Por Christian Eriksen

El análisis de las portadas de los periódicos deportivos de hoy

Poco hay que analizar hoy, queridos galernautas. La tarde de ayer, de repente, se volvió densa, larga, terrible, aunque finalmente -un finalmente que parecía no llegar nunca- esperanzadora. Llegaban noticias de alivio tras una tensión insoportable vivida en directo. Eriksen estaba estabilizado, respiraba por sus propios medios e incluso hablaba. Respirar y hablar: dos verbos, dos acciones que damos por hechas, que casi ignoramos, a las que apenas concedemos importancia de tan comunes que nos resultan, hasta que, por ejemplo, un jugador de la Selección de Dinamarca llamado Christian Eriksen, un hombre joven de apenas 29 años, se desploma en la banda de un campo de fútbol y las manos se ven casi obligadas a taparnos los ojos, la boca, la cara.

Hasta que otro jugador de la Selección de Dinamarca, el capitán Simon Kjaer, actúa veloz y salvíficamente para colocar el cuerpo y la lengua de su compañero en la posición adecuada para que no ocurra lo peor. Hasta que la impecable labor de los médicos y enfermeros que allí acuden se torna decisiva para salvar una vida en unos minutos que son horas, días y noches, sobre todo noches.

Hasta que los aficionados presentes en el estadio no quieren mirar y se abrazan y lloran. Hasta que un equipo plasma en imagen eterna el sentido de la palabra equipo y hace de pantalla en torno a su compañero caído y procura con ello el espacio necesario para que los médicos hagan su trabajo y que el decoro, el respeto y la intimidad sean preservados en la medida de lo posible, pese a tanto carroñero de imágenes en bucle. Todo se muestra, parece ser la ley, todo se enseña, todo se vende. Como si la vista quisiera y pudiera verlo todo, como si no hubiera violencia en forzar los ojos y el recuerdo, como si un ser humano -¿qué será eso para los mercaderes del templo?- no mereciera estar solo presente para sí cuando se debate entre la vida y la muerte.

Hasta que llegan buenas noticias y Eriksen parece fuera de peligro. Hasta que las aficiones rivales corean su nombre a voz en grito como un ensalmo, como un homenaje, como una manera de espantar el miedo y la angustia y convocar lo bueno. Hasta que, muy poco tiempo después, la UEFA anuncia que se reanuda el partido a petición de los jugadores y no entendemos nada. No comprendemos que el show deba continuar tan en caliente, tan en carne viva. No somos capaces de asimilar que los jugadores daneses estén en disposición de ponerse a jugar un partido de fútbol minutos después del horror vivido. Y nos tememos lo peor. Nos tememos que la UEFA haya escondido tras la supuesta petición de los jugadores otro tipo de razón, otro motivo menos edificante y más desalmado, en perfecta sintonía con los carroñeros de las imágenes en bucle. Confirma más tarde el seleccionador danés nuestros temores. La UEFA sabe de números, de derechos de televisión, de atropello de calendarios, de mierdas y más mierdas, pero no sabe tanto de estupor y temblor, de decoro y respeto, de respirar y hablar, de Eriksen en un hospital de Copenhague tras una reanimación al límite de lo físicamente soportable.

Hasta que Sport decide, horas después, que la noticia del día es el fichaje de Depay por el Barcelona y relega a un segundo plano lo que más importa, lo único que importa. Y entonces, ya decimos, poco hay que analizar hoy, queridos galernautas. Se analiza solo. Se retratan solos los carroñeros, la UEFA y Sport. Nosotros solo veníamos a celebrar que Eriksen esté fuera de peligro, que respire y hable, que haya médicos y capitanes y equipos, que esto del fútbol sea tan solo una de las maneras posibles de seguir viviendo la vida. Sobre todo, hoy, para Christian Eriksen y sus seres queridos.