Sépanlo ustedes, nunca me han perdido una maleta en un aeropuerto. Tiene su mérito, porque ha habido épocas de mi vida en que viajaba con mucha frecuencia y, a veces, con mucho equipaje. De esa experiencia cabe deducir lo obvio: que no es fácil ni habitual que las maletas se extravíen en las terminales y que uno, por tanto, puede viajar tranquilo por el mundo. Sin embargo, yo tiendo a hacer una lectura neurótica del asunto y pienso que la estadística juega en mi contra. Si esta establece que la probabilidad de extravío es, pongamos, de un 0,3 %, cada vez que me planto frente a una cinta de equipaje empiezo a sudar frío porque me asalta la idea de que mi margen se acorta a cada viaje. Es lo que pasa cuando uno confunde la estadística con el fatum.
Afortunadamente soy del Madrid, así que mi aproximación al fútbol no puede ser sin pecado neurótica. Como el fatum del Madrid, de haber tal cosa, todo madridista lo tiene claro –¿acaso la fe se discute? –, aquí me permito un abordaje estrictamente racional de números, variables y tendencias. De este modo, al igual que es de cajón que a medida que transcurren los tiempos más se acerca la hora del Armagedón, más estaba al caer con el transcurso de los minutos de Liga el momento en que esos tiempos vieran al Barça jugar con diez aunque fuera una vez en la vida: no hay tahúr que no pierda una mano distraída para disimular. Que el elegido para hacer de membrillo haya sido el hombre de las botas flojas y no su amigo Busquets inclina al optimismo en este terreno: en un me ato o no me ato el borceguí –así lo decía José Félix Pons en las narraciones televisivas del blanco y negro, se lo juro por estas–, Junior encabeza el ranking blaugrana de tarjetas amarillas con 15, 9 de ellas sin el balón en juego, lo que lo señalaba como panoli propiciatorio. Busi lleva 14, estas sí, trabajadas a conciencia sobre las carnes de congéneres aunque rivales, con lo que su candidatura tampoco va mal encaminada. Mascherano lo tiene más difícil por su tendencia a desempeñarse en el área, y ahí ni la estadística puede con los Aytekines de este mundo y los fantasmas del otro. “Es curioso que, con lo que nos cuesta dar patadas, nos carguemos de tarjetas de forma incomprensible”, declaraba este domingo a la prensa Luis Enrique/Claude Rains. Es de dominio público que al Barça le cuesta dar patadas, hacer negocios en los palcos y hasta decir palabrotas, valors y força al canut!
Pero sigamos conspirando con la estadística. Todavía estoy por leer una crónica en la prensa este año en que el Madrid haya despejado las dudas del cronista. Es ponerse a escribir del Madrid y le nace a uno una calavera en la mano. Sí, se gana, pero Cristiano ya tal. No hay partido en que los porcentajes de posesión no sonrían al Madrid, pero Modric no es el que era, a Kroos no siempre se le reconoce y Benzema ya se sabe que va a su bola. De Bale para qué vamos a hablar. Pues bien, si abril ya está aquí, el Bayern llama a la puerta y el clásico está a la vuelta de la esquina, yo tiendo a pensar que si tan cierto es que nadie ha brillado a su altura podré permitirme el lujo de esperar que ya queda menos para que se encuentren a sí mismos con la misma aprensión con que se me aceleran los pulsos cuando veo salir la primera maleta por la boca de la cinta y no es la mía, aunque ahora sea la razón y no el fatum la que me susurre al oído. Si nadie puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, a ver quién me impide a mí ponerme en Lincoln y proclamar que ningún jugador de calidad contrastada se pasa toda una temporada por debajo de su mejor nivel. Siempre será preferible que los planetas se alineen en abril y mayo que no en noviembre y diciembre, como pasó en 2014, ese año en que vimos el mejor fútbol del equipo pero nos quedamos con un palmo de narices juventinas en primavera.
