables de este calentamiento son conocidos y están identificados, y con el tiempo fundaron el grupo ultra Indar Gorri. Un grupo constituido en 1987, cuya traducción del euskera es “Fuerza Roja”. Se autodefinen de ultraizquierda y cercanos a los entornos abertzales, en definitiva, una banda de ultras que caen en el enésimo error de mezclar política y deporte.
Indar Gorri recogió el sentimiento de una serie de ultras dispersos y los agrupó en la grada baja del sur del estadio, pero voy a situar el origen de esta rabia o este sentimiento antimadridista unos años antes, en 1980, justo cuando el Osasuna logra ascender a Primera División (quinta vez en su historia de ascensos y descensos). En aquella ocasión lograría consolidarse en la categoría, en la que permaneció durante catorce temporadas consecutivas, con alguna participación ocasional en la Copa de la UEFA.
No hace falta recordar lo convulso de la situación de España en 1980, un país que acababa de salir de la dictadura franquista y unos años en los que los movimientos nacionalistas en el País Vasco y Navarra comenzaron a proliferar. Los que “se integraron” en la estructura democrática del Estado y los que apoyaron abiertamente el uso de la violencia. Los años de plomo de ETA. Uno de los jugadores históricos de Osasuna, que años después sería entrenador del club, Quique Martín Monreal, lo expresaba de este modo: «Había mucha tensión en la sociedad y eso se traducía en una disposición del público, además de la deportiva, un poquito diferente. Era una forma de sacar la adrenalina que parte de la sociedad tenía dentro en esos momentos y ahí se desahogaba».
Ese mal llamado desahogo incluye el lanzamiento de naranjas y botellas sobre el juez de línea en 1981, en la primera visita del Real Madrid al estadio en la etapa de democracia recién estrenada. Al año siguiente, un energúmeno soltó por el campo un cochinillo con una camiseta blanca con el 7 a la espalda, el número que por entonces llevaba Juanito. Se ve que los cerdos que van al fútbol jalean la suelta de los de su especie, con perdón para los animales.
El Real Madrid representaba como ningún otro lo que el nacionalismo radical odiaba: el Estado, el poder central, quién sabe si la monarquía o el propio franquismo en ese gazpacho mental de sus seguidores. Esos sentimientos no podían darse con el Athletic de Bilbao o el Barcelona, medio hermanados por tener sus propios movimientos nacionalistas, o con el Atleti o el Sevilla, pues su historial de éxitos era muy inferior al del club blanco, campeón de la Liga española del 78 al 80 y finalista de la Copa de Europa.
En 1986, durante otra lluvia de objetos, Jorge Valdano fue alcanzado por un tornillo en la cabeza y Ricardo Gallego sufrió el impacto de una castaña en el ojo. El partido no se suspendió, como era preceptivo en aquellos años, y el Osasuna se impuso por un gol a cero. Terrible. “El problema era en un fondo”, explicaba Ricardo Gallego, “una esquina concreta, y no tenía nada que ver con el Real Madrid, pero aprovechaban cuando iba el Real Madrid para montar más lío. El resto del campo se portaba fenomenal con nosotros”.
El Sadar fue clausurado por un partido, una sanción que soliviantó aún más a esa parte de la afición que no entendía que aquello no entrara en los cauces de la “normalidad”. Algunos jugadores locales no ayudaron a rebajar la tensión, como el capitán del equipo durante varios años, Patxi Rípodas. Las imágenes que más se recuerdan de aquellos enfrentamientos son las de la lluvia de petardos que recibió Paco Buyo en 1989. Aquel partido fue suspendido por el colegiado Socorro González, al que jugadores madridistas como el portero entregaron algunos de los objetos lanzados. Rípodas trató de evitarlo. El jugador navarro se encaró con varios jugadores del Real Madrid y se mostró muy crítico cuando el árbitro ordenó la suspensión del partido tras la explosión de un petardo (a medio camino entre el petardo y una granada) que cayó muy cerca del portero gallego.
Era imposible jugar en esas circunstancias y en el momento de la suspensión, el Real Madrid perdía por uno a cero. El partido se jugó en La Romareda a puerta cerrada y el club blanco logró empatar, lo que enojó sobremanera a los ultras navarros.
