—¿Qué hay, Trevor? Feliz Año Nuevo.
—Dame un vaso de agua.
—Santo cielo, bien no estás.
—Eso no es novedad, Lou.
—Quiero decir que estás peor. ¿Mr. Richmond vuelve a la carga?
—No, esta vez son los buenos los que atacan.
—Bueno, eso es un alivio, Trevor.
—No creas, cuando los buenos van a por ti no tienes nadie lícito a quién recurrir y la explicación se toma como excusa. Vivo con la perspectiva del pañuelo de un acatarrado. Nada compensa, estoy agotado de derrochar esfuerzos sin obtener mejora alguna. Es difícil sobrevivir; para librarme de los malos tengo que pisar el huerto de los buenos y a ambos les importa un bledo que yo la palme. Intento bajar la escalera por un ascensor que solo sube al ático. Todo lo que hago es a cambio de promesas sin fondos.
—Trevor, has conseguido mucho, no puedes rendirte ahora.
—Estoy harto de oír eso. Además, no es cierto, cuanto más tarde en rendirme, más voy a sufrir, la vida es un breve e interminable “¿y para qué?”. No tiene sentido alguno. No te haces una idea de lo que es simular normalidad cuando la situación no llega al mínimo que todos dan por supuesto y además hay que soportar una riada de quejas y lloriqueos por las incomodidades más nimias. Muchas de las situaciones por las cuales la gente clama al cielo llevan implícitas la posibilidad de llevarlas a cabo, algo por lo que ya deberían estar agradecidos.
—Trevor, por Dios, que eres del Real Madrid, tu postura está en las antípodas de su espíritu. Anda, te voy a preparar un café a ver si espabilas.
—¿Un café qué es, Lou, eso negro y amargo que no emborracha?
—Exacto.
—Mira, como la vida.
—Trevor, estás en pleno bajón de Año Nuevo después de los excesos navideños. El equipo vuelve pronto y te ayudará a ilusionarte. ¿Cómo crees que sería la historia del Real Madrid si se hubiese rendido en alguna de las hecatombes indispensables previas a cualquier triunfo? ¿Hubieran sido posible las dos Copas de la UEFA de los ochenta? Pues por mucha calidad que tuviese la Quinta del Buitre, sin la fe que contagiaban los Camacho, Santillana, Juanito, Chendo y compañía, no. ¿Se habría ganado la séptima? Frente a una Juve estelar, sin el equipo de hombres encofrado por Hierro, Redondo o Raúl, no. ¿Se habría remontado al Barcelona la segunda liga de Capello? Sin la convicción ciega y carente de aval verdadero que infundió el italiano, no. ¿Habría empatado Ramos la final de la décima? Pues seguramente tampoco. Así que, no te quejes, bébete el café, cómete esta bayonesa y tira para adelante, demonios.
—En la vida real no suele haber un Ramos y a menudo ni siquiera un minuto 93, Lou.
—Pues si quieres suspender el partido, no querrás la nota que me dejó Charlotte. Vino a verte ayer, pero como habías salido a querer morirte, no pudo.
—Trae para acá esa nota y sírveme una copa, maldito embaucador.
—Lo que más me gusta de ti son las muestras de cariño y agradecimiento, Trevor.
—Lou, cuando pierdes todo, solo quedan los amigos de verdad y son tan crueles que no te consienten ni siquiera tirar la vida por la borda.
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