No hay partido en que los porcentajes de posesión no sonrían al Madrid
Todo esto no significa que vayamos a ganar por designio divino, uno es optimista, no completamente idiota –aunque no se me despinta el dictum de don Paco Gento en vísperas de la Décima: "Habrá que ganar, no hay más remedio"–. El fútbol son once contra once y el espectro del azar que depende de un aleteo de mariposa. Véase si no el último sábado, cuando el Madrid hizo casi todo lo que había que hacer para ganarle al Atleti excepto marcar un gol más que ellos porque la mariposa batió alas en la cabeza de Saviç. No comparto, por cierto, los lamentos generalizados por la falta de empuje del equipo después del gol de Griezmann en el 85: aquello no era una final ni una eliminatoria de Champions, y pasarse de frenada con un zafarrancho de pundonor herido bien podría haber sido la frontera entre un resultado insatisfactorio y otro catastrófico. Más preocupante es que al equipo le cueste tanto mantener la puerta a cero, algo que en Champions puede valer una eliminatoria. Los madridistas nos hemos acostumbrado en los últimos años a un equipo flamígero que gana dos copas de Europa en tres años, pero no sabe trazar la línea de constancia necesaria para amarrar una Liga, donde el minuto noventa llega en mayo y a veces llega tarde, como el año pasado.
El Madrid todavía no ha ganado nada, pero sí ha dado un paso de importancia decisiva para corregir ese déficit liguero. Tengo yo escrito que el Madrid ha venido al mundo en estos tiempos de sinsustancia tiquitaca para mostrarle la verdadera naturaleza del fútbol, ese arrebatador artefacto colectivo donde unos son mejores que otros pero nadie es más que nadie. Sea un plan cuidadosamente diseñado, sea bendita chiripa, si este año ganamos la Liga, hagan lo que hagan Sergio Ramos y la BBC, la piedra de toque habrá sido la segunda unidad, ese centón de no suplentes que han venido estando a la altura de las exigencias, a los que Zidane ha sabido sacar todo su jugo y que, como famosamente dijo Lucas Vázquez en aquella tanda de penaltis, han llegado aquí para hacer algo importante. Esa segunda unidad que Luis Enrique tanto debió de echar de menos el sábado por la noche en La Rosaleda. Todo el poder y todo el honor al equipo, es decir, a la segunda unidad. Y recuerden, puede que Dios sea argentino, pero la estadística es merengue hasta el último número.
Número Uno
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Comenta en su artículo lo preocupante que es la frecuencia con la que el equipo es incapaz de mantener la puerta a cero. Pues, esto ocurre, exactamente, siempre que juega la dupla suicida (Ramos y Marcelo). Sea por la razón que sea, siempre que juega esta pareja junta, recibimos algún gol. Generalmente, dos. En ocasiones, tres y, las menos de las veces, uno, como en el encuentro frente al Atleti.
Mi cuñado también encuentra pegas a Marcelo y Ramos, a Benzema, a Cristiano, a Bale, a Casemiro, a Pepe, etc. Como se dice en el artículo no hay partido del Madrid, por muy bien que juegue que no encuentre pegas.
Yo estoy disfrutando de este equipo como hacía mucho tiempo que no lo hacía, incluso cuando pierden me parece un equipo legendario. No tengo que esperar 20 años para decir "que bien jugaba el Madrid de Zidane y grandes jugadores tenía" Lo digo ahora y disfruto cada día, cada partido. Pero mi cuñado es así, y hay que quererle como es. O no.
Hacer una plantilla de veintidós primeras figuras es imposible y además sería contraproducente. La grandeza de un equipo se mide por la calidad de sus habituales suplentes. Esos jugadores, tipo Lucas Vazquez, Morata, Nacho, Kovacic, son muy importantes, no imprescindibles pero son el hormigón que une la estructura del edificio y la hace consistente. Por esa parte poco debemos de temer. Es curioso, el Madrid, sin director deportivo, tiene una de las plantillas más completas, si no la que más , del mundo, para espanto de líricos, misticos y enteradillos de medio pelo.