En 1990 el Real Madrid se presentó en El Sadar como campeón de Liga, pero los locales no hicieron el protocolario pasillo de honor, como era de esperar visto el cariño de los años precedentes. Buyo no acudió al partido puesto que el entrenador, J. B. Toshack, quiso evitarle un nuevo calvario como el de un año atrás.
Algunos de los ídolos locales de esos años, como Pizo Gómez o Bustingorri, acabaron en el Atlético de Madrid, otro club en el que se mamaba el antimadridismo, acrecentado en los años del gilismo. Los piques de Michel con Pizo Gómez durante la corta estancia de este en el Atleti (1989-91) hicieron que la tensión se incrementara cada vez que el 8 del Real Madrid recorría la banda de El Sadar. En 1991 se produjo un hecho insólito: Michel se acercó a sacar un córner y fue tal la lluvia de objetos lanzados desde la grada que el árbitro, Valdés Sánchez, ordenó que se sacara desde el lado contrario.
“La gente estaba muy cerca, metiendo muchísima presión, era muy desagradable para nosotros”, cuenta Paco Pavón. “Era peor calentar que jugar, porque si estabas en la banda los tenías tan cerca que te hacían de todo. En cualquier otro campo, salías a calentar y te podías parar a estirar o quedarte quieto. Allí cuando calentabas tenías que estar todo el rato en movimiento y sin pararte”.
Con el descenso de Osasuna a Segunda en 1994 la animadversión se enfrió en parte, así como con las medidas que se comenzaron a tomar por parte de las instituciones.
Pero con la vuelta a Primera en el año 2000 regresaron los incidentes, como el lanzamiento de objetos a Iván Helguera por osar marcar el gol de la victoria. Pero si no se cerró el Camp Nou por incidentes peores, es que todo valía. Pocos años después David Beckham se encaró con otro sector de la afición, que no lo dejaba sacar de esquina.
En 2006 Iker Casillas recibió un mecherazo, y al brasileño Baptista le lanzaron ¡una aceitera! un año después.
En la temporada 2007-08 el Real Madrid se jugaba la posibilidad de acabar como campeón de Liga, pero perdía en el minuto 83. Como otros equipos cuando no se juegan nada, su título no es otro que el de perjudicar al Real Madrid, así que había fiesta en las gradas. Sin embargo, el equipo dirigido por Schuster logró dar la vuelta al marcador en los minutos finales y la posterior celebración del título sobre el terreno de juego sentó a la parroquia local como una patada en salva sean las partes. ¡El enemigo celebrando la victoria en nuestro estadio, ni que fuera el Eintracht en el Camp Nou!
Por suerte no todo el público de El Sadar mantiene esos comportamientos incívicos. Que digo incívicos, criminales. Varios miembros de los Indar Gorri fueron condenados en 2016 por pertenencia a grupo criminal y “conspiración para cometer delitos de lesiones”. La directiva no ha hecho nada contra el grupo en todos estos años, al contrario de lo que hicieron Real Madrid y Barcelona, entre otros muchos equipos de Primera.
La directiva sabe que el partido frente al Real Madrid es el que moviliza a la mayor parte de su afición y suele utilizar el enfrentamiento para mejorar la salud de sus arcas. Destaco esta noticia por la frasecita de los angelitos radicales de Osasuna: “será complicado volver a encender el infierno”.
En ese “infierno”, algunos jugadores contribuyeron poco a apaciguar los encendidos ánimos de los aficionados, como el Rifle Pandiani, que se encaró y amenazó a Cristiano Ronaldo, o el también exatlético y exosasunista Raúl García, otro jugador que afronta los duelos frente al Real Madrid como los partidos del año, con una agresividad inusitada que no mantiene el resto de la temporada. Como Nacho Vidal o David García en temporadas recientes.
El último partido en El Sadar no nos trae buenos recuerdos. Fue aquel que tuvo que jugarse en plena Filomena, con el campo helado, imágenes hurtadas al VAR y en la realización y un 0-0 en el que los blancos se dejaron dos puntos vitales. La alternativa podía haber sido no presentarse al partido por las malas condiciones meteorológicas, o llegar tarde para que el césped se deshelara y estuviera en condiciones, pero esta es una Liga seria en la que te dan el partido por perdido si te presentas con más de una hora de retraso a un partido, ¿verdad? De haberlo hecho, el pollo que habrían montado los locales sería de aúpa. No tengo ninguna duda.